viernes, 31 de enero de 2014

NIEBLA EN EL RIO


Fin de semana largo y salida de amigos. Especial para ir de pesca. Siempre que podemos, lo hacemos. En realidad lo único que no me gusta de las salidas a pescar es justamente pescar. Sí disfruto la vida de campamento, el contacto con la naturaleza, el despertar y ver el sol desde la entrada de una carpa.
Por eso creo que tenemos el grupo perfecto: tres apasionados por los aparejos y yo, que sirvo de soporte armando el campamento, cocinando y manteniendo todo en orden para esos momentos inolvidables a la noche, cuando adorando el fuego con un vaso de vino en la mano y sin más tiempos que los que impone el cuerpo, nos reímos contando cuentos e historias. Tal vez sea una reminiscencia ancestral, pero amo esos instantes. Son gloriosos.
El lugar elegido no era muy solitario, pero parecía perfecto. Alto, con buena sombra, cerca del río pero guarecido de posibles vientos,  con buen pasto y un sitio especial para hacer un buen fogón.
El primer día era todo organización y cuando las horas se fueron consumiendo, igual que el asado y el vino, apareció el descanso reparador.
La consigna de mis amigos era implacable… a las cuatro de la mañana, levantarse y comenzar la tarea; yo –en cambio- me quedaba un rato más y después, en soledad, comenzaba a preparar todo para el regreso de los pescadores.
Ni los escuché cuando salieron. Serían las siete cuando me desperté. Me quedé un rato haciendo fiaca y luego salí de la carpa para avivar lo que quedaba de las brasas de la noche.
Me sorprendió una densa niebla. En realidad es normal que cuando a mayo le toca irse, las mañanas no ofrezcan la mejor visibilidad. Sobre todo a la vera del río. Parece que al otoño le cuesta irse y cubre su retirada entre penumbras.
Por un momento, por la situación, pensé en mis amigos que en el pequeño bote estaban recorriendo una zona de islas cercanas y del riesgo que corrían. Después me tranquilicé porque recordé que los celulares hoy tienen soluciones para este tipo de problemas. Incluso, creo que alguno hasta posee un GPS. Así que, me dije, está todo bajo control.
Si algo tengo que confesar es que disfruto de los momentos como el que me aprestaba a vivir. Me encanta la soledad en contacto con la naturaleza. Me gusta meditar. Mi mente recorre recuerdos, situaciones, pensamientos; en esos momentos me acerco a Dios.
Junté ramas, avivé el fuego, busque la bolsa con galletas taleras y preparé el jarro para el desayuno. No sé si hice un mal movimiento, alguna mala fuerza o qué, pero –de pronto- sentí un dolor intenso en el pecho y allí fue cuando la vi. En medio de la tupida niebla, una sombra. Si bien no veía más que su contorno, parecía una mujer.
Me quedé sentado observándola, hasta que escuché su voz.
-        Vine a buscarte, me dijo.
-        ¿A mí?
-        Si a vos.
-        ¿y para que me quiere a mí?
-        Pensé que eras inteligente, que te darías cuenta solo y por eso te estoy hablando. ¿Me equivoque?
-        No me diga que Ud. es…
-        Sí, yo soy…
-        ¿Me quiere decir que este es el final?
-        Si, para lo que conoces, sí.
-        Pero no puede ser… todavía tengo un montón de cosas por hacer, tengo proyectos, ideas, posibilidades…
-        Pues te acordaste tarde, lo que no hiciste hasta ahora, ya no podrá ser.
-        Pero, tengo cosas pendientes, por resolver…
-        Todo seguirá su curso, pero sin vos.
-        Quiere decir que…
-        Quiere decir que te acordaste tarde de todo eso, que debiste haber realizado tus sueños mientras podías, que malgastaste mucho tiempo de tu vida en pequeñeces o pavadas, dejando de lado lo que realmente te importaba.
-        No puede ser, debo estar soñando.
-        No, no estás soñando y esto es muy cierto.
-        Espere, espere, alguna vez escuché o leí que hay alguna posibilidad… ¿no podemos jugar esto a la suerte de algo?
-        ¿A la suerte de qué? ¿Qué me podrías dar que yo ya no tengo? Esas son fantasías… jamás me condiciono a nada.
-        Quiere decir que no puedo despedirme de nadie, ni siquiera escribir algún mensaje para mi familia, para mis amigos…
-        No, José, lo que no hiciste, jamás lo harás…
-        ¿Cómo José? Yo no me llamo José.
-        ¡Puta madre, con esta niebla de mierda, me equivoqué de carpa!


