viernes, 14 de marzo de 2014

AHORA SI



El viejo caserón de la calle Galarza estaba ubicado a pocas cuadras de la Plaza Ramírez. Ocupaba casi un cuarto de manzana y era similar a las construcciones que –a partir de Urquiza- habían predominado en las épocas en que Concepción del Uruguay era capital de la provincia. Estilo italiano, cómodo, de amplias dimensiones, pero austero y digno, como su dueño. Sus cuartos estaban en penumbra, acompañando la tristeza de ser testigos del ocaso de quien era su amo y señor. Don Atanasio Zumarán, estaba postrado.
El tiempo se había sumado a su cuerpo sin pedir permiso y ahora ese peso lo agobiaba.
No había caído en batalla, como soñara cuando era joven, sino que los años lo aplastaron.
Ese que estaba ahora en cama, de cabellos escasos y blancos, de una delgadez alarmante, con los ojos cerrados y sin hablar, llegaba –lo sabía- al fin de su existencia.
Ese que estaba ahora en cama, supo ser un valiente guerrero, hábil jinete, diestro con la lanza, el sable y la tercerola,  había participado de las grandes epopeyas del pueblo uruguayense, alternando heroicas victorias y derrotas.
Ese que estaba ahora en cama, supo convertirse luego en un comerciante próspero, merced a su talento e inteligencia; talento que llevó a su familia a ser una de las más respetadas del lugar.
Ese que estaba ahora en cama, era un hombre justo, querido por quienes le servían y generoso para con sus lealtades.
Ese que estaba ahora en cama, esperaba...
Sus dos hijos debían venir. Los había citado a ambos a la misma hora.
Primero llego Eduardo, después Cipriano.
Se encontraban mucho más que distanciados. Disputas económicas provocaron hace tiempo una pelea que, primero los había tenido sin hablarse y –no hacía mucho- un enfrentamiento los llevó al punto de concretar un duelo, cuchillo en mano, que hubiera podido ser mortal. No obstante, respondían al llamado de aquel hombre agonizante que querían y admiraban. Dorotea, la fiel ama de llaves los recibió y de inmediato fueron adonde estaba el lecho de su padre. Uno de cada lado, sin mirarse. El anciano abrió con esfuerzo los ojos y los observó con tristeza. Pidió una almohada más, que lo ayudara a sentarse. Luego un vaso de agua. Después comenzó a hablarles. Su voz era débil, pero clara y firme.
-      No puedo contarles con la tristeza y amargura que quedé después que me enteré de lo ocurrido. ¡Hasta se me fueron las ganas de verlos!
Cipriano de inmediato intentó comenzar a argumentar:
-      Tata, Ud. sabe que la propiedad de Arroyo Molino…
Cuando lo interrumpió rápidamente Eduardo, levantando la voz por sobre la de su hermano:
-      Pero vos sabés muy bien que el acuerdo era…
Entonces el anciano volvió a la carga.
-      No, no deseo ni saber el motivo de la disputa. No me interesa. No es difícil darse cuenta que estoy en los últimos momentos de mi vida y por eso quiero dejar algunas cosas en claro. No voy a echarles en cara el esfuerzo y el sacrificio que hicimos con su difunta madre, para hacer la fortuna que hicimos. No me interesa tampoco expresarles que todo eso no solo era por nosotros mismos, sino por y para cada uno de ustedes. Sería el camino más fácil, pero no pasa por ahí. La cuestión es mucho más profunda, más seria, más importante. Podría haber esperado para hablar con cada uno, pero ya no me queda tiempo. Me siento tan mal que no puedo darme el lujo de esperar. Por eso los he llamado y por eso están aquí.
Hizo una pausa y respiró profundamente buscando el aire que necesitaba para vivir un poco más. Luego prosiguió:
-      En otra época, cuando era más joven, les hubiera ordenado que hacer a cada uno, para poner disciplina; tal vez hasta les habría dado una paliza que buena falta les hubiera hecho; pero –ahora- todo eso es imposible y solo me queda la posibilidad de convencerlos, porque en poco tiempo ya no me tendrán más.
-      Pero, padre, no diga eso… exclamaron los dos al unísono, sin convicción.
