miércoles, 26 de marzo de 2014

DESPEDIDA DE SOLTERO


La oficina era un ámbito totalmente amigable. Trabajábamos doce empleados administrativos (todos varones)  y habíamos generado un ambiente de camaradería y compañerismo muy especial.
Me corrijo, no somos doce, sino trece. Lo que pasa es que la recepción, está fuera del ámbito de trabajo compartido. No sé si porque el número de por si no me parece atractivo por sus históricos antecedentes de traer mala suerte o porque está a cargo de una mujer, la única de la empresa, es  que no la consideré.  Ella es joven, debe tener algo más de treinta años, casada y con dos hijos. Es muy amable y eficiente en la atención del público y en la derivación del trabajo que termina en nuestros escritorios. Buena compañera y solidaria. Pero, esos dos impedimentos (estar ubicada en otro lado y su condición femenina) hacían que la consideráramos excluida  del grupo.  Ella no participaba de las charlas, bromas, discusiones e intercambios que se realizaban casi constantemente. El equipo era una cofradía, en la que ella no participaba. Ojo, no quiero decir que había algo deliberado en su contra, pero –obviamente- las conversaciones abarcaban el abanico limitado a futbol, autos, mujeres y política y  tanto en la forma como en el fondo, por lo que nos habíamos convertido en un coto netamente varonil.
Una mañana nos enteramos de la novedad. Eduardo, el cadete, se iba a casar. No era inminente, pero en diez meses contraería enlace.
Jorge trajo la noticia y el lugar se conmocionó. Eduardo, el más joven del grupo,  era la víctima casi constante de bromas que hacía alusión a su falta de actividad sexual.
Casi naturalmente la oficina entera se convirtió en una asamblea que discutía como íbamos a organizar la despedida de soltero. Claro que esas reuniones se hacían en total secreto, porque queríamos que cualquier cosa que resolviéramos fuera una sorpresa.
Teníamos que hacer algo especial.  Antonio fue el de la idea: vamos a cerrar un quilombo, propuso, que sea solo para nosotros. Solo para la fiesta. Canilla y sexo libre. ¿Qué tal? ¿Podría Eduardo imaginar un homenaje mayor?  Se consensuó y todos estuvimos de acuerdo. Algo así no podía ser barato, pero teníamos tiempo para juntar el dinero. Si poníamos cien pesos cada uno a lo largo de los diez meses, tendríamos  once mil pesos para el momento de la despedida (obviamente Eduardo no aportaba).
Así se acordó y comenzó a realizarse el ahorro “forzoso”. Paralelamente había que determinar el lugar, concertar el precio y reservar el sitio. Tenía que cumplir una serie de condiciones, porque ninguno pretendía ir a un tugurio. A los pocos días, llevamos a cabo una nueva asamblea donde se realizó un sorteo y designamos a dos  de nosotros para que recorrieran los locales de la zona y realizaran las averiguaciones correspondientes. Ernesto y Luis resultaron favorecidos y durante los tres meses siguientes saldrían casi todos los fines de semana para cumplir con la misión.
Cuando terminaba la asamblea, Fernando comentó:
-      Hay un pequeño problema
-      ¿Cuál?
-      Beatriz (así se llamaba la compañera de la recepción) pescó que estábamos juntando plata y creyendo que era para el regalo de casamiento, ayer me preguntó si podíamos integrarla.
-      ¿Y vos que le dijiste?
-      ¿Qué querés que le diga? ¿Podía negarme? Le dije que sí y que en adelante le descontaríamos los cien pesos, como a todos.
-      ¿Pero sos loco? ¿Cómo vas a hacer algo así? Le recriminó Ernesto
-      Claro, para ustedes es fácil, porque ninguno tiene contacto con ella, en cambio yo sí y  no podía quedar como el hijo de puta que la dejaba afuera de algo que estamos haciendo entre todos. Si ella cree que es para un regalo, para un regalo será. Después de todo eso es cierto y es el mejor regalo que podríamos hacerle a Eduardo.
El tema quedó así y no se habló más de él.
A los ocho meses se llevó a cabo una nueva asamblea. El relevamiento estaba terminado y había que realizar la evaluación correspondiente y comenzar a tomar decisiones.
Se analizaron los costos, el tipo de locales, la calidad de las mujeres y de la bebida, etc. Se determinaron tres boliches postulantes que cumplían con los requisitos exigidos y a ellos había que ir a tratar de regatear. Ernesto y Luis continuarían a cargo de las gestiones. Cuando se llegara a un precio final en los tres, se decidiría por el más barato, determinando así  cual sería el escenario del evento.
