17.45. Juan Martín subió al ascensor después de completar los trámites
agotadores de presentación en el Banco… otra vez presentando CV, otra vez
entrevistas, otra vez… problemas de este mundo financiero inestable, se dijo a
modo de consuelo. Había finalizado justo a la hora de salida, cuando todo el
mundo ya se había ido.
17.47. Llama el ascensor y este se detiene rápidamente, en el piso 34
donde él estaba. Está vacío. Sube y presiona el botón de planta baja.
17.48. El ascensor se detiene en el piso 25 y sube una mujer joven. La
vió gordita y como se ubicó adelante suyo, la relojeó de arriba abajo. Recorrió
su cuerpo detalladamente; Baja estatura, algo excedida de peso, caderas anchas,
gran trasero y pocos pechos, no era ni atractiva ni linda… en fin… digamos que
es una mujer desafortunada, pensó.
17.50. El ascensor se detiene entre los pisos 22 y 23. No hay corte de
luz, pero allí están. Solos y encerrados. Ella comienza a sollozar y a decirle
que sufre de claustrofobia y que no resiste estar allí. Con palabras suaves
trata de calmarla y de decirle que pronto vendrán a rescatarlos.
18.17. Por el intercomunicador les avisan que hay un serio desperfecto y
que no menos de cuatro horas podría demorarse el rescate por problemas técnicos.
En la cara de ella se dibuja un enorme grado de conmoción y empieza a llorar
desconsoladamente.
18.25. Por favor, señorita no llore; comenzó a repetirle Juan Martín (mientras
pensaba en las insufribles cuatro horas por venir).
18.45. Señorita, tenga calma. No va a pasar nada. Las lágrimas le hacían
correr la pintura del rostro y le convertían la cara, en algo cada vez mas
horrible.
19.00. Por favor, no llore más que no lo aguanto, le dijo. Pero su propia
fantasía y la líbido empezaron a jugarle una mala pasada y comenzó a pensar
¿Esta gordita no estará simulando todo para aprovechar la oportunidad y comerse
a un bocadito como yo?
19.15. Tratando de consolarla, pero fundamentalmente que deje de llorar.
Se le acercó y la abrazo. Ella no se resistió. Al contrario, se apretó fuertemente
a su pecho como encontrando en él la salvación a su temor. Epa, epa, se dijo.
Tal como lo pensé la claustrofobia es una excusa y está buscando otra cosa.
Hasta le pareció percibir en ella un delicioso perfume, que no había advertido
antes.
19.30. El abrazo continuaba, pero ahora Juan Martín le pasaba primorosamente
la mano por los cabellos. Le pareció que ella, un poco mas serena, pero
llorando todavía, también comenzaba a acariciarlo… y hasta creyó percibir una
mirada sensual en ella ¡Me parece que debajo de la piel de oveja se esconde una
loba!, pensó.
19.35. Después de todo, tan fea no es… y continuó el juego que –parecía-
tranquilizaba a su acompañante ocasional, mientras fue aventurando sus manos
cada vez mas y comenzó a acercar sus caricias a zonas un poco mas
comprometidas. Ella no respondía, pero tampoco se resistía y seguía sollozando,
acurrucada.
19.45. Esta muchacha tiene su encanto, se dijo. La erección fue inevitable
y mentalmente sentenció como el viejo Vizcacha «todo bicho que camina va a
parar al asador» y esta gordita se va a comer este bombocito… introduciendo
poco a poco sus manos en los lugares íntimos de la joven.
19.46. La poderosa cachetada sonó sin que nadie mas que ellos pudieran
oírla…
19.47. Además del llanto desconsolado, con un aparente ataque de nervios,
arrinconada y sentada en el suelo de un extremo del ascensor, la joven gritaba
a viva voz: «¡Degenerado! ¡Me quiere violar, socorro!»; mientras Juan Martín,
humillado, poniendo las manos en los bolsillos para disimular el abultamiento
de su pantalón y muerto de vergüenza, se acurrucaba en uno de los rincones
contrarios del ascensor deseando que aquello no hubiera ocurrido nunca.
23.57. Cuando abrieron por fin las puertas del ascensor, los rescatistas
encontraron a una pareja de jóvenes en el suelo durmiendo profundamente… abrazados.
Este cuento esta incluído en el material del
libro “De aquí, de allá y de mi abuelo también (y va con yapa)”, editado en
diciembre de 2011.
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