Por aquellos años (comienzo de la década del 60) en la pueblerina ciudad de La Plata de mi niñez, mas allá de la barra de amigos (unos diez o doce chiquilines de entre 8 y 12 años que nos sentíamos dueños absolutos del barrio), estaba el sector femenino. Evidentemente las mujeres responden a diferentes categorías. Dejando de lado a las madres, que no solo no se categorizan, sino que son santas y sagradas; salvo honrosas excepciones (y veremos alguna de ellas), a todas las demás las catalogábamos.
Por ejemplo, estaba Susanita (hermana del
Flaco Palma) de mi misma edad, pelo castaño, muy largo y lacio, bonita, ojos penetrantes
y actitud batalladora, pero que era terriblemente mandona. Creo que el mismo
Flaco .cuatro o cinco años mayor que ella- le tenía miedo. Había que mantenerse
lejos.
Carmencita (hermana de Jorgito Cabrera) era
una morochita, de unos enormes ojos negros, modosita, algunos años menor que
nosotros, que vivía jugando con muñecas. La recuerdo siempre con vestiditos a
cuadros de un color rojo predominante, con volados blancos, medias tres cuartos
blancas y zapatitos, tipo guillermina, impecablemente lustrosos. Para con ella teníamos
un sentimiento paternal de protección.
Lo mismo con Gracielita (hermana de
Guillermito Aquilino). Igual que Carmencita, pero en versión rubia y de ojos
claros.
Ana María. ah. Ana María. Un poco mas chica
también que nosotros, flaquita, de pelito corto, ojos vivaces y una sonrisa
casi permanente. De ella estuve totalmente enamorado durante años.
Al comienzo la espiaba desde atrás de los
árboles de la rambla.
Estudiaba y aprendía sus horarios, para
poder verla. Un día, armándome de un valor (que no tenía) me animé a salir de
mi escondite, saludarla y sonreírle. Ella .que normalmente hacía los mandados-
me respondió con una de sus habituales sonrisas y yo imaginé sus ojos brillar.
Aquella fue una tarde gloriosa. Nunca me atreví a decirle nada. Pasaba
caminando por la vereda, de la mano de una hermanita menor, quien .para mi- era
totalmente inexistente2.
Creo que mis amigos adivinaban mis sentimientos y Ana María era .para ellos-
intocable. De ella no se hablaba nada. A lo largo del tiempo y después de tomar
mucho valor, un día la llamé por teléfono para invitarla caminar, juntos, hasta
la Plaza Moreno. Esa vez .me dijo- no podía, pero tal vez en otra ocasión le
gustaría. No me cerró la puerta, pero así, como no fue posible entonces, nunca
mas lo fue.
Alicia Perez, bastante mas grande que nosotros,
ya desarrollada y en forma voluptuosa (la veíamos como una mezcla de Sofía Loren
y Gina Lollobrigida) alimentaba la fantasía erótica de los mas grandes del
grupo. Para ella, no existíamos.
También estaba Gabriela. Gaby, para todos
nosotros. Un poco mas grande. Muy flaquita. De pelito corto y una tez que
parecía de papel por su blancura. De vez en cuando se sentaba con nosotros en
la vereda. Compinche. Compañera. Si bien no participaba de los juegos de
varones, cuando se conversaba, aportaba sus comentarios, como uno mas. Reía.
Hacía bromas.
Casi era uno de nosotros. La queríamos
todos. Algo así como una hermana mayor.
Seguramente habría alguna mas, pero los
años y mi traicionera memoria no las recuerdan.
Por esas cosas de la amistad entre vecinos,
Gaby era ahijada de la madre de uno de los cabecillas de nuestra pandilla
(Carlitos Ostolaza). Le decíamos la “Gorda” Ostolaza.
A pesar de eso, era uno de los personajes
temidos y odiados por todos .al menos- los chicos del barrio. Creo que hasta
por su propio hijo. Violenta. Gritona. Insultante. Provocadora. Desafiante.
Recuerdo que en una oportunidad, apareció
un pequeño cachorro abandonado en la rambla de la avenida 19. El perrito, blanco
con manchas marrones, era hermoso y cariñoso. Le construimos una cucha, con
elementos que fuimos recolectando de la casa de cada uno de todos nosotros. En
la rambla. Debajo de un frondoso árbol. La ubicamos allí. Justo enfrente de
donde vivía Carlitos, que era quien lo había descubierto y el mas entusiasmado.
Casi su dueño. Corrimos todos a buscar leche, abrigo. en fin todo.
¡Que fiesta! Aquel fue un día feliz, para
todos los chicos del barrio.
No se que pasó, nunca me expliqué el
motivo, pero .al anochecer y cuando ya no quedaba ninguno de nosotros en la cuadra-
la “Gorda” Ostolaza, roció con querosene la flamante casita y le prendió fuego.
Sin mayores explicaciones. Al cachorro
nunca mas volvimos a verlo.