Antes de que diéramos por terminada la reunión,  Fernando pidió la palabra y comentó:
-      El  pequeño problema continúa.
-      ¿Cuál problema? ¿Beatriz?
-      Si, Beatriz. Quería saber que le íbamos a comprar de regalo. Después de todo, me dijo, es mucha plata y da para que sea algo importante.
-      ¿Y vos?
-      Y que se yo. No sabía que decirle, así que para salir del paso le dije que le regalaríamos un lavarropas. De esos automáticos que hacen de todo.
-      ¿Y?
-      Entonces se ofreció a recorrer las casas de electrodomésticos para averiguar precios, marcas, condiciones y demás.
-      ¿Y qué le dijiste?
-      ¿Que querías que le dijera? Que estábamos todos de acuerdo en que ella haga esas averiguaciones.
-      ¡Mirá que sos degenerado...!
-      ¿A que no saben que pasó después?
-      ¿Qué pasó?
-      A la semana se me apareció con un cuadro realizado en planilla electrónica descomunal comparando comercios, precios, características y condiciones. Hizo un trabajo completo, prolijo, impresionante.
-      ¿Y?
-       Resolvimos con Beatriz que yo me encargaría de comprar un lavarropas Drean que tiene como cincuenta programas de lavado, computadora incorporada y hasta unos brazos electrónicos que salen de la tapa y te planchan todo.
La carcajada fue general.
-      Era la única forma en que se me ocurrió despegarla del tema.
-      ¡Sos un hijo de puta!
-      ¿Y qué quieren que le diga? ¡No saben lo contenta que está de haber colaborado! Si hasta me dijo: “espero que de ahora en más me tangan siempre en cuenta…”
-      No sos un hijo de puta, sos un montón de hijos de puta juntos.
Lo que había pasado, para todos quedo como un tema  secundario, un secreto y una mentira que debíamos sostener.
Llegó el momento en que la sorpresa debía dejar de serlo y cuando el casamiento era inminente,  le contamos a Eduardo lo que habíamos organizado. Recibió la noticia sorprendido, pero con una alegría desbordante. Después vino la despedida de soltero. La verdadera fiesta. No les puedo contar lo que fue. Un desenfreno total. No había forma de sacarlo del quilombo. Me parece que en toda su vida no volverá a tener una experiencia similar. Fue lujuriosa, extraordinaria.
Días más tarde tuvo lugar el casamiento.  Se llevo a cabo una reunión muy íntima, así que allí no estuvimos. Recién volvimos a ver al tortolito cuando volvió de su luna de miel. Apareció de visita varios días antes de tener que reintegrarse a trabajar.
Naturalmente nos reunimos en torno suyo y comenzó a contar la experiencia vivida en este tiempo. Toda la multiplicidad de muletillas que se repiten en esos casos fue apareciendo:
-      Seguro que no conociste nada de La Falda, nada.
-      No, pero seguramente solo se aprendió de memoria la falda de su mujer…
-      ¿Cuántos días seguidos estuviste sin el calzoncillo puesto?
Pavada tras pavada, entre broma y broma,  mientas Eduardo contaba algunos detalles de su viaje.
Claro que no faltó quien le haga la consabida pregunta:
-      ¿Y, que tal la vida de casado?
-      La verdad que todo bien, pero estoy comiendo milanesas todos los días. A mí me gustan mucho las milanesas, pero ya estoy pensando que –de vez en cuando- sería lindo un pucherito o un guisito.
Un coro estruendoso de risas coronó la ocurrencia.
-      ¡Pero si sos un atorrante total, no llevas tres meses de casado y ya pensas en ser infiel…!
-      En realidad no es que sea infiel, pero ¿no es esa es la forma de que no me harten las milanesas?
Un tema fue llevando a otro y cuando ya estaba por irse, preguntó:
-      ¿Y cómo anda todo por acá?
-      Bien, todo bien.
-      Pero –insistió- ¿hay alguna novedad?
Nos miramos sorprendidos y sin darnos tiempo a responder, él volvió a la carga:
-      ¿Están todos bien?
Coincidimos en responder que, salvo su ausencia, todo estaba marchando como siempre y –por supuesto- que estábamos muy bien.
Entonces fue cuando expresó:
-      ¿y Beatriz? ¿Cómo está?
-      Supongo que bien, le dijo Fernando que luego hizo una pausa y lo interrogó sorprendido:
-      ¿Por qué preguntás?
-      Para mi le está pasando algo.
-      ¿Algo como qué?
-      ¿Beatriz está colifata?
-      No, para nada.
-      No sé, pero me parece que no está bien de la cabeza.
-      ¿Qué te hace pensar eso?
-      Desde que me vio  no hace más que preguntarme sonriendo ¿Y... que tal el lavarropas?