-      Ni me engaño, ni se engañan. Es así. Por eso quería hablarles, apelando a los dos. Nadie puede obligar a amar a quien no ama. Podría decirles que me siento responsable ¿en qué me equivoqué? ¿habré sido capaz de enseñarles tanto egoísmo? ¿seré yo mismo tan egoísta que aprendieron eso de mi ejemplo? ¿con la inteligencia y la madurez, que ponen de manifiesto en sus cosas, cómo pueden estar tan ciegos?
Hizo una pausa y volvió a tomar aire con dificultad. Peleaba por cada instante de vida. Luego continuó:
-      Todas las relaciones no son sino producto de las circunstancias, de los temas comunes que eventualmente compartimos. Lo único permanente son los vínculos de sangre. La familia. Esto me lo enseñaron los años y la experiencia no se trasmite. Pero siempre hemos intentado, junto a su difunta madre y porque hemos recorrido el mismo camino, enseñarles eso,  privilegiar la familia sobre todo. Se me ocurre que a lo largo del tiempo se van a acordar de todo esto como una anécdota y tal vez hasta sonrían. Pero, ahora causan dolor. Me causan dolor y quiero creer que también a  ustedes.
Una lágrima surcó su rostro y tomó un sorbo de agua mientras se recuperaba.
-      ¿cómo puede ser que no lo vean? ¿cómo puede ser que hermanos no puedan sentarse a hablar? Abiertamente, sin esconderse nada, pero con el ánimo de llegar a un acuerdo. Una negociación donde ambos cedan un poco. Un acuerdo que los deje vivir en paz. No solo el uno con el otro, sino con ustedes mismos, para enfrentar y vivir el futuro de una manera diferente, con otra disposición. En una relación diferente. Ojo, no tienen que cambiar porque yo me siento mal. Porque yo se los pido. Por lástima hacía mí. Porque eso no sería una solución definitiva. Tienen que cambiar por ustedes mismos. El problema está en ustedes.
Ambos bajaron la cabeza, pero –aún sin mirarse- continuaron escuchando.
-      Me imagino el diálogo de sordos y las respuestas. ¿qué te pasa?, lo que pasa es que él no entiende, Lo que pasa es que él está agresivo, Lo que pasa es que él no tiene derecho, Lo que pasa es que él... y así. Lo más fácil, lo más sencillo es trasladar las culpas fuera de uno mismo. Y yo les pregunto qué les pasa a Ustedes. No al otro, a ustedes. ¿Qué está ocurriendo dentro de Ustedes? Antes de mirar al otro mírense ustedes mismos ¿esta es la manera de actuar con un hermano? Enfrenten la situación, no la eludan. Los problemas no se solucionan escondiéndolos, se solucionan enfrentándolos, pero dejen las manos libres de piedras, abran el corazón y siéntense a ponerse de acuerdo.
Hizo una nueva pausa y realizando un último esfuerzo dijo:
-      Les quiero decir que –esta noche- se quedarán a dormir aquí en el cuarto que ocupaban cuando eran gurises. Dorotea ha puesto todo en condiciones para que tengan las comodidades en condiciones y Artemio ha ido a la casa de cada uno de ustedes para avisar que no irían a dormir. Ahora, déjenme solo, por favor.
Ninguno de los dos se animó a contradecir al anciano y marcharon detrás de Dorotea que había sido llamada por una campanita que estaba a disposición para convocarla.
La noche no fue fácil. La vida se le escapaba y no tenía piedad en los últimos momentos. La respiración se le dificultaba cada vez más y le costaba un esfuerzo mayúsculo recuperarse después de cada ataque.
A la madrugada, un sobresalto lo despertó de su liviano sueño. Escuchó risas, carcajadas. Venían de la pieza del fondo. Eran Eduardo y Cipriano recordando seguramente anécdotas de su niñez.
-      Ahora si, dijo… y los ojos de Don Atanasio Zumarán se cerraron para siempre.


[i] Este cuento fue premiado y seleccionado en el XIII Certamen Internacional de Poesía-Cuentos y Cartas organizado por el Grupo de Escritores Argentinos para ser incluído en la Antología Digital «Homenaje al Amor 2012».
Este cuento forma parte del libro “Para muestra basta un Cuentito” editado en enero de 2013

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