[i] Cuento premiado con Primera Mención en el Concurso de Cuentos Cortos organizado por SADE Córdoba 2012 y  seleccionado para integrar  la Antología Narrativa SADE 2012 de Córdoba.
Este cuento esta incluído en el material del libro “¨Palabras” del Taller Literario de Susy Quinteros, editado en mayo de 2013.
Este cuento forma parte de libro “Para muestra basta un Cuentito”, de enero de 2013.
Este cuento integra la Antología Internacional 2013 del V Encuentro Internacional de Escritores y V Encuentro Regional de Escritores del Mercosur, organizado por SADE filial Gualeguaychú

domingo, 26 de enero de 2014

CREMA AMERICANA



Los domingos son para él un día especial. Se levanta temprano (antes que el resto de la familia) para leer tranquilamente alguna novela o cuento, recostado en la reposera o en la hamaca paraguaya.  Es uno de los lujos que se reserva en soledad. Pero aquel domingo era algo mas. Un aniversario. Cumplían años de casados y los gurises se habían quedado a dormir en lo de la abuela. Estaba todo preparado para un festejo íntimo.
A primera hora de la mañana llegaron las rosas. Una por cada año cumplido. Con un primoroso envoltorio y una tarjeta con una dedicatoria que le había costado horas pensar, para que fuera sentida, romántica y original. El ramo tuvo su lugar apropiado en medio del living y la mañana fue avanzando, con la preparación de un almuerzo especial.
A medida que se acercaba el mediodía, percibió que algo comenzaba a funcionar mal. El silencio creciente de Alejandra le llamaba la atención. De la locuacidad mañanera, había pasado a dosificar sus palabras a medida que el reloj avanzaba. Sabía, por experiencia, que algo pasaba. Hay dos síntomas de desastre: el primero, la frase “tenemos que hablar” y el segundo, justamente, el silencio.
En alguna oportunidad creyó haber encontrado un remedio para estas situaciones que –al principio- le dio resultado, pero después fue un desastre. ¿En qué consistía? En un perdón de amplio espectro. Algo así como un Amoxidal 500, pero para la relación de pareja. Servía para todo.  Pedir perdón por quien sabe qué cosa que pudiera haber hecho, aunque no fuera consciente de ello. Las dos primeras veces había resultado, pero la tercera; ella replicó:
-                  ¿Perdón por qué?
Ante la sorpresiva pregunta no supo que responder. Ella siempre tiene una razón para que uno deba disculparse pero ¿esta vez que pasaba?
-                  ¿Ves? Ni siquiera sos capaz de darte cuenta de porque estoy como estoy. ¿tantos años para que me conozcas así? No si no tenés remedio, solo te mirás el ombligo. Pero, que macana  te habras mandado ahora, porque si pedís perdón es porque algo hiciste. Confesá turro.
Así tuvo que inventar una zoncera muy poco consistente pero que le permitió zafar, nada airosamente de la situación. Claro que, se dijo, este remedio ya no sirve y es peligroso.
Ahora, se encargó de poner la mesa y ella trajo de la cocina la fuente con el delicioso plato preparado. Todo en total silencio. El abrió la botella de vino caro que había comprado para la ocasión, sirvió ambas copas y cuando levantó la suya para brindar diciendo por “muchos años mas de felicidad”, ella respondió con un incomprensible “Ajá…”. La cosa está mucho peor de lo que creía, pensó.
La comida –exquisita- por la situación que no terminaba de comprender le cayó como una bomba. Le costó tragar cada bocado. Hasta que llegó el momento del postre.
Alejandra se especializa en hacer una torta de manzana, caliente, que completa y adorna con una bocha de helado de crema americana.
Cuando le puso el plato frente suyo, el helado no estaba.
Entonces él preguntó inocentemente:
-                  ¿Y el helado?
-                  El helado no está porque tenía que pedirlo el señor de la casa y está claro que no lo hizo. Mientras su mujer se deslomaba preparando la comida, el señor se rascaba las bolas a cuatro manos. Era lo único que tenía que hacer y no lo hizo.
-                  Pero no, explicó él, te juro que lo pedí. Incluso pensé que había llegado y vos lo habías recibido.