[i] Este cuento forma parte del libro “Para muestra basta un Cuentito” editado en enero de 2013

viernes, 21 de marzo de 2014

UNA RENGA


La casa de mi niñez, en La Plata, tenía una particularidad. El número. La dirección era calle 48 número 1216 ½. Si y medio. Esto daba la idea de que lo chiquita que era. Media parcela. Medio terreno. Pero en aquella casa tan pequeña, que fue construida con el esfuerzo y sacrificio de mi padre y su hermano, había cosas que sobraban.
Nunca dejó de faltar comida, hospitalidad y solidaridad. Cualquier conocido que llegaba a la hora de comer, ocasionaba la aparición –silenciosa, automática y milagrosa- de una silla y un plato más en la mesa. Cualquier problema que existiera, por supuesto que la familia era lo primero pero también para con los vecinos; allí estaba mamá dando una mano.
Pero ahora quiero hablar del segundo de los conceptos: la hospitalidad. Cualquier familiar que necesitara hospedaje tenía lugar en la pequeña casa. Se agrandaba, se estiraba, se ensanchaba, siempre podía sumarse uno más.
Entre los visitantes que recuerdo, estaba el abuelo Manuel, el papá de mamá. Después de mudarse de Zárate a La Plata, vivía en lo del tío Enrique (hermano de Mamá) en pleno barrio de El Mondongo.
No sé si había algún arreglo, acuerdo o era simplemente porque la familia del tío viajaba; pero -de vez en cuando- el abuelo Manuel venía a pasar unos días con nosotros. No era seguido. Solo de tanto en tanto.
Por aquel entonces, el anciano asturiano, estaría cerca de los 90 años.
Si bien yo lo quería mucho, mis pocos años le dedicaban poco tiempo y la barra de la esquina de 48 y 19 tiraba más. Carlitos –mi hermano- hacía su vida, papá trabajaba casi todo el día, mamá atendía su consultorio de pedicuría.
El abuelo –no obstante estar en terreno visitante- parecía estar contento con cambiar un poco de panorama. Claro que el nuevo escenario no le daba la seguridad del barrio de El Mondongo y La Loma significaba para él todo un desafío, casi un mundo nuevo a descubrir.
No obstante, no perdía su costumbre de salir a caminar, impecablemente vestido con su traje (con infaltable chaleco), su bastón de caña y luciendo su larga barba blanca, se lanzaba a la aventura. Comenzaba a «tantear» el barrio dando vueltas manzana, andando pausado y lento.
Observaba todo.
Recuerdo una de sus primeras estadías.
Pasados los primeros días parecía haberse amoldado a la situación y se lo veía feliz cada vez que salía. Desde que cerraba la puerta de calle y hasta que volvía, le perdíamos totalmente el rastro. Cuando regresaba, siempre lo hacía con una amplia sonrisa en el rostro.
Hasta que pasó.
Aquel día gris, en que doña María –una vecina- tocó insistentemente el timbre de la puerta de entrada de nuestra casa. Era una señora mayor (casi rondando los 80 años) que vivía a la vuelta. Su casa estaba al fondo de un largo pasillo.
