jueves, 26 de junio de 2014

EL DESAFÍO

 

Uno de los hechos traumáticos que surcaron la primera mitad del siglo XX, fue la guerra civil española y si bien se privilegia el recuerdo de la ayuda desde lo humanitario y lo material; otra fuente de solidaridad vital hacía falta: para una guerra larga como se preveía en la península eran necesarios muchos combatientes.
En esta situación partieron voluntarios, hombres comprometidos con la causa española. Algunos convocados y organizados por el Partido Comunista o los sindicatos; otros, militantes republicanos o socialistas. La mayoría en grupo y otros lo hacían solos, incluso costeándose el pasaje o siendo ayudado por amigos. Alguna vez leí que Argentina fue el segundo país, luego de Suecia, que más ayuda brindó a la España Republicana durante el conflicto bélico.
Esta enorme movilización, iba de la mano con el enfrentamiento ideológico al fascismo y al nazismo y se vestía con una estela romántica a la aventura de “ir a defender la República, que era defender la libertad”.
Los Álvarez, mi familia materna, no podían quedar ajenos a todo lo que estaba ocurriendo. El tema era motivo permanente de conversación y el seguimiento de las noticias se convirtió en una costumbre casi enfermiza.
Habían llegado hacía más de veinte años, desde Asturias y de la casi docena de niños nacidos del matrimonio, solo dos eran argentinos,  los más chicos, el tío Isolino y mamá.
De ellos dos eran mujeres. La mayor, Elena, ya casada no vivía mas con ellos y el resto eran un puñado de varones jóvenes que –a través de las lecturas- idealizaba a aquella España que el abuelo Manuel había abandonado, con la idea de no retornar jamás.
En la casona de Zarate se produjo el incidente.
La gran mesa, donde tenían que estar todos y no podía faltar nadie, era servida por la única mujer que habitaba la casa: Estrella (mi madre). La abuela Casilda había fallecido de un ataque de presión y ella, apenas una adolescente, había quedado –como era costumbre en la época- a cargo del cuidado de los varones.
A su alrededor se suscito la escena.
Se hablaba de cosas triviales, cuando Enrique disparó:
-      Padre, la guerra es inminente.
Don Manuel no lo miró y siguió comiendo.
-      Padre, no podemos permanecer ajenos, insistió.
Sus hermanos escuchaban atentamente, sin abrir la boca. Conociendo el carácter de Manolo, nadie se animaba. Entonces volvió a la carga.
-      Padre, voy a alistarme para ir a luchar.
Recién allí Manolo levantó los ojos del plato y lanzó una mirada que mezclaba una serie de raras sensaciones. ¿A quién observaba? ¿Quien era su hijo? ¿Un romántico, un incauto, un inocente o un valiente?
-      Padre, ya tengo todo pensado. La gente del frigorífico incluso está alentando a los solteros a que nos sumemos a las brigadas internacionales… padre, pondremos fin al fascismo…
-      Tú no sabes lo que dices, fue la escueta expresión que le devolvió como respuesta. El clima de la mesa se volvió mucho más espeso que el potaje que estaban consumiendo.
-      ¡Como que no, Padre! Estoy hablando de pelear por la libertad.
-      No sabes de lo que hablas, ni te imaginas lo que es una guerra; respondió, demostrando que la presión comenzaba a subirle lenta pero inexorablemente. Sus ojos recorrieron los rostros de cada uno de sus otros hijos, tratando de adivinar lo que había en aquellas mentes y vio la expectación en ellos. Estaba en juego mucho más que una mera charla de mesa.
-      Tú no estás preparado para algo así, remató.
-      Padre, disculpe que le diga, pero no sabe lo que dice… a pelear se aprende y yo aprenderé y lucharé como el mejor. La victoria será nuestra.
-      Lo que precisamos es que Usted luche, como lo hacemos todos nosotros, para que la comida llegue a la mesa, para poder vestiros, para poder tener un futuro mejor… ¿o porque se cree que estamos aquí y no en Asturias?
-      Padre, la Patria está llamando… replicó Enrique.
-      Ninguna patria lo llama, patria es el suelo que está pisando y tú, tú no estás preparado para algo así.
-      Pero, Padre…
-      ¡Basta, coño...! dijo Manolo y se paró. Su mirada recorrió nuevamente uno a uno a cada uno de sus hijos y terminó clavada en él, mientras sus ojos –rojos- ya reflejaban una furia poco común.
Entonces gritó:
-      ¿A si? Así que Usted cree que está preparado para “defender la libertad”, como dicen esos charlatanes del frigorífico, así que Usted abandonará a su familia para enfrentar al fascismo, así que Usted cree que la guerra es algo hermoso, romántico, heroico…
-      Por supuesto, Padre, replicó Enrique.
-      En una guerra todos pierden, la única que gana es la muerte, la miseria, el hambre, la destrucción y el sufrimiento.
-      ¡Pero por algo que vale la pena! Respondió, para afirmar luego:
-      … y le digo una cosa, ya estoy decidido, me voy.
-      Usted no sabe de lo que habla, dijo Manolo, y agregó
-      Venga conmigo.
Comenzó a caminar hacia las habitaciones, con Enrique detrás. El resto de la familia observaba la escena sin participar, expectante, sin respirar casi, sin tomar partido.
Cuando llegó frente a la pieza de Enrique, antes de entrar, se sacó el saco e hizo un ademán para que el joven también ingresara. Luego cerró la puerta con llave. Todos se apiñaron frente a ella, tratando de escuchar y escucharon. Escucharon una pelea, que digo pelea, una paliza. Una tremenda paliza. Nadie contó los minutos, pero al cabo de un buen rato, la puerta se volvió a abrir. Don Manolo, miró a todos con tranquilidad, uno a uno, y mientras se ponía el saco dijo:
-      Joder, lo dicho, no está preparado…
Cuando caminaba nuevamente hacia la mesa, seguido por el resto de sus hijos, remató:
-      Enrique no se va… 




