El viejo caserón de
la calle Galarza estaba ubicado a pocas cuadras de la Plaza Ramírez. Ocupaba
casi un cuarto de manzana y era similar a las construcciones que –a partir de
Urquiza- habían predominado en las épocas en que Concepción del Uruguay era
capital de la provincia. Estilo italiano, cómodo, de amplias dimensiones, pero
austero y digno, como su dueño. Sus cuartos estaban en penumbra, acompañando la
tristeza de ser testigos del ocaso de quien era su amo y señor. Don Atanasio
Zumarán, estaba postrado.
El tiempo se había
sumado a su cuerpo sin pedir permiso y ahora ese peso lo agobiaba.
No había caído en
batalla, como soñara cuando era joven, sino que los años lo aplastaron.
Ese que estaba
ahora en cama, de cabellos escasos y blancos, de una delgadez alarmante, con
los ojos cerrados y sin hablar, llegaba –lo sabía- al fin de su existencia.
Ese que estaba
ahora en cama, supo ser un valiente guerrero, hábil jinete, diestro con la
lanza, el sable y la tercerola, había participado
de las grandes epopeyas del pueblo uruguayense, alternando heroicas victorias y
derrotas.
Ese que estaba
ahora en cama, supo convertirse luego en un comerciante próspero, merced a su
talento e inteligencia; talento que llevó a su familia a ser una de las más
respetadas del lugar.
Ese que estaba
ahora en cama, era un hombre justo, querido por quienes le servían y generoso
para con sus lealtades.
Ese que estaba
ahora en cama, esperaba...
Sus dos hijos
debían venir. Los había citado a ambos a la misma hora.
Primero llego
Eduardo, después Cipriano.
Se encontraban
mucho más que distanciados. Disputas económicas provocaron hace tiempo una
pelea que, primero los había tenido sin hablarse y –no hacía mucho- un
enfrentamiento los llevó al punto de concretar un duelo, cuchillo en mano, que
hubiera podido ser mortal. No obstante, respondían al llamado de aquel hombre
agonizante que querían y admiraban. Dorotea, la fiel ama de llaves los recibió
y de inmediato fueron adonde estaba el lecho de su padre. Uno de cada lado, sin
mirarse. El anciano abrió con esfuerzo los ojos y los observó con tristeza.
Pidió una almohada más, que lo ayudara a sentarse. Luego un vaso de agua.
Después comenzó a hablarles. Su voz era débil, pero clara y firme.
- No puedo contarles con la tristeza y
amargura que quedé después que me enteré
de lo ocurrido. ¡Hasta se me fueron las ganas de verlos!
Cipriano de
inmediato intentó comenzar a argumentar:
- Tata, Ud. sabe que la propiedad de Arroyo
Molino…
Cuando lo
interrumpió rápidamente Eduardo, levantando la voz por sobre la de su hermano:
- Pero vos sabés muy bien que el acuerdo era…
Entonces el anciano volvió a la carga.
- No, no deseo ni saber el motivo de la
disputa. No me interesa. No es difícil darse cuenta que estoy en los últimos
momentos de mi vida y por eso quiero dejar algunas cosas en claro. No voy a
echarles en cara el esfuerzo y el sacrificio que hicimos con su difunta madre,
para hacer la fortuna que hicimos. No me interesa tampoco expresarles que todo
eso no solo era por nosotros mismos, sino por y para cada uno de ustedes. Sería
el camino más fácil, pero no pasa por ahí. La cuestión es mucho más profunda,
más seria, más importante. Podría haber esperado para hablar con cada uno, pero
ya no me queda tiempo. Me siento tan mal que no puedo darme el lujo de esperar.
Por eso los he llamado y por eso están aquí.
Hizo una pausa y respiró profundamente
buscando el aire que necesitaba para vivir un poco más. Luego prosiguió:
- En otra época, cuando era más joven, les
hubiera ordenado que hacer a cada uno, para poner disciplina; tal vez hasta les
habría dado una paliza que buena falta les hubiera hecho; pero –ahora- todo eso
es imposible y solo me queda la posibilidad de convencerlos, porque en poco
tiempo ya no me tendrán más.
- Pero, padre, no diga eso… exclamaron los
dos al unísono, sin convicción.
