A modo de reparación para Don JUSTO
MARIA AGUILAR
"Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas,
lo mismo que un árbol en tiempos de otoño muere por sus hojas.
Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas,
esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón.
Uno vuelve siempre a los viejos sitios en que amó la vida,
y entonces comprende como están de ausentes las cosas queridas.
Por eso muchacho no partas ahora soñando el regreso,
que el amor es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo.."
(Canción de las Cosas Simples - Cesar Isella/Armando Tejada Gomez)
Me
parece introducirme en un sueño, al recordar aquellas siestas interminables
durante los veranos, de los años sesenta
y algo.
Éramos
una pequeña banda. Una barrita de chicos y de adolescentes de entre 8 y 14
años, que nos escapábamos para reunirnos bajo la sombra de los frondosos
árboles, que adornaban las espaciosas
veredas de la ciudad de La
Plata.
La
modorra, el buscar travesuras, jugar a la pelota, el hablar de fútbol… el aroma
a tilo (ese aroma que creo se me pegó en el alma) y el concierto armónico e
interminable de las chicharras… eran el entretenimiento que nos permitía
sobrellevar aquellas horas. Así pasábamos nuestras vacaciones.
Allí
estaba el grupo. Seríamos unos diez o doce. A veces catorce.
El
“pertenecer” era un privilegio, pero también un desafío. Había que hacer lo que
hacían todos. Lo bueno, lo malo y lo feo.
Siempre
me costó seguir al resto. Flacucho. Imposible disimular mis problemas en la
vista, estaba condenado a usar unos grandes anteojos de color verde, que
parecían el vidrio del fondo de una botella de vino barato. Con un pelo rubio y
cortito, casi blanco. Chiquito físicamente. Débil… y –para colmo- buen alumno,
un apasionado de la lectura, que no daba para nada con el perfil del grupo.
Jamás dije –por vergüenza- que era escolta de la bandera.
Sin
embargo, a pesar de que nunca soporté seguir al resto (solo por seguirlo),
entonces lo hacía, muchas veces con gran esfuerzo y disgusto, para no quedarme
afuera.
Era
el precio.
Uno
de los personajes característicos del barrio de La Loma por aquel tiempo, era
Justo María Aguilar. Flaco. Desgarbado. Mucho pelo negro largo, revuelto y
desprolijo que no tenía temor a mostrar canas. De una edad indescifrable, pero
que nosotros veíamos como un anciano. Siempre vestido de un traje sucio,
desalineado, barbudo, olorosamente desagradable (costaba esfuerzo estar cerca)
y con un portafolios (o lo que quedaba de él), donde llevaba libros. Sus
libros, decía. Normalmente callado y taciturno. Vivía rodeado de tres o cuatro
perros que lo seguían a todos lados. Se sentaba en las veredas o en los
umbrales de las casas de familia, junto
con ellos. Creo que hasta se rascaba los piojos, al mismo ritmo.
Algo
así, como un Diógenes moderno, salvando las distancias del tiempo y el
intelecto.
Todos
decían que vivía gracias al esfuerzo de su mujer. Ella lavaba y planchaba ropa
ajena.
Aparecía,
como de la nada y se ubicaba a una cierta distancia de donde estábamos
nosotros. Normalmente no mas de media cuadra. Se instalaba, sentándose en el
suelo, con su corte canina.
Pero,
advertíamos, estudiaba nuestros juegos, nuestras bromas. Nuestros movimientos y
actitudes. Nos espiaba. Tal vez se sentía un actor mas de aquel escenario, casi
habitual, que se repetía todas las tardes.
Alguna
vez, producto del aburrimiento y tal vez por el solo hecho de tenerlo cerca,
fuimos hasta él, lo rodeamos y comenzamos a hacerle preguntas.
Ávidamente
sacaba sus libros. Leía poemas que (según nuestra pobre escala de evaluación)
eran horrorosos. De términos toscos. Duros. En un lenguaje –para nosotros- poco
utilizado, rebuscado y muy difícil. Creo recordarlos como una rara mezcla de
romanticismo anarco católico. Una vez, hasta nos dijo que el Papa (si el Papa,
el que vive en el Vaticano), le había enviado un trozo del Manto Sagrado, como
reconocimiento a lo talentoso de sus escritos; mientras buscaba afanosamente la
prueba –que nunca encontró- en su raído portafolios que tiempo atrás debió
haber sido de cuero.
Por
supuesto que no solo no le creíamos, sino que nos burlábamos de los giros
poéticos de sus escritos y le hacíamos comentarios, con una sorna e ironía, que
parecía no advertir, entusiasmado por tener un público a quien leerle su obra.