[i] Este cuento forma parte del libro “Para muestra basta un Cuentito” editado en enero de 2013

jueves, 19 de junio de 2014

EL VISITANTE

Poco quedaba de aquella chica ocurrente, atractiva y deliciosa que solía ser y la actualidad la encontraba taciturna y solitaria. Inteligente, demasiado inteligente. Las mujeres que son así asustan a los hombres y eso le había ocurrido a Clarita. Había bajado los brazos en la pretensión de ser feliz, como había soñado, formando una familia, con amor, hijos y un trabajo profesional para el que también se había preparado. Ahora solo buscaba tratar de hacer su vida lo más llevadera posible. Pensaba que a su edad, había quedado fuera de carrera y que ya no podía acceder, sino el descarte; y ella creía que no lo merecía. Siempre aspiro a más y ahora se replanteaba–como dice el popular refrán- si no era “mejor estar sola, que mal acompañada”. “Se me pasó el cuarto de hora” solía decir. Por eso no tenía deseos de iniciar nuevas relaciones. No obstante, Ana María –su mejor amiga- la seguía incitando a que no se deje estar y le vivía organizando citas, programas o salidas, que en su mayoría no aceptaba. Se sentía sin ánimo, triste, decaída. Durante un día no tuvo ganas de atender el teléfono. Recién a la mañana siguiente lo hizo y recibió la llamada de su amiga.
-      ¡Lo encontré...!
-      ¿Qué es lo que encontraste?
-      El hombre ideal, el hombre para vos.
-      ¿Cómo sabes que es así y si fuera así, porque no te lo quedaste vos?
-      No digas pavadas, sabes que mi relación con Juan no la perdería por nada y –además- te estoy hablando de un primo lejano –José Pereyra- que ni recordaba, pero que se contactó porque vino a la ciudad trasladado por su empresa. Joven como nosotras, inteligente, no es Brad Pitt pero tiene lo suyo… y tiene tantas, pero tantas cosas en común con vos que te va a encantar…
-      ¿y cómo es que no tiene una relación?
-      La tenía, pero –por lo que me contó- acaba de perderla.
-      Entonces es un desecho mas…
-      No, todo lo contrario, el tiempo les hizo descubrir las pocas cosas en común que tenían y lo suyo se convirtió en una rutina que no quería ninguno de los dos. Así, después de varios años, se acaban de separar. Es una frustración y por eso está vulnerable… creo que es especial para vos y está en un momento clave para el ataque.
-      ¿así?
-      Es más, le dí tu dirección y número de teléfono. Seguro que te contactará y si es así, por favor no lo eches a perder. Preparate. Te lo digo porque te quiero, aún si en una primera impresión, no te llama demasiado la atención, avanzá, porque –yo que lo conozco- te puedo asegurar que es justo para vos. Si hay onda, no dudo que será el hombre de tu vida.
La conversación terminó y Clarita quedó con una sensación extraña. ¿Y por qué no? ¿Y si no fuera tan tarde como ella creía? ¿Porque no intentarlo? ¿Que podría perder? Todo el día pensó en eso. Por las dudas se preparó, nunca se sabe cuando y donde salta la liebre.
Al atardecer sonó el timbre. Como mujer sola e influenciada por el peligro que repiquetea de la inseguridad, jamás abría la puerta sin mirar primero por la mirilla. Así lo hizo y lo vio, parado frente a su puerta. El candidato respondía tal cual a las especificaciones de Ana María. Se inspeccionó en el espejo. Tan mal no estaba. Se miró la cola y aprobó su aspecto. ¿Qué haría? Era la primera vez y no quería dar una mala impresión, no lo dejaría entrar. Lo atendería en la puerta y vería como se daban las cosas.
Abrió y el joven se presentó:
-      ¿Seguramente Ud. es Clara? Mire, no me conoce, me llamo José y tal vez ya la han llamado por teléfono para hablarle de mí…
-      Efectivamente, ya me adelantaron de que podría recibir su visita…
-      Bueno, en realidad le voy a confesar que quería ver con que me encontraba…
-      ¿y –le dijo sonriendo y tratando de poner su cara más seductora- cuál es la impresión?
-      Buena, muy buena
-      Vaya, que rapidez…
-      Mire, Clara ¿me permite decirle así?
-      Por supuesto…