- Ni me engaño, ni se engañan. Es así. Por
eso quería hablarles, apelando a los dos. Nadie puede obligar a amar a quien no
ama. Podría decirles que me siento responsable ¿en qué me equivoqué? ¿habré sido
capaz de enseñarles tanto egoísmo? ¿seré yo mismo tan egoísta que aprendieron
eso de mi ejemplo? ¿con la inteligencia y la madurez, que ponen de manifiesto
en sus cosas, cómo pueden estar tan ciegos?
Hizo una pausa y volvió a tomar aire con
dificultad. Peleaba por cada instante de vida. Luego continuó:
- Todas las relaciones no son sino producto
de las circunstancias, de los temas comunes que eventualmente compartimos. Lo
único permanente son los vínculos de sangre. La familia. Esto me lo enseñaron
los años y la experiencia no se trasmite. Pero siempre hemos intentado, junto a
su difunta madre y porque hemos recorrido el mismo camino, enseñarles eso, privilegiar la familia sobre todo. Se me
ocurre que a lo largo del tiempo se van a acordar de todo esto como una
anécdota y tal vez hasta sonrían. Pero, ahora causan dolor. Me causan dolor y
quiero creer que también a ustedes.
Una lágrima
surcó su rostro y tomó un sorbo de agua mientras se recuperaba.
- ¿cómo puede ser que no lo vean? ¿cómo puede
ser que hermanos no puedan sentarse a hablar? Abiertamente, sin esconderse
nada, pero con el ánimo de llegar a un acuerdo. Una negociación donde ambos
cedan un poco. Un acuerdo que los deje vivir en paz. No solo el uno con el
otro, sino con ustedes mismos, para enfrentar y vivir el futuro de una manera
diferente, con otra disposición. En una relación diferente. Ojo, no tienen que
cambiar porque yo me siento mal. Porque yo se los pido. Por lástima hacía mí.
Porque eso no sería una solución definitiva. Tienen que cambiar por ustedes
mismos. El problema está en ustedes.
Ambos bajaron la
cabeza, pero –aún sin mirarse- continuaron escuchando.
- Me imagino el diálogo de sordos y las
respuestas. ¿qué te pasa?, lo que pasa es que él no entiende, Lo que pasa es
que él está agresivo, Lo que pasa es que él no tiene derecho, Lo que pasa es
que él... y así. Lo más fácil, lo más sencillo es trasladar las culpas fuera de
uno mismo. Y yo les pregunto qué les pasa a Ustedes. No al otro, a ustedes.
¿Qué está ocurriendo dentro de Ustedes? Antes de mirar al otro mírense ustedes
mismos ¿esta es la manera de actuar con un hermano? Enfrenten la situación, no
la eludan. Los problemas no se solucionan escondiéndolos, se solucionan
enfrentándolos, pero dejen las manos libres de piedras, abran el corazón y
siéntense a ponerse de acuerdo.
Hizo una nueva
pausa y realizando un último esfuerzo dijo:
- Les quiero decir que –esta noche- se
quedarán a dormir aquí en el cuarto que ocupaban cuando eran gurises. Dorotea
ha puesto todo en condiciones para que tengan las comodidades en condiciones y
Artemio ha ido a la casa de cada uno de ustedes para avisar que no irían a
dormir. Ahora, déjenme solo, por favor.
Ninguno de los dos se animó a contradecir
al anciano y marcharon detrás de Dorotea que había sido llamada por una
campanita que estaba a disposición para convocarla.
La noche no fue fácil. La vida se le
escapaba y no tenía piedad en los últimos momentos. La respiración se le
dificultaba cada vez más y le costaba un esfuerzo mayúsculo recuperarse después
de cada ataque.
A la madrugada, un sobresalto lo despertó
de su liviano sueño. Escuchó risas, carcajadas. Venían de la pieza del fondo.
Eran Eduardo y Cipriano recordando seguramente anécdotas de su niñez.
- Ahora si, dijo… y los ojos de Don Atanasio
Zumarán se cerraron para siempre.
[i] Este
cuento fue premiado y seleccionado en el XIII Certamen Internacional de
Poesía-Cuentos y Cartas organizado por el Grupo de Escritores Argentinos para ser
incluído en la Antología Digital «Homenaje al Amor 2012».
Este cuento forma parte del
libro “Para muestra basta un Cuentito” editado en enero de 2013
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