La oficina era un ámbito totalmente amigable.
Trabajábamos doce empleados administrativos (todos varones) y habíamos generado un ambiente de
camaradería y compañerismo muy especial.
Me corrijo, no somos doce, sino trece. Lo que pasa es que
la recepción, está fuera del ámbito de trabajo compartido. No sé si porque el
número de por si no me parece atractivo por sus históricos antecedentes de
traer mala suerte o porque está a cargo de una mujer, la única de la empresa,
es que no la consideré. Ella es joven, debe tener algo más de treinta
años, casada y con dos hijos. Es muy amable y eficiente en la atención del
público y en la derivación del trabajo que termina en nuestros escritorios.
Buena compañera y solidaria. Pero, esos dos impedimentos (estar ubicada en otro
lado y su condición femenina) hacían que la consideráramos excluida del grupo.
Ella no participaba de las charlas, bromas, discusiones e intercambios
que se realizaban casi constantemente. El equipo era una cofradía, en la que
ella no participaba. Ojo, no quiero decir que había algo deliberado en su
contra, pero –obviamente- las conversaciones abarcaban el abanico limitado a
futbol, autos, mujeres y política y tanto
en la forma como en el fondo, por lo que nos habíamos convertido en un coto
netamente varonil.
Una mañana nos enteramos de la novedad. Eduardo, el
cadete, se iba a casar. No era inminente, pero en diez meses contraería enlace.
Jorge trajo la noticia y el lugar se conmocionó. Eduardo,
el más joven del grupo, era la víctima
casi constante de bromas que hacía alusión a su falta de actividad sexual.
Casi naturalmente la oficina entera se convirtió en una
asamblea que discutía como íbamos a organizar la despedida de soltero. Claro
que esas reuniones se hacían en total secreto, porque queríamos que cualquier
cosa que resolviéramos fuera una sorpresa.
Teníamos que hacer algo especial. Antonio fue el de la idea: vamos a cerrar un
quilombo, propuso, que sea solo para nosotros. Solo para la fiesta. Canilla y
sexo libre. ¿Qué tal? ¿Podría Eduardo imaginar un homenaje mayor? Se consensuó y todos estuvimos de acuerdo.
Algo así no podía ser barato, pero teníamos tiempo para juntar el dinero. Si
poníamos cien pesos cada uno a lo largo de los diez meses, tendríamos once mil pesos para el momento de la
despedida (obviamente Eduardo no aportaba).
Así se acordó y comenzó a realizarse el ahorro “forzoso”.
Paralelamente había que determinar el lugar, concertar el precio y reservar el
sitio. Tenía que cumplir una serie de condiciones, porque ninguno pretendía ir
a un tugurio. A los pocos días, llevamos a cabo una nueva asamblea donde se
realizó un sorteo y designamos a dos de
nosotros para que recorrieran los locales de la zona y realizaran las
averiguaciones correspondientes. Ernesto y Luis resultaron favorecidos y
durante los tres meses siguientes saldrían casi todos los fines de semana para
cumplir con la misión.
Cuando terminaba la
asamblea, Fernando comentó:
-
Hay un pequeño
problema
-
¿Cuál?
-
Beatriz (así se llamaba
la compañera de la recepción) pescó que estábamos juntando plata y creyendo que
era para el regalo de casamiento, ayer me preguntó si podíamos integrarla.
-
¿Y vos que le
dijiste?
-
¿Qué querés que le
diga? ¿Podía negarme? Le dije que sí y que en adelante le descontaríamos los
cien pesos, como a todos.
-
¿Pero sos loco? ¿Cómo
vas a hacer algo así? Le recriminó Ernesto
-
Claro, para ustedes
es fácil, porque ninguno tiene contacto con ella, en cambio yo sí y no podía quedar como el hijo de puta que la
dejaba afuera de algo que estamos haciendo entre todos. Si ella cree que es
para un regalo, para un regalo será. Después de todo eso es cierto y es el
mejor regalo que podríamos hacerle a Eduardo.
El tema quedó así y no se habló más de él.
A los ocho meses se llevó a cabo una nueva asamblea. El
relevamiento estaba terminado y había que realizar la evaluación
correspondiente y comenzar a tomar decisiones.
Se analizaron los costos, el tipo de locales, la calidad
de las mujeres y de la bebida, etc. Se determinaron tres boliches postulantes
que cumplían con los requisitos exigidos y a ellos había que ir a tratar de
regatear. Ernesto y Luis continuarían a cargo de las gestiones. Cuando se
llegara a un precio final en los tres, se decidiría por el más barato, determinando
así cual sería el escenario del evento.
Antes de que diéramos por terminada la reunión, Fernando pidió la palabra y comentó:
-
El pequeño problema continúa.
-
¿Cuál problema?