-      Soy muy sincero y frontal. Soy una persona muy perceptiva y no me gustaría estar en un lugar donde no me encuentre a gusto…
-      Me parece muy bien, porque pienso igual…
El intercambio que parecía una estocada tras otra, comenzó a entusiasmarla. El prospecto parecía bueno y el diálogo avanzaba.
-      Por lo que vislumbro el departamento es amplio, pero el color no me parece que va con su personalidad
-      ¿le parece? ¿porque lo dice, si no me conoce?
-      No lo crea porque –además de lo que me han contado-  me parece una mujer totalmente vital y creo que viviría mejor rodeada de tonos más alegres… el entorno nos ayuda a conformar nuestros estados de ánimo…
-      ¿no me diga?
-      Por ejemplo ¿Qué color es el que más le gusta?
-      Bueno, a mi me gusta el rojo…
-      Pero, ¿sabe qué? No comparto la elección. El rojo es un color violento, descubre una necesidad afectiva y va de la mano con una solicitud casi desesperada de llamar la atención. Es virulento. No se lo aconsejo. No va con usted. Usted no es así.
-      Y que color cree Ud. que daría mejor con lo que intuye que soy.
-      Yo buscaría un color pastel… salmón, tal vez… que le dé calidez y le brinde abrigo, ternura, seguridad…
A medida que avanzaban en la conversación Clarita se entusiasmaba cada vez más. El dialogo le parecía raro, pero inteligente y original. No era superficial, así que se decidió a avanzar decididamente.
-      ¿y Ud.?¿que me puede decir de Ud.?
-      No tengo demasiado para contarle, solo que pongo el mayor empeño en lo que hago y me propongo poder satisfacerla, es más, quiero que los dos quedemos conformes.
-      ¿No es demasiado pretencioso?
-      Creo que no, que lo logre o no, es otra historia.
-      Está bien, José ¿puedo llamarlo así?
-      Por supuesto
-      ¿Cómo seguimos?
-      Mire Clara, solo pasé para ver si me interesaba o no seguir adelante, me gustaría volver en otro momento y para interiorizarme con más detalle a que me estoy enfrentando.
-      Me gusta que sea tan puntilloso y no quiera avanzar si no está seguro. Soy igual y pienso que podríamos volver a vernos. ¿Qué tal mañana, por la tarde? ¿le parece?
-      No hay problema, me parece perfecto, pero hay una cosa que me llama la atención.
-      ¿Qué es eso, José? ¿le parece que vamos demasiado rápido?
-      No, no. Me parece extraño que no diga hasta dónde quiere llegar, ni cuál es el costo.
-      No sé, no tengo límites y si el costo lo vale, no importa.
-      ¿Entonces no quiere conocer el presupuesto, antes?
-      ¿Qué...? ¿Qué me quiere decir? ¿A qué se refería con eso de “hasta donde quiero llegar” y que es eso del “presupuesto”? ¿no será lo que sugiere, no es cierto?
-      Mire Clara, quiero ser franco con Ud., no la quiero engañar; pero –en realidad- esto es una actividad habitual y complementaria a mi trabajo principal y si, siempre cobro.
-      José, quiero creer que no entiendo lo que dice, porque sino pensaría que Ud. me ofende.
-      Lamento que lo interprete de esa forma, pero yo hago las cosas así y sin excepciones.
-      ¡Váyase… váyase de aquí! No quiero volver a verlo, le dijo mientras cerraba de un portazo la entrada del departamento.
El mundo se vino al suelo. Le decepción se apoderó de ella y lloró desconsoladamente. ¿Cómo Ana María había pensado que había caído tan bajo? ¿Cómo fue capaz de hacer algo así? ¿Sería por lástima? Odiaría que fuera ese el motivo. Seguramente inventó todo lo del pariente para disfrazar la situación. Amor por dinero no era lo que ella quería. Se negaba a eso. Le repugnaba.
Agobiada por una mezcla de bronca, desilusión y tristeza se dejó caer en el sillón de la entrada. Fue entonces cuando volvió a escuchar el teléfono. Lo dejó sonar, no se sentía en las mejores condiciones para responder y no lo hizo. Dejó que el contestador se hiciera cargo.
-      Clarita ¿Cómo anda mi hermanita querida? Mira, no tengo mucho tiempo y he tratado de comunicarme con vos durante todo el día y no he podido. Te cuento rapidito. Como te vi medio depre los otros días pensé que lo mejor era un cambio y se