Luego
de un rato, la impaciencia adolescente, comenzaba por espantar a los perros y
detrás de ellos, como parte de ese mismo grupo, de esa misma banda; se marchaba
él.
Así
fue naciendo una extraña relación, con encuentros que no eran comunes, pero que
se repitieron tres o cuatro veces.
Hasta
que sucedió.
Un
caluroso carnaval nos encontró tirados sobre el pasto y bajo los árboles de la
rambla de la calle 19, tratando de soportar el calor. Con baldes, llenos de
bombitas de agua, esperando que pasen “las chicas” que –obviamente- no pasarían
nunca.
Justo
María Aguilar estaba sentado en la vereda, con sus perros, debajo de la
sombrita del toldo que protegía el kiosco de Don Juan. Exactamente en la
esquina de 19 y 49. A
unos treinta o cuarenta metros, de donde estábamos nosotros.
No
se de quien fue la cruel idea. Tal vez de ese espantoso consejero que es el
aburrimiento.
Pero,
en un momento le cayó una bombita de agua que explotó en su hombro. Detrás
de esa, aparecieron otras. Cinco. Diez. Veinte. No se cuántas.
Se
paró y comenzó a correr despavoridamente y gritando mil veces “¡Con agua
no..!”.
Parecía
un títere desarticulado, que desesperadamente huía. Corrió y corrió hasta
perderse de vista, entre las carcajadas de todo el grupo.
A
lo lejos y a pesar de mis problemas en la vista, alcancé a ver las lágrimas que
caían por su cara. Sorpresa, humillación. Jamás olvidaré esa dolorosa
expresión.
Ninguna
bombita salió de mis manos.
Pero,
igual, sentí la vergüenza que me dio la cobardía de no haber intentado
impedirlo.
Fue
la última vez que vi a Justo María Aguilar.
Esa
noche, arrepentido, casi ni dormí, pero me prometí a mi mismo que nunca mas
sería cómplice de una bajeza, de una crueldad hacia un semejante.
Tal
vez sea cierto que las cosas que mas recordamos, son las que nos causan dolor;
porque aquella imagen, es algo que nunca pude borrar de mi mente.
Años
después, fui a visitar la tumba de Papá en el cementerio de La Plata y –camino a ella- vi
un mausoleo con una gran estatua.
Algo
me atrajo hacia ella. Aquella silueta me resultó familiar.
Una
importante placa de bronce tenía un grabado que decía “Aquí descansa el Poeta
Don Justo María Aguilar”.
Parecía
mentira, que aquel personaje que habíamos tratado con desden y que despreciamos
cruelmente, tuviera semejante homenaje.
Ya
era tarde para pedirle perdón.
No quise buscar mas…
Este cuento está incluído en el libro "DIEZ PASOS DE PANTALONES CORTOS" editado en marzo de 2010
[i] [i] Justo María Aguilar. Muchos todavía recuerdan la
imagen bohemia de este poeta trashumante que escribiera una marcha para nuestra
ciudad. Además de "Mujer infame", y "No me preguntes nunca
hermano", que aparecen en Tango - Letristas platenses. Antonio Fante,
comp.(La Comuna
Ediciones , 2000), no se conocen otros tangos de este
autor. Justo María Aguilar escribió los libros: "La campana de los
muertos". "Aguilereanas" (con una estrofa inicial que luego se
hizo muy conocida: El loco meditabundo/me dicen los medios locos/pero van
quedando pocos/ locos cuerdos en el mundo) y "Ultraguilereanas". Nació
el 12 de octubre de 1902 y falleció el 15 de agosto de 1967.
(De la página de Internet: www.lacomuna.laplata.gov.ar/autores.htm)
Seguí buscando
–también por Internet- y me encontré con esta otra sorpresa: “LA PLATA , 28 de Septiembre de
1984. O R D E N A N Z
A 5688. ARTICULO 1°:
Modificase el Artículo 1° de la Ordenanza 4230,
la que quedará redactada de la siguiente forma: "ARTICULO 1°:
Designase con el nombre del poeta Justo María Aguilar a la plazoleta ubicada
en las calles 47, 22 y Diagonal 76".- ARTICULO 2°: El
Departamento Ejecutivo procederá a la urbanización y colocación de un
monolito, con una placa de mármol con el nombre de Justo María Aguilar.- ARTICULO
3°: Los trabajos serán realizados por el Departamento Ejecutivo, a
través de la Dirección
de Arquitectura, y ejecutados por Administración.- ARTICULO 4°:
De forma.- (de la Página www.concejodeliberante.laplata.gov.ar).
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