¿Beatriz?
-
Si, Beatriz. Quería
saber que le íbamos a comprar de regalo. Después de todo, me dijo, es mucha
plata y da para que sea algo importante.
-
¿Y vos?
-
Y que se yo. No sabía
que decirle, así que para salir del paso le dije que le regalaríamos un
lavarropas. De esos automáticos que hacen de todo.
-
¿Y?
-
Entonces se ofreció a
recorrer las casas de electrodomésticos para averiguar precios, marcas,
condiciones y demás.
-
¿Y qué le dijiste?
-
¿Que querías que le
dijera? Que estábamos todos de acuerdo en que ella haga esas averiguaciones.
-
¡Mirá que sos
degenerado...!
-
¿A que no saben que
pasó después?
-
¿Qué pasó?
-
A la semana se me
apareció con un cuadro realizado en planilla electrónica descomunal comparando
comercios, precios, características y condiciones. Hizo un trabajo completo,
prolijo, impresionante.
-
¿Y?
-
Resolvimos con Beatriz que yo me encargaría de
comprar un lavarropas Drean que tiene como cincuenta programas de lavado,
computadora incorporada y hasta unos brazos electrónicos que salen de la tapa y
te planchan todo.
La carcajada fue
general.
-
Era la única forma en
que se me ocurrió despegarla del tema.
-
¡Sos un hijo de puta!
-
¿Y qué quieren que le
diga? ¡No saben lo contenta que está de haber colaborado! Si hasta me dijo: “espero
que de ahora en más me tangan siempre en cuenta…”
-
No sos un hijo de
puta, sos un montón de hijos de puta juntos.
Lo que había pasado, para todos quedo como un tema secundario, un secreto y una mentira que
debíamos sostener.
Llegó el momento en que la sorpresa debía dejar de serlo
y cuando el casamiento era inminente, le
contamos a Eduardo lo que habíamos organizado. Recibió la noticia sorprendido,
pero con una alegría desbordante. Después vino la despedida de soltero. La
verdadera fiesta. No les puedo contar lo que fue. Un desenfreno total. No había
forma de sacarlo del quilombo. Me parece que en toda su vida no volverá a tener
una experiencia similar. Fue lujuriosa, extraordinaria.
Días más tarde tuvo lugar el casamiento. Se llevo a cabo una reunión muy íntima, así
que allí no estuvimos. Recién volvimos a ver al tortolito cuando volvió de su
luna de miel. Apareció de visita varios días antes de tener que reintegrarse a
trabajar.
Naturalmente nos reunimos en torno suyo y comenzó a
contar la experiencia vivida en este tiempo. Toda la multiplicidad de
muletillas que se repiten en esos casos fue apareciendo:
-
Seguro que no
conociste nada de La Falda, nada.
-
No, pero seguramente solo
se aprendió de memoria la falda de su mujer…
-
¿Cuántos días
seguidos estuviste sin el calzoncillo puesto?
Pavada tras pavada, entre broma y broma, mientas Eduardo contaba algunos detalles de
su viaje.
Claro que no faltó quien le haga la consabida pregunta:
-
¿Y, que tal la vida
de casado?
-
La verdad que todo
bien, pero estoy comiendo milanesas todos los días. A mí me gustan mucho las
milanesas, pero ya estoy pensando que –de vez en cuando- sería lindo un
pucherito o un guisito.
Un coro estruendoso de risas coronó la ocurrencia.
-
¡Pero si sos un
atorrante total, no llevas tres meses de casado y ya pensas en ser infiel…!
-
En realidad no es que
sea infiel, pero ¿no es esa es la forma de que no me harten las milanesas?
Un tema fue llevando
a otro y cuando ya estaba por irse, preguntó:
-
¿Y cómo anda todo por
acá?
-
Bien, todo bien.
-
Pero –insistió- ¿hay
alguna novedad?
Nos miramos sorprendidos y sin darnos tiempo a responder,
él volvió a la carga:
-
¿Están todos bien?
Coincidimos en responder que, salvo su ausencia, todo
estaba marchando como siempre y –por supuesto- que estábamos muy bien.
Entonces fue cuando expresó:
-
¿y Beatriz? ¿Cómo
está?
-
Supongo que bien, le
dijo Fernando que luego hizo una pausa y lo interrogó sorprendido:
-
¿Por qué preguntás?
-
Para mi le está
pasando algo.
-
¿Algo como qué?
-
¿Beatriz está
colifata?
-
No, para nada.
-
No sé, pero me parece
que no está bien de la cabeza.
-
¿Qué te hace pensar
eso?
-
Desde que me vio no hace más que preguntarme sonriendo ¿Y... que
tal el lavarropas?
[i]
Este cuento forma parte del libro “Para muestra basta un Cuentito” editado en
enero de 2013