No se la veía demasiado por la calle 48. Casi nunca. Pero esta vez, no solo se la veía, sino que se hacía notar. Estaba enojada (¿enfurecida?). Ruidosa. Mamá salió apresuradamente a abrir la puerta. ¡Pobre!. Ella recibió la andanada. No tuvo palabras para justificar la lluvia de reclamos que recibió.
Todo eran quejas y amenazas.
¿Cuál era el problema? Don Manuel Álvarez.
Según Doña María, la perseguía, la esperaba que saliera de su casa, la seguía cuando hacía los mandados. Lo encontraba en la entrada y la salida de la verdulería… de la carnicería… de la panadería… y todo esto acompañado por una serie de piropos insinuantes.
La diferencia de edades y la mayor vitalidad de Doña María, hacía que pudiera escapar del acoso de mi enamoradizo abuelo.
El asunto es que todo esto era muy romántico para él, pero nada digerible para ella.
Todavía me acuerdo cuando escuché (desde mi habitación) a mamá retarlo muy duramente.
Él estaba en el patio chico, debajo de la parra, sentado en uno de los sillones del juego de jardín, con la cabeza gacha y teniendo apoyadas sus dos manos y su mentón en la empuñadura del bastón, mientras escuchaba.
Sin reacción. Silenciosamente. Sin intentar esgrimir algún tipo de defensa.
«¡Pero Papá, que vergüenza!... Que bochorno… Que papelón… a sus años… en el barrio donde nosotros tenemos que vivir… con una vecina apreciada por todos… ¿acaso no se da cuenta?... debería ya mismo ir a pedirle perdón… etc. Etc. Etc.».
Don Manuel escuchaba, escuchaba y escuchaba.
Testigo involuntario de aquel descomunal reto, pude oír todo.
Se apoderó de mí una inmensa pena y una compasión enorme.
Cuando mamá se fue del patio y lo dejó solo; salí de mi pieza a acompañarlo. Seguía callado. Me senté frente a él y ambos quedamos sumidos en un total silencio. Después de un largo rato, comencé a notar que mascullaba algo. Balanceaba y balanceaba la cabeza de un lado hacia otro y balbuceaba. Frente a él, yo estaba completamente perdido. No entendía bien lo que decía. Hablaba muy bajo y casi a media lengua. Pensé que se recriminaba. Que arrepentido, mascullaba como pedir disculpas.
Hasta que en un momento me atreví y le dije en voz alta:
- ¿Qué dice abuelo...?
Allí fue mas claro.
- Una renga… una renga», repetía y repetía enfermizamente, casi de manera inentendible…
- ¿Qué?, le pregunte…
- Una renga, me dijo mucho mas fuerte y claramente.
- ¿Qué dice, abuelo?
- Tengo que conseguir una renga», me respondió.
- Pero ¿para qué? le pregunté, sorprendido e inocentemente.
- Pues, para que no se me escape; coño.

1 Este cuento (en una versión reducida) aparece en «El Libro de los Talleres X» de Editorial Dunken de octubre de 2010.

Este cuento esta incluído en el material del libro “De aquí, de allá y de mi abuelo también (y va con yapa)”, editado en diciembre de 2011.