Al día siguiente, hubo luto, bronca y
silencio en todos.
Incluso en el propio Carlitos, que .creo-
se sumaba a nuestro odio colectivo.
Por aquellos días Gaby dejó de aparecer.
Pasaron muchas semanas sin que supiéramos
nada de ella.
Hasta que una tarde nos dijeron que estaba
enferma. De hecho, nos extrañó mucho, porque la enfermedad de cada uno de nosotros
(a menos que fuera contagiosa) venía de la mano del ritual de la visita, llevar
juegos para hacerle compañía al enfermo y que no se aburra, el tomar la leche
en su casa. Era raro. Pero, en este caso, la cuestión parecía ser diferente.
Un día escuchamos la palabra: Leucemia. Es
obvio que no sabíamos que era, pero imaginamos que no era nada bueno.
Al poco tiempo Gaby reapareció en el
barrio. Había engordado mucho, producto de no se que medicaciones. Si bien
actuaba como siempre, ya no era igual.
Una mezcla de compasión, miedo, respeto.
nos invadió de tal manera que hasta nos impedía conversar con la frescura de siempre.
Ni pensar en preguntar.
Los comentarios circulaban cada vez mas
entre nuestros padres y la información no venía (como era habitual) de lo que compartíamos
en la calle, sino de lo que escuchábamos en nuestros propios hogares.
Gaby estaba cada vez mas grave. Sus padres,
afanosamente, recorrieron médicos, médicos y mas médicos. Preguntaron aquí y
allá. Viajaron a Buenos Aires. no sabían que hacer, estaban desconsolados. Los
profesionales no le daban ningún tipo de esperanza.
Producto de la misma desesperación sus
caminos iban resultando cada vez mas estrechos y ellos se aferraban a cualquier
posibilidad. Llegaron a ver a una curandera. Una "manosanta" especialista
en temas complicados. Algo común, en aquellos tiempos, pero para un empacho, un
"ojeo", un dolor de barriga, una verruga.. ¿pero para leucemia?
La charlatana les explicó .supimos después-
que había algo, en el entorno, que era lo que le estaba provocando el mal. Luego
de una revisión detallada y pormenorizada de la casa, el barrio y todo lo que
rodeaba a la vida de nuestra amiga, la bruja determinó que la causante de la
enfermedad era una enorme planta que tenía el patio trasero de la casa de la “Gorda”
Ostolaza
y cuyas flores rojas daban a un pasillo
común de los departamentos donde vivía la familia de Gaby. Una monumental Santa
Rita, que adornaba todo el edificio y que era el orgullo de su dueña.
Según se dijo después, los padres de Gaby
fueron a pedirle a la “Gorda” Ostolaza que sacara aquella planta. Que la
eliminara. Que la quemara. Por la salud de la hija, que era también su ahijada.
La madre sollozó desconsoladamente. Gritó. Imploró.
Ella se negó. Adujo que el curanderismo era
charlatanería, que se aprovechaba de la ignorancia y de la desesperación
producto de la enfermedad, que su planta no tenía nada que ver con el mal, etc.
Etc. Etc.
A partir de allí, a la tristeza que reinaba
en el barrio, se sumó una lucha descarnada.
Por la pared medianera, donde se apoyaba la
planta, caían toda clase de menjunjes y preparados, que manos anónimas tiraban para
intentar secarla. Para que desaparezca.
La “Gorda” Ostolaza, defendía su arbusto
con esmero y verdadera ahínco. Limpiándolo, regándolo, cuidándolo y tratando de
que de ninguna manera se pudiera poner en peligro su existencia.
La relación entre las dos familias, antes
entrañable (eran compadres), se deterioro al mas alto nivel. Era ostensible el
rencor.
Se respiraba. Todos y cada uno de los
vecinos, en voz baja, comentaban e .incluso- llegaban a tomar partido en la
disputa. ¿Se justificaba el sacrificio de una planta pensando que con ello se
salvaría la vida de Gaby? ¿Había relación entre una cosa y la otra? ¿Aunque no
tuvieran nada que ver, no convenía quitar la planta, por el solo hecho de que
eso era lo que le pedían y aliviaría el dolor de la familia, dándole alguna
esperanza? De a ratos había compasión hacia la “Gorda” Ostolaza. En muchos mas momentos,
bronca.
El tiempo fue avanzando inexorablemente,
igual que la enfermedad.
Gaby nos abandonó para siempre al poco
tiempo y al poco tiempo .también- la planta se secó. Tal vez sola. Cansada de tanta
culpa.
Lo que no se pudo sepultar nunca mas, fue
el rencor hacia la “Gorda” Ostolaza.
Las reuniones y juegos en la rambla de la
avenida 19 ya nunca volvieron a ser igual.
Faltaba una risa.
Maldita Santa Rita.
Este cuento está incluído en el
material del libro “Diez pasos de pantalones Cortos”, editado en marzo de 2010.