-                  Además sos mentiroso. No mientas. No lo pediste. Claro, todo lo tengo que hacer yo, mientras vos miras por televisión, no importa ni que equipos jueguen, a veintidós pelotudos corriendo detrás de una pelotita…
-                  Pero no querida, te lo juro…
-                  ¿Juras? ¡Sacrílego! Ahora no tenés ni respeto para Nuestro Señor… No, si no tenés la mas mínima vergüenza. Degenerado. Me arruinaste el fin de semana. Te cagaste en nuestro aniversario… seguramente porque no te importa…
-                  Ale, te aseguro que lo pedí pero, más allá de eso, ¿te parece que esa pavada es tan grave como para arruinar el almuerzo de nuestro día?
-                  No ves que no entendés nada. El helado me importa un carajo, lo que me duele es la importancia que vos le das a nuestra relación que se está cayendo a pedacitos por tu falta de interés…
-                  ¿Nuestra relación se está cayendo a pedacitos por un helado?
-                  No, si vos sos más idiota de lo que decía mi madre… ¡Cuanta razón tenía cuando me aconsejaba que es mejor una mala persona que un bobo! La mala persona puede volverse buena, pero el bobo inteligente nunca… aulló mientras comenzaba a sollozar.
-                  Querida gracias por lo que me toca, pero ¿es para tanto? ¿a vos te parece que me olvide de todo? ¿No te compré acaso un hermoso ramo de rosas? ¿no viste lo que te puse en la dedicatoria de la tarjeta?
-                  Querés que te diga algo, jamás me gustaron las flores y siempre odie las rosas. Además todos los años tiré las tarjetas sin leerlas… si le debés poner a todas siempre lo mismo.
-                  ¿Y recién ahora me lo decís? Veinte años regalándote flores al pedo. ¿Por qué nunca me lo dijiste? ¿Por qué no sos clara? Cuando querés algo ¿Por qué no me lo pedís con todas las letras y directamente?
-                   Ves, a pesar de vivir juntos tantos años no me conocés. No es así. No funciona así. Vos solo tenés que darte cuenta ¿Cómo puede ser que no sepas lo que me gusta y lo que no me gusta? Ves, eso es porque no me querés, porque no me comprendés, porque ni siquiera te importo… solo te interesa lo que tiene que ver con vos y nada mas…  solo te sirvo para limpiar, cocinar, lavar, planchar, educar a tus hijos, coger y te digo –egoísta de mierda- que a partir de mañana dormís en el sofá. Te di mi vida y la tiraste a la basura. Dicho esto, se paró y se retiró llorando al dormitorio.
El se quedó sentado y sorprendido, cuando sonó el teléfono.
-                  Hola –escuchó del otro lado- le hablo de la Heladería el “Cucurucho Torcido”, ¿puede ser que Ud. haya pedido a media mañana medio kilo de helado de crema americana para la dirección Rocamora 1328? Porque el chico ya fue tres veces y no le quieren recibir el helado.
-                  Si yo había pedido el helado pero para la dirección Rocamora 328…
-                  ¿Quiere que se lo mande entonces?
-                  No, métaselo en el culo… eso sí, con pote y todo.

[i] Este cuento forma parte del libro “Para muestra basta un Cuentito” editado en enero de 2013

jueves, 16 de enero de 2014

CIMARRÓN



«Cuando me falten hombres para combatir a sus secuaces,
los he de pelear con perros cimarrones»
(frase de la misiva enviada por el General José Gervasio Artigas
en respuesta al General del Ejercito Portugués Carlos Federico Lecor,
Conde de la Laguna y gobernador de la Provincia Cisplatina, actual
Uruguay, ocupado por los portugueses, que le proponía la paz y honores
portugueses, si aceptaba la dominación lusitana) 

Nemesio Ceferino Sosa, vivía con su familia sobre un recodo cerca del rio, al norte de la Villa.
De una edad indescifrable, desgastado, bajo, flaco, encorvado, de tez morena y con un aspecto siempre sucio, se dedicaba a cazar y vender cueros de carpincho y plumas de garza.
Los últimos años le habían resultado difíciles, no sólo a él sino a todos quienes habitaban la Villa del Arroyo de la China y sus alrededores. Un hecho traumático había alterado totalmente su cotidiano vivir: la instalación de la Primera Junta de gobierno en Buenos Aires. 