viernes, 14 de marzo de 2014

AHORA SI



El viejo caserón de la calle Galarza estaba ubicado a pocas cuadras de la Plaza Ramírez. Ocupaba casi un cuarto de manzana y era similar a las construcciones que –a partir de Urquiza- habían predominado en las épocas en que Concepción del Uruguay era capital de la provincia. Estilo italiano, cómodo, de amplias dimensiones, pero austero y digno, como su dueño. Sus cuartos estaban en penumbra, acompañando la tristeza de ser testigos del ocaso de quien era su amo y señor. Don Atanasio Zumarán, estaba postrado.
El tiempo se había sumado a su cuerpo sin pedir permiso y ahora ese peso lo agobiaba.
No había caído en batalla, como soñara cuando era joven, sino que los años lo aplastaron.
Ese que estaba ahora en cama, de cabellos escasos y blancos, de una delgadez alarmante, con los ojos cerrados y sin hablar, llegaba –lo sabía- al fin de su existencia.
Ese que estaba ahora en cama, supo ser un valiente guerrero, hábil jinete, diestro con la lanza, el sable y la tercerola,  había participado de las grandes epopeyas del pueblo uruguayense, alternando heroicas victorias y derrotas.
Ese que estaba ahora en cama, supo convertirse luego en un comerciante próspero, merced a su talento e inteligencia; talento que llevó a su familia a ser una de las más respetadas del lugar.
Ese que estaba ahora en cama, era un hombre justo, querido por quienes le servían y generoso para con sus lealtades.
Ese que estaba ahora en cama, esperaba...
Sus dos hijos debían venir. Los había citado a ambos a la misma hora.
Primero llego Eduardo, después Cipriano.
Se encontraban mucho más que distanciados. Disputas económicas provocaron hace tiempo una pelea que, primero los había tenido sin hablarse y –no hacía mucho- un enfrentamiento los llevó al punto de concretar un duelo, cuchillo en mano, que hubiera podido ser mortal. No obstante, respondían al llamado de aquel hombre agonizante que querían y admiraban. Dorotea, la fiel ama de llaves los recibió y de inmediato fueron adonde estaba el lecho de su padre. Uno de cada lado, sin mirarse. El anciano abrió con esfuerzo los ojos y los observó con tristeza. Pidió una almohada más, que lo ayudara a sentarse. Luego un vaso de agua. Después comenzó a hablarles. Su voz era débil, pero clara y firme.
-      No puedo contarles con la tristeza y amargura que quedé después que me enteré de lo ocurrido. ¡Hasta se me fueron las ganas de verlos!
Cipriano de inmediato intentó comenzar a argumentar:
-      Tata, Ud. sabe que la propiedad de Arroyo Molino…
Cuando lo interrumpió rápidamente Eduardo, levantando la voz por sobre la de su hermano:
-      Pero vos sabés muy bien que el acuerdo era…
Entonces el anciano volvió a la carga.
-      No, no deseo ni saber el motivo de la disputa. No me interesa. No es difícil darse cuenta que estoy en los últimos momentos de mi vida y por eso quiero dejar algunas cosas en claro. No voy a echarles en cara el esfuerzo y el sacrificio que hicimos con su difunta madre, para hacer la fortuna que hicimos. No me interesa tampoco expresarles que todo eso no solo era por nosotros mismos, sino por y para cada uno de ustedes. Sería el camino más fácil, pero no pasa por ahí. La cuestión es mucho más profunda, más seria, más importante. Podría haber esperado para hablar con cada uno, pero ya no me queda tiempo. Me siento tan mal que no puedo darme el lujo de esperar. Por eso los he llamado y por eso están aquí.
Hizo una pausa y respiró profundamente buscando el aire que necesitaba para vivir un poco más. Luego prosiguió:
-      En otra época, cuando era más joven, les hubiera ordenado que hacer a cada uno, para poner disciplina; tal vez hasta les habría dado una paliza que buena falta les hubiera hecho; pero –ahora- todo eso es imposible y solo me queda la posibilidad de convencerlos, porque en poco tiempo ya no me tendrán más.
