Llegue a la mesa que habitualmente ocupo en la confitería Rys,
ubicada al lado de una de las ventanas que dan sobre la calle Galarza, lo que
me deja en una posición privilegiada para poder observar la Plaza Ramírez.
¿La consumición? Lo de siempre. Un cortado (con el necesario,
insustituible y tradicional vasito de soda) y de vez en cuando alguna de las
deliciosas medialunas de elaboración propia. Mientras espero que el mozo haga
su trabajo, el empleado de la barra cambia los canales del televisor que está a
la vista de los parroquianos. En la recorrida se detuvo en dos noticieros que
daban cuenta de un mismo accidente, pero –cada uno- con una descripción que no
coincidía para nada con la del otro.
Observaba la pantalla y pensaba qué notable es el ser humano, como muchas veces, diferentes personas, presencian un hecho, pero lo interpretan de manera totalmente distinta. Bien dicen que todo es de acuerdo al cristal con que se mira.
Estaba en esas meditaciones, cuando apareció mi amigo Jesús. Alto, flaco, de cara angulosa y eterno solterón; tiene, entre sus muchas cualidades, una gran sensibilidad artística y una enorme pasión por la historia y la filosofía. Alguna vez intentó escribir (y no lo hacía nada mal) pero prefirió explorar otros caminos del arte y del pensamiento.
No disimuló su alegría al verme.
Observaba la pantalla y pensaba qué notable es el ser humano, como muchas veces, diferentes personas, presencian un hecho, pero lo interpretan de manera totalmente distinta. Bien dicen que todo es de acuerdo al cristal con que se mira.
Estaba en esas meditaciones, cuando apareció mi amigo Jesús. Alto, flaco, de cara angulosa y eterno solterón; tiene, entre sus muchas cualidades, una gran sensibilidad artística y una enorme pasión por la historia y la filosofía. Alguna vez intentó escribir (y no lo hacía nada mal) pero prefirió explorar otros caminos del arte y del pensamiento.
No disimuló su alegría al verme.
-
Ciego querido, por fin te encuentro. Hace rato que te busco.
-
¿A mí? ¿Para qué?
-
Ah… ni te imaginas… estoy loco de contento. Te
cuento, los otros días entré al Mercado Municipal acompañando a mi hermana que
estaba de compras y sin darme cuenta, de pura casualidad, comencé a escuchar
reflexiones y pensamientos que me remontaron a la antigua Grecia. No lo podía
creer. Me doy vuelta y veo despachando verduras a un individuo, mezcla de
Sócrates y Diógenes que hablaba como un maestro. Eso sí, el único discípulo era
un cliente que no le prestaba ninguna atención. Pero yo sí. Me quedé atrapado.
Cada palabra con un significado, con una interpretación para hacer, con un
mensaje sabio… fue tal mi sorpresa que me quedé helado. Desde entonces voy
todos los días a escucharlo y me pregunté con quien puedo compartir este
hallazgo, este diamante en bruto y –por supuesto- pensé en vos. Sos el único
amigo que valora ese tipo de cosas y se interesa por la profundidad del destino
del hombre y su trascendencia…
-
Epa, epa… ¿será para tanto? ¿no estarás
exagerando ni un poquito? Ni yo soy así, ni creo que el tal pensador llegue a
tanto…
-
Pero no Ciego, no solo te digo la verdad, sino
que te lo voy a demostrar. Vení conmigo y lo vas a ver.
El Mercado Municipal esta a escasos treinta metros de la
confitería, por lo que pague y salimos.
Notaba en mi amigo un entusiasmo y una excitación enorme. “Ya vas a
ver”, me repetía constantemente.
Ingresamos por la entrada de la calle Urquiza y llegamos a un puesto de verduras donde un hombre sesentón, barbudo, totalmente desalineado, sucio, panzón y en camiseta musculosa estaba despachando naranjas. Jesús me hizo señas como que estábamos frente a SU descubrimiento, a SU filósofo, al Sócrates del siglo XXI.
El vendedor reparó en nuestra presencia y reconoció a Jesús.
Ingresamos por la entrada de la calle Urquiza y llegamos a un puesto de verduras donde un hombre sesentón, barbudo, totalmente desalineado, sucio, panzón y en camiseta musculosa estaba despachando naranjas. Jesús me hizo señas como que estábamos frente a SU descubrimiento, a SU filósofo, al Sócrates del siglo XXI.
El vendedor reparó en nuestra presencia y reconoció a Jesús.
-
¿Cómo estas, valor...? le dijo.
Se dio vueltas extasiado y me susurro:
-
¿Viste, viste?
-
¿Viste qué? Me animé a preguntarle.