A la primera reacción de adhesión por parte del cabildo local, le
siguieron intrigas y enfrentamientos que enemistaron a vecinos,
familias, hasta a padres e hijos y cuya base se resumía en la
oposición entre españoles y criollos.
Los choques fueron subiendo su nivel de violencia e incluyeron
desde la partida de la milicia entrerriana y de familias enteras para
defender la realista Montevideo, a la invasión de Michelena para
«recuperar» la ciudad para los realistas y el confinamiento de jóvenes
criollos o a su posterior liberación gracias a Bartolomé Zapata,
posiblemente el primer caudillo de características similares a los
que fueron apareciendo después a lo largo de la historia. Desde la
heroica victoria del capitán Quevedo sobre otros invasores, que
también participaban de la disputa: los portugueses… En fin…,
una tras otra se fueron escalonando diferentes acciones guerreras.
Todo se vivía intensamente e involucraba no solo a quienes directa
o indirectamente participaban de las disputas. 

No obstante Ño Nemesio, como se lo conocía en la zona, seguía con su actividad, mas allá de las huídas para esconderse en la isla cada vez que había una invasión. Porque el invasor no respetaba nada, se llevaba lo que podía, se propasaba con las mujeres y otras tropelías.
En cada ocasión, cuando iba al poblado a negociar el producto de sus ventas en el almacén de ramos generales, no perdía la oportunidad de acercarse a la pulpería.
Ño Nemesio llegaba montado en su pobre doradillo que parecía tan viejo y gastado como él.
La Villa era muy humilde, de construcciones bajas con aspecto de cobertizos, que rodeaban la plaza. Había muy pocas casas en las calles que arrancaban en ella. Algunos pocos jardines y sobre todo corrales, en medio de arbustos silvestres, cardales y pastos altos.
La pulpería, un poco alejada de la plaza, era un rancho con piso de tierra que apenas ofrecía un mostrador en el que un viejo gallego, muy acriollado, servía aguardiente o caña. Era un lugar para estar, tomar unos mates y conversar de las novedades de la zona. En el patio, al que daba una galería generosa, por las noches se podía jugar a la taba, se realizaban bailes y festejos.
Ño Nemesio una vez que terminaba su actividad comercial, siempre pasaba por allí. A medida que se iba acercando, comenzaba a estudiar los caballos que estaban atados en el palenque. Cada uno delataba a su dueño.
El apero, la montura y el animal mismo; daban la pauta de las características de quien lo poseía. Humilde, rico, engreído, en fin… todo se palpitaba antes de entrar. Alguna vez, prefirió seguir de largo.
Esta vez no había extraños y le alegró ver el alazán de Don Tercero Segura. Don Tercero, como su nombre lo indica, era el tercer hijo de su madre; pero no de su padre que tenía dos hijos más con otra mujer. Hombre mayor, había sido de los primeros que habitaron la zona aún antes de que se fundara la Villa, tenía algunas vacas y se dedicaba a las tareas rurales.
Últimamente, siempre lo encontraba. Hacía un tiempo había quedado viudo y no tenía hijos, por lo que sus visitas a la pulpería se hacían más frecuentes.
Ño Nemesio lo apreciaba porque se habían acompañado muchas veces tomando unos mates, relatando algunos pocos cuentos (cuando los había), pero –por sobre todo- habían compartido hermosos momentos de largos silencios.
Se le acercó, como siempre, y con un ademán en el sombrero pareció pedir permiso para sentarse a su lado. Don Tercero ni mosqueó. Espero respetuoso, hasta que una seña apenas perceptible, le concediera la licencia.
Notó el ceño fruncido, por lo que –dedujo- que el hombre no estaba bien.
Pasó un largo rato, hasta que Ño Nemesio disparó un «Ajhá»… y lo dejó ahí… flotando… en suspenso…
Allí se lo dijo, sin tapujos y pareció que al decirlo mezclaba tristeza, pena y rabia:
- Se me jue el Sargento…
- Pero que dice amigo… ¿Quién se le jue? ¿un melico?
- El Sargento, puejh, mi perro…
Después la pausa, el silencio.
- Si lo vimos nacer con la finada y también a su madre y a la madre de su madre… pero se jue, pué… no sabe amigo el dolor que tengo…
- Pero, Don Tercero, ya habrá otro perro que ocupe su lugar seguramente…
- No, no, usté no sabe lo compañero que era, el único que me quedaba… en el campo, en el rancho, para mí era un hermano, como el hijo que no tengo…
Dijo, mientras una lágrima trazaba un surco en su curtido rostro.
- ¿Y no salió a buscarlo?
- No, si yo me palpito con quien se jué…
- ¿Y con quién?
- Con los cimarrones pué… ¿no sabe que andan todos alborotaos con eso?
- Puej no, dígame…
- El comandante Artigas ha estado recorriendo rancho por rancho a tuitos los españoles, para que le digan de qué lado están y se definan. A algunos hasta los hizo llamar al cuartel.
- ¿Y...?
- Mire, Ño Nemesio, usté no sabe como es el comandante Artigas. Se convence a los gauchos, tapes, negros, mulatos, a los indios y ahora, hasta a los perros cimarrones…
- ¿No diga?
- Lojotros días, había un gallego que contaba que una banda de cimarrones se comió al asistente del capitán Mondragón, que era bien gordo…
- ¡No le puocrer!
- Pue creamé, ellos dicen que cuando un español se aparta de su regimiento en el campo y no lleva armas, los cimarrones lo atacan y se lo comen, como pan bendito y que eso es porque siguen las órdenes del comandante Artigas… Ya lo venía lechuciando yo, si andaba de lo mas alborotao últimamente y pa colmo loj otroj diaj cuando arriaba las vacas, vi a una banda de cimarrones cerca del rancho… y de seguro que el Sargento también los vio…
- ¿..?
- Y el muy desagradecido y sin corazón, se me jue con elloj…
- ¿Pero, Don Tercero, no le parece que por lo menoj fue a peliar por la causa e los criollos, que es una causa justa, «pa que naides sea mas que naides», como dice Don Pancho?
- ¿Así? ¡Que fácil es pa’usté! ¡Como se ve que el Sargento no era suyo! ¿no sabe que el muy el ingrato, se jue sin despedirse, pué…?