-      Pero, padre, no diga eso… exclamaron los dos al unísono, sin convicción.
-      Ni me engaño, ni se engañan. Es así. Por eso quería hablarles, apelando a los dos. Nadie puede obligar a amar a quien no ama. Podría decirles que me siento responsable ¿en qué me equivoqué? ¿habré sido capaz de enseñarles tanto egoísmo? ¿seré yo mismo tan egoísta que aprendieron eso de mi ejemplo? ¿con la inteligencia y la madurez, que ponen de manifiesto en sus cosas, cómo pueden estar tan ciegos?
Hizo una pausa y volvió a tomar aire con dificultad. Peleaba por cada instante de vida. Luego continuó:
-      Todas las relaciones no son sino producto de las circunstancias, de los temas comunes que eventualmente compartimos. Lo único permanente son los vínculos de sangre. La familia. Esto me lo enseñaron los años y la experiencia no se trasmite. Pero siempre hemos intentado, junto a su difunta madre y porque hemos recorrido el mismo camino, enseñarles eso,  privilegiar la familia sobre todo. Se me ocurre que a lo largo del tiempo se van a acordar de todo esto como una anécdota y tal vez hasta sonrían. Pero, ahora causan dolor. Me causan dolor y quiero creer que también a  ustedes.
Una lágrima surcó su rostro y tomó un sorbo de agua mientras se recuperaba.
-      ¿cómo puede ser que no lo vean? ¿cómo puede ser que hermanos no puedan sentarse a hablar? Abiertamente, sin esconderse nada, pero con el ánimo de llegar a un acuerdo. Una negociación donde ambos cedan un poco. Un acuerdo que los deje vivir en paz. No solo el uno con el otro, sino con ustedes mismos, para enfrentar y vivir el futuro de una manera diferente, con otra disposición. En una relación diferente. Ojo, no tienen que cambiar porque yo me siento mal. Porque yo se los pido. Por lástima hacía mí. Porque eso no sería una solución definitiva. Tienen que cambiar por ustedes mismos. El problema está en ustedes.
Ambos bajaron la cabeza, pero –aún sin mirarse- continuaron escuchando.
-      Me imagino el diálogo de sordos y las respuestas. ¿qué te pasa?, lo que pasa es que él no entiende, Lo que pasa es que él está agresivo, Lo que pasa es que él no tiene derecho, Lo que pasa es que él... y así. Lo más fácil, lo más sencillo es trasladar las culpas fuera de uno mismo. Y yo les pregunto qué les pasa a Ustedes. No al otro, a ustedes. ¿Qué está ocurriendo dentro de Ustedes? Antes de mirar al otro mírense ustedes mismos ¿esta es la manera de actuar con un hermano? Enfrenten la situación, no la eludan. Los problemas no se solucionan escondiéndolos, se solucionan enfrentándolos, pero dejen las manos libres de piedras, abran el corazón y siéntense a ponerse de acuerdo.
Hizo una nueva pausa y realizando un último esfuerzo dijo:
-      Les quiero decir que –esta noche- se quedarán a dormir aquí en el cuarto que ocupaban cuando eran gurises. Dorotea ha puesto todo en condiciones para que tengan las comodidades en condiciones y Artemio ha ido a la casa de cada uno de ustedes para avisar que no irían a dormir. Ahora, déjenme solo, por favor.
Ninguno de los dos se animó a contradecir al anciano y marcharon detrás de Dorotea que había sido llamada por una campanita que estaba a disposición para convocarla.
La noche no fue fácil. La vida se le escapaba y no tenía piedad en los últimos momentos. La respiración se le dificultaba cada vez más y le costaba un esfuerzo mayúsculo recuperarse después de cada ataque.
A la madrugada, un sobresalto lo despertó de su liviano sueño. Escuchó risas, carcajadas. Venían de la pieza del fondo. Eran Eduardo y Cipriano recordando seguramente anécdotas de su niñez.
-      Ahora si, dijo… y los ojos de Don Atanasio Zumarán se cerraron para siempre.