-
¿Cómo qué? Cada vez que vengo se preocupa por
ver como voy transitando la ruta que marca mi destino y trata de levantarme la
autoestima, valorizándome y ayudando a que yo también lo haga … me pone como
frente a un espejo y trata de que vea mi interior de una manera positiva,
valiosa ¿no está clarísimo?
-
¿Te parece? Le dije…
-
Por supuesto. No cabe duda. Esperemos un poco
más y verás.
-
¿Va a llevar algo? Inquirió el comerciante.
-
¿Viste, viste?
-
¿Viste qué? Me animé otra vez a preguntarle.
-
¿Cómo qué? Esta interesado por las cargas que
llevo en la vida, por la situación en que se encuentra mi existencia y
vislumbrando el final eterno de la vida humana, me está señalando que nada
puedo llevar conmigo al final del camino, que las mortajas no tienen bolsillos.
Que es hora de que decida por mi vida porque todo es efímero… ¿Cómo no te das
cuenta o acaso no percibís hacia donde van sus pensamientos? Ciego espero no
haberme equivocado con vos, porque me estas comenzando a decepcionar.
-
¿Otra vez viene solo a mirar? Volvió a preguntar, algo molesto, el verdulero.
-
¿Viste, viste?
-
¿Viste qué? ¿Que pasó ahora? le pregunté.
-
¿Cómo qué? Esta señalándome la recurrencia de la
vida, que todo es un ida y vuelta, una eterna circunferencia donde la historia
recicla permanentemente, donde siempre volvemos al comienzo y me pide que –en
medio de esa realidad recurrente- reflexione sobre mi actitud. Si mi vida será
solo pasiva o tomaré un rol activo, frente a las circunstancias que me rodean.
Si seré actor o solo testigo de este mundo y lo enoja porque el tiempo es
finito y no termino de aprovecharlo ¡Que profundidad, por favor...! ¡Cuánta
sabiduría...! ¡Que lección que me está dando...!
-
¿Vos
estas seguro que quiso decir todo eso?
-
¿Cómo que no? ¿acaso no lo has escuchado vos
mismo?
-
Mire don, hace más de una semana que viene todos
los días a molestar ¿Por qué no se deja de joder y se va a cagar? Le recriminó
el verdulero a manera de insulto y en forma terminante como para que se vaya y
no vuelva más.
-
Con esto me mató, dijo Jesús.
Por un momento pensé que había vuelto a sus cabales. Dimos
media vuelta y comenzamos a caminar otra vez hacia la salida, cuando me atacó
de nuevo.
-
¿Vos lo escuchaste? ¿te diste cuenta del
desafío?
-
¿De qué hablas? Le pregunté.
-
Como de que hablo. ¿Qué hizo sino poner todos
los elementos esenciales en la mesa? Me habló a mí, directamente.
-
Si, de eso no me cabe duda.
-
Pero ¿Qué me dijo? Porque me lo dijo a mi… mirá
Ciego, si tengo la piel de gallina por la emoción… voy a soñar siempre con su mensaje
diciéndome, reiterándome, que el tiempo
se acaba, que las horas se van, se consumen y que yo estoy desperdiciando mi
existencia en cosas intrascendentes y de importancia menor y por fin, en lo más sublime de su mensaje me dice que
evacue, que saque todo lo desechable que tengo dentro de mi ser, para
convertirme en una persona nueva, limpia de impurezas, para el tiempo que me resta. ¡cuánta
sabiduría! Que lastima haberlo encontrado recién ahora, porque sino seguramente
mi vida habría sido diferente… ¿te das cuenta que viví casi cuarenta años en
forma equivocada y vengo a encontrar las respuestas recién ahora? Pero, bueno,
las encontré y todavía tengo tiempo para cambiar, ¿no te parece?
-
Por supuesto que sí, le contesté.
-
Hay que aprovechar el milagro de esta aparición,
para que el mundo pueda escuchar tanta sabiduría, para que pueda por fin hallar
la verdad… me dijo como pensando en un rumbo a seguir.
-
Mi querido Jesús, le respondí, vos sabés que
justamente tengo un amigo –gran filósofo también- al que le encantaría que le
contaras de esta insólita experiencia de aprendizaje de la que he sido parte.
Que le confíes este hallazgo único, que sin dudas, sabrá valorar. Quiero, por
el afecto que te tengo que lo veas y compartas, palabra por palabra, concepto
por concepto, pensamiento por pensamiento, todo lo que me has dado el
privilegio de escuchar y compartir.
-
Gracias Ciego, yo sabía que me entenderías, que
eras el único que me entendería.
-
Mirá Jesús, casualmente tengo una tarjeta de
este amigo con su teléfono y todo, llamalo y no lo prives de que él sea
partícipe también de este maravilloso descubrimiento.
Así Jesús me despidió efusivamente con un abrazo emocionado
cuando aproveché para extenderle la tarjeta que decía “Jorge H. Osito, teléfono
424242, psiquiatra”.
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