[i] Este cuento esta incluído en el material del libro “De aquí, de allá y de mi abuelo también (y va con yapa)”, editado en diciembre de 2011.

viernes, 10 de enero de 2014

EL CARANCHO


El fenómeno de la inmigración en nuestro país tuvo tal magnitud que impactó en la cotidianeidad de la vida en muchísimos aspectos. Entre las cosas que se vieron influenciadas estuvo la música popular. En un proceso de síntesis prodigioso, se reunieron desde los ritmos que aportaron los negros esclavos africanos, al tango andaluz y la habanera cubana. Así nació el tango argentino. Hay quienes afirman que su propio nombre tiene como origen el tambor sonoro de las reuniones de esclavos. También se sumaron nuevos instrumentos. A la guitarra inicial, se integró el violín, la flauta y a partir del 1900, el bandoneón. Con esa cadencia sensual, tiempo después ocurrió otro fenómeno espectacular: la aparición de un nuevo género de poesía popular que le puso letra a lo que durante años había servido solo para el baile. El tango logró amalgamar nostalgias, duelos, honor, abandonos y traiciones, quedando en él también enredados aportes de hombres y mujeres que le sumaron condimentos de lejanas geografías y que enriquecieron su ya notable expresión. El tango fue la voz misma del suburbio, de la calle, de los más pobres, de los más débiles, de los marginados; hasta que su propia fuerza lo hizo ingresar a los círculos de más alto nivel.
El tango es todo eso, igual que nosotros, los argentinos, pero para quienes vinieron desde tierras lejanas y comenzaron a ser cultores significó  algo muy especial y una forma más de asimilarse a la nueva realidad.
De uno de ellos se trata esta historia.
Giuseppe había llegado desde su Soragna natal hasta Buenos Aires, corrido por la pobreza, la falta de futuro, sus pocos años, su filiación socialista y el amor por una mujer inalcanzable.
Casi de lastima consiguió un lugar en la carbonería de Basilio, otro inmigrante que con mucho esfuerzo y ya entrado en años había podido hacerse de alguna posición.
Giuseppe trabajaba en su carbonería. ¿Su tarea? Llenaba de carbón las bolsas, las ponía sobre sus hombros y las cargaba en los carros para sus destinos. También lo hacía con papas. Dormía en el fondo, sobre las mismas bolsas.
Pero había algo que movía su vida, su existencia, un deseo irrefrenable de ser parte de un mundo diferente, un mundo que veía todas las noches a escondidas, cuando se escabullía y entre las sombras de la noche, espiaba en el burdel del bajo aquel ambiente totalmente extraño, pero –a su vez- cautivador y subyugante.
El lugar lo había atrapado como una telaraña lo hace con su presa.
Se deleitaba viendo bailar aquella danza –el tango- donde los cuerpos se movían y se entrelazaban convirtiéndose en uno solo, de una manera sensual y hasta erótica. El anhelaba ser parte de aquel ambiente totalmente ajeno a su tradición que lo tenía cautivado, que lo excitaba. Veía a compadritos y damiselas como protagonistas de una historia fantástica y continuada.
Con el tiempo llego a averiguar el nombre de muchos… al Pardo Abadie, el Oriental Morelo, el entrerriano Hereñu o la turca Feisal, la francesita Ivete o la cubana Anita.
En su mente se imaginaba que formaba parte de todo aquello, ya que lo compartía en secreto, a escondidas y a la distancia. Su mayor deseo, su sueño era ingresar en él, pero no a escondidas, por la puerta grande, como hacían los guapos… ¡Que no daría por lograrlo!
Y sucedió.
En una oscura noche luego del baile vio a la salida del boliche que unas sombras atacaban al Pardo Abadie, que se marchaba solo como era su costumbre. Sin atenuantes, por la espalda, traicioneramente y sin darle posibilidades, allí mismo lo cosieron a puñaladas. Dios sabe por qué.