[i] Este cuento fue premiado y seleccionado en el XIII Certamen Internacional de Poesía-Cuentos y Cartas organizado por el Grupo de Escritores Argentinos para ser incluído en la Antología Digital «Homenaje al Amor 2012».
Este cuento forma parte del libro “Para muestra basta un Cuentito” editado en enero de 2013

viernes, 7 de marzo de 2014

EL FILÓSOFO

Llegue a la mesa que habitualmente ocupo en la confitería Rys, ubicada al lado de una de las ventanas que dan sobre la calle Galarza, lo que me deja en una posición privilegiada para poder observar la Plaza Ramírez.
¿La consumición? Lo de siempre. Un cortado (con el necesario, insustituible y tradicional vasito de soda) y de vez en cuando alguna de las deliciosas medialunas de elaboración propia. Mientras espero que el mozo haga su trabajo, el empleado de la barra cambia los canales del televisor que está a la vista de los parroquianos. En la recorrida se detuvo en dos noticieros que daban cuenta de un mismo accidente, pero –cada uno- con una descripción que no coincidía para nada con la del otro.
Observaba la pantalla y pensaba qué notable es el ser humano, como muchas veces, diferentes personas, presencian un hecho, pero lo interpretan de manera totalmente distinta. Bien dicen que todo es de acuerdo al cristal con que se mira.
Estaba en esas meditaciones, cuando apareció mi amigo Jesús. Alto, flaco,  de cara angulosa y eterno solterón; tiene, entre sus muchas cualidades, una gran sensibilidad artística y una enorme pasión por la historia y la filosofía. Alguna vez intentó escribir (y no lo hacía nada mal) pero prefirió explorar otros caminos del arte y del pensamiento.
No disimuló su alegría al verme.
-      Ciego querido, por fin te encuentro.  Hace rato que te busco.
-      ¿A mí? ¿Para qué?
-      Ah… ni te imaginas… estoy loco de contento. Te cuento, los otros días entré al Mercado Municipal acompañando a mi hermana que estaba de compras y sin darme cuenta, de pura casualidad, comencé a escuchar reflexiones y pensamientos que me remontaron a la antigua Grecia. No lo podía creer. Me doy vuelta y veo despachando verduras a un individuo, mezcla de Sócrates y Diógenes que hablaba como un maestro. Eso sí, el único discípulo era un cliente que no le prestaba ninguna atención. Pero yo sí. Me quedé atrapado. Cada palabra con un significado, con una interpretación para hacer, con un mensaje sabio… fue tal mi sorpresa que me quedé helado. Desde entonces voy todos los días a escucharlo y me pregunté con quien puedo compartir este hallazgo, este diamante en bruto y –por supuesto- pensé en vos. Sos el único amigo que valora ese tipo de cosas y se interesa por la profundidad del destino del hombre y su trascendencia…
-      Epa, epa… ¿será para tanto? ¿no estarás exagerando ni un poquito? Ni yo soy así, ni creo que el tal pensador llegue a tanto…
-      Pero no Ciego, no solo te digo la verdad, sino que te lo voy a demostrar. Vení conmigo y lo vas a ver.
El Mercado Municipal esta a escasos treinta metros de la confitería, por lo que pague y salimos.  Notaba en mi amigo un entusiasmo y una excitación enorme. “Ya vas a ver”, me repetía constantemente.
Ingresamos por la entrada de la calle Urquiza y llegamos a un puesto de verduras donde un hombre sesentón, barbudo, totalmente desalineado, sucio, panzón y en camiseta musculosa estaba despachando naranjas. Jesús me hizo señas como que estábamos frente a SU descubrimiento, a SU filósofo, al Sócrates del siglo XXI.
El vendedor reparó en nuestra presencia y reconoció a Jesús.
-      ¿Cómo estas, valor...? le dijo.
Se dio vueltas extasiado y me susurro:
-      ¿Viste, viste?

-      ¿Viste qué? Me animé a preguntarle.