Escondido y aterrado vió aquella escena. Lo impactó terriblemente.
Se quedó observando y poco a poco, temerosamente, se fue acercando al cuerpo inerte antes de que nadie se diera cuenta. Se quedó allí, mirando aquella bolsa de huesos y carne sangrante, en que se había convertido el admirado guapo, hasta que un rayo de luna hizo brillar algo. No le prestó atención al principio, pero después se hizo notable. Se acerco aún más al cadáver y vio que lo que brillaba era la empuñadura –de plata- de un precioso y descomunal facón que jamás llego a sacar para defenderse. Lo contempló admirado hasta que no pudo resistir la tentación de quitárselo. Se lo llevó.
Después, corrió y corrió hasta perderse otra vez entre las sombras. Llegó a la carbonería agitado y nervioso. Lo miró un largo rato más y finalmente lo guardó cuidadosamente como lo que era para él: un tesoro.
Al día siguiente, todo volvió a ser igual. Su rutina continuó como si nada la hubiera alterado.
El trabajo, sus escapadas, espiar el boliche y su deseo irrefrenable de ser parte de aquella fantasía, donde la música del tango lo enloquecía como una droga, donde aquellas mujeres (que veía de lejos) lo excitaban hasta la lujuria, hasta la erección.
En aquel momento se juró, a si mismo hacer realidad aquel deseo.
Como fuera y costara lo que costara. Hizo más austera su austera vida.
Casi ni comía para poder ahorrar unas monedas. El objetivo: aparecer como uno más de los guapos que iban al boliche.
¿Qué necesitaba?: sombrero, camisa, pañuelo, saco, pantalón, botas…todo, todo lo que él veía en los que eran sus ídolos, sus personajes admirados y soñados.
Pero, además, bailar tango… practicó una y otra vez abrazado a una escoba los movimientos que de tanto espiar el burdel, sabía de memoria. Cortes, quebradas, todo, todo tenía que estar en condiciones. No escatimó esfuerzos para lograrlo. Moneda a moneda, disputa a disputa por cada centavo, compra a compra fue acumulando y acumulando, para conseguir cada uno de los enceres que lo integrarían al mundo del tango. Del tango de compadritos. Del tango argentino.
Su pobreza se multiplicó, pero también se multiplicó su capacidad de ahorro.
Poco a poco y uno a uno fue comprando los elementos que lo llevarían a su sueño.
¡Cuánto costó elegir el pantalón o el saco o la camisa o las botas...!
Hasta que llegó aquel soñado día: Tenía todo lo que hacía falta.
Se vistió cuidadosamente, se perfumó y antes de salir le vino a la memoria su tesoro: aquel facón, con empuñadura de plata que tenía escondido. Lo lustró hasta dejarlo reluciente, tal como lo tenía el Pardo.
Giuseppe –que jamás había peleado y mucho menos tenido un duelo criollo se cruzó en el cinto aquella daga. Casi una joya que había guardado por tanto tiempo. Era el broche final. Así marchó a la milonga.
¿Cómo le fue? Extraordinario. A pesar de su falta de «chamuyo», tomó, bailó y hasta llegó a congeniar con una jovencita que estaba en el fondo y con ella pudo vivir una experiencia de amor más maravillosa aún que la de sus sueños. Todo, todo se dió en aquella noche mágica e interminable.
Salió del boliche en medio de una ensoñación y la oscuridad (su vieja compañera y aliada de tantas oportunidades) le pareció cálida y amiga.
Comenzó a caminar, despacio y como saboreando cada paso de aquel momento que había imaginado tantas veces… como para prolongarlo… como para que no termine nunca, hasta que lo sintió. Un dolor agudo, tremendo, terrible e interminable en la espalda…
Cuando cayó al suelo dolido, sorprendido y exhalando su último suspiro alcanzó a escuchar como lejanas dos voces…
- Por fin lo encontramos al maldito cobarde que asesinó al Pardo por la espalda.
- Nuestro padre no merecía esa muerte…
- El cuchillo lo delató.
- ¡Suerte que vimos brillar su empuñadura!



4 Este cuento está incluido en la «11ra. Antología Anual Especial 2010» de poesía y narrativa breve de Ediciones Raíz Alternativa.
Este cuento esta incluído en el material del libro “De aquí, de allá y de mi abuelo también (y va con yapa)”, editado en diciembre de 2011.

jueves, 2 de enero de 2014

DON RICARDO

        
           Ceferino Sosa vivía en el rancho que había construido su padre en un recodo, cerca del río, al norte de Concepción del Uruguay. De una edad indescifrable, gastado, bajo, flaco, encorvado y de una tez morena que delataba la parte india de la sangre que corría por sus venas.
Ceferino había peleado en todas y cada una de las batallas para las que había sido convocado. Bajo las órdenes del general Ramírez (nadie se atrevía a llamarlo Don Pancho), de Gregorio Piriz, de Anacleto Medina, de Urquiza, de Ricardo López Jordán, fue protagonista de tantos, pero tantos entreveros, que hoy –en el ocaso de su vida- se sentía perdido.
Su mujer, Marcelina Báez, más joven que él, tenía baja estatura y piel cobriza. Regordeta y fuerte, era quien había criado a los once hijos que fueron concebidos cada vez que Ceferino tenía alguna licencia. Con ellos pudo mantener la huerta, pescar, cazar nutrias y carpinchos (comer su carne y negociar sus cueros) o vender plumas de garza. Ella era destreza.
Ella era valor. Ella era el verdadero horcón de aquel rancho.
Nunca hubo cariño, tal vez compañerismo y ahora ni eso quedaba.
Solo distancia, distancia y respeto.
Día tras día, desde su retorno de la guerra, Ceferino –como perdidose quedaba horas bajo el alero del rancho con la mirada sin rumbo hacia un horizonte vacío, mientras toda su familia realizaba los duros trabajos para subsistir. Era un extraño allí. Fuera de lugar. De SU lugar. A pesar de que no lo expresaba, así se sentía. Era muy difícil que dijera palabra alguna. Sus hijos, los más grandes ya mozos, casi ni le hablaban. Quizás por respeto o a lo mejor por miedo. Solo lo observaban, como si fuera un objeto más del austero paisaje, un árbol viejo y seco que ya no servía ni para sombra.
Hasta aquella mañana.
Tanto Marcelina, como los jóvenes habían salido al amanecer para realizar sus labores y ella regresaba a media mañana para preparar la comida, cuando lo vio.
Ceferino, había abandonado su letargo y estaba preparando dos caballos y todo lo necesario para irse.
Había buscado su gastada chaquetilla de campaña, el sable, una vieja tercerola rapiñada en quien sabe cual entrevero y la tacuara.
Cuando llegó frente suyo lo miró incrédula.
El solo le dijo:
- Don Ricardo me llamó.
Ella no pudo más que exclamar:
- ¿Qué le llamó Don Ricardo? ¿y pa’que querría Don Ricardo a un viejo que ya no sirve pa’ná?
El siguió en lo suyo.
- Usté no va a volver a la guerra, eso es pura roña y maldá. Usté tiene que quedarse acá y ayudarme con el rancho ¿no ve acaso que no puedo más?
El silencio fue toda su respuesta.
- Muerto, degollau, podrido… podrido por dentro y por juera, así le van a dejar…
Ni siquiera la miraba.
- ¡Don Ricardo...! ¿Qué le importa lo que dice ese loco que también se ha escapao cuando se la vio perdida?
El apero, las vituallas, la ginebra… todo lo iba a acomodando parsimoniosamente.
- ¿y acaso Don Ricardo piensa en la mujer del soldao? Yo quiero tener un hombre en casa, aunque sea resertor, no me importa…
Detuvo por un momento su actividad. La miró y volvió a decir:
- Don Ricardo me llamó.
- ¿Pero pa’qué? ¿Pa’una guerra ya perdida le llamó? ¿Pa’eso?
Otra vez silencio. Marcelina le dio la espalda e ingresó llorando al rancho. No hubo despedida. No lo vió partir.
Cuando el sol comenzó a esconderse, uno a uno fueron llegando los gurises.
- Mama ¿y el Tata, ande está?
- El Tata tuvo q’irse
-¿Ande?
- Don Ricardo le llamó
-¿Pa’qué? ¿no está muy viejo pa’peliar?
- Don Ricardo le llamó, fue nuevamente la respuesta.
Cuentan algunos, en los boliches de Entre Ríos, que en las orillas del arroyo Don Gonzalo, en el departamento de La Paz, fue el entrevero mas grande entre las tropas regulares del Ejército del presidente Sarmiento y las de la rebelión del general Ricardo López Jordán y -comentan- que hubo un jinete que emprendió con furia contra los modernos y desconocidos «remintones» (1) que escupían fuego sin parar. Solo uno que -en medio de una carnicería- llegó con la lanza en las manos, hasta la trinchera porteña.
Solo uno que batió a un enemigo ensartándolo a la vieja usanza montonera.
Dicen que estaba muerto antes de atropellar, cosido por decenas de balas; pero igual cargó. Algunos sostienen que fue el espíritu de su abuelo charrúa el que lo condujo y lo mantuvo firme sobre el caballo, pero -en realidad nadie sabe cómo lo hizo. La derrota fue total. Dicen, en los boliches de Entre Ríos, que se llamaba Ceferino. Ceferino Sosa y que era de los pagos de Uruguay.

(1) Los«remintones» se refiere al armamento Remington que fue estrenado el 9 de diciembre de 1873 por los generales Gainza y Vedia que derrotaron a las tropas federales del General Ricardo López Jordán en la Batalla de Don Gonzalo haciendo estragos entre los jordanistas.
Estas armas sorprendieron a los revolucionarios, ya que –al ser a repetición no dejaban tiempo para la carga de caballería que (antes) se hacía entre carga y recarga de los antiguos fusiles; lo que transformó la lucha en una verdadera carnicería y prácticamente fue el fin de una manera de pelear. El presidente Sarmiento, además de los fusiles a repetición Remington, importó -desde los Estados Unidos- revólveres Colt, cañones Krupp y ametralladoras Gatling; con el objeto de amar de modo tal a la tropas nacionales que terminara para siempre con el federalismo montonero.

* Este cuento ganó una segunda mención en el Certamen Provincial de Poesías y Cuentos Cortos «Héctor de Elía» en su edición 2011, organizado por la Escuela Media 8 de Colonia Elía (E.R.).

Este cuento esta incluído en el material del libro “De aquí, de allá y de mi abuelo también (y va con yapa)”, editado en diciembre de 2011.