-      ¿Cómo qué? Cada vez que vengo se preocupa por ver como voy transitando la ruta que marca mi destino y trata de levantarme la autoestima, valorizándome y ayudando a que yo también lo haga … me pone como frente a un espejo y trata de que vea mi interior de una manera positiva, valiosa ¿no está clarísimo?
-      ¿Te parece? Le dije…
-      Por supuesto. No cabe duda. Esperemos un poco más y verás.
-      ¿Va a llevar algo? Inquirió el comerciante.
-      ¿Viste, viste?
-      ¿Viste qué? Me animé otra vez a preguntarle.
-      ¿Cómo qué? Esta interesado por las cargas que llevo en la vida, por la situación en que se encuentra mi existencia y vislumbrando el final eterno de la vida humana, me está señalando que nada puedo llevar conmigo al final del camino, que las mortajas no tienen bolsillos. Que es hora de que decida por mi vida porque todo es efímero… ¿Cómo no te das cuenta o acaso no percibís hacia donde van sus pensamientos? Ciego espero no haberme equivocado con vos, porque me estas comenzando a decepcionar.
-      ¿Otra vez viene solo a mirar? Volvió  a preguntar, algo molesto, el verdulero.
-      ¿Viste, viste?
-      ¿Viste qué? ¿Que pasó ahora? le pregunté.
-      ¿Cómo qué? Esta señalándome la recurrencia de la vida, que todo es un ida y vuelta, una eterna circunferencia donde la historia recicla permanentemente, donde siempre volvemos al comienzo y me pide que –en medio de esa realidad recurrente- reflexione sobre mi actitud. Si mi vida será solo pasiva o tomaré un rol activo, frente a las circunstancias que me rodean. Si seré actor o solo testigo de este mundo y lo enoja porque el tiempo es finito y no termino de aprovecharlo ¡Que profundidad, por favor...! ¡Cuánta sabiduría...! ¡Que lección que me está dando...!
-       ¿Vos estas seguro que quiso decir todo eso?
-      ¿Cómo que no? ¿acaso no lo has escuchado vos mismo?
-      Mire don, hace más de una semana que viene todos los días a molestar ¿Por qué no se deja de joder y se va a cagar? Le recriminó el verdulero a manera de insulto y en forma terminante como para que se vaya y no vuelva más.
-      Con esto me mató, dijo Jesús.
Por un momento pensé que había vuelto a sus cabales. Dimos media vuelta y comenzamos a caminar otra vez hacia la salida, cuando me atacó de nuevo.
-      ¿Vos lo escuchaste? ¿te diste cuenta del desafío?
-      ¿De qué hablas? Le pregunté.
-      Como de que hablo. ¿Qué hizo sino poner todos los elementos esenciales en la mesa? Me habló a mí, directamente.
-      Si, de eso no me cabe duda.
-      Pero ¿Qué me dijo? Porque me lo dijo a mi… mirá Ciego, si tengo la piel de gallina por la emoción…  voy a soñar siempre con su mensaje diciéndome, reiterándome,  que el tiempo se acaba, que las horas se van, se consumen y que yo estoy desperdiciando mi existencia en cosas intrascendentes y de importancia menor y por fin,  en lo más sublime de su mensaje me dice que evacue, que saque todo lo desechable que tengo dentro de mi ser, para convertirme en una persona nueva, limpia de impurezas,  para el tiempo que me resta. ¡cuánta sabiduría! Que lastima haberlo encontrado recién ahora, porque sino seguramente mi vida habría sido diferente… ¿te das cuenta que viví casi cuarenta años en forma equivocada y vengo a encontrar las respuestas recién ahora? Pero, bueno, las encontré y todavía tengo tiempo para cambiar, ¿no te parece?
-      Por supuesto que sí, le contesté.
-      Hay que aprovechar el milagro de esta aparición, para que el mundo pueda escuchar tanta sabiduría, para que pueda por fin hallar la verdad… me dijo como pensando en un rumbo a seguir.
-      Mi querido Jesús, le respondí, vos sabés que justamente tengo un amigo –gran filósofo también- al que le encantaría que le contaras de esta insólita experiencia de aprendizaje de la que he sido parte. Que le confíes este hallazgo único, que sin dudas, sabrá valorar. Quiero, por el afecto que te tengo que lo veas y compartas, palabra por palabra, concepto por concepto, pensamiento por pensamiento, todo lo que me has dado el privilegio de escuchar y compartir.
-      Gracias Ciego, yo sabía que me entenderías, que eras el único que me entendería.
-      Mirá Jesús, casualmente tengo una tarjeta de este amigo con su teléfono y todo, llamalo y no lo prives de que él sea partícipe también de este maravilloso descubrimiento.
Así Jesús me despidió efusivamente con un abrazo emocionado cuando aproveché para extenderle la tarjeta que decía “Jorge H. Osito, teléfono 424242, psiquiatra”. 






[i] Este cuento forma parte del libro “Para muestra basta un Cuentito” editado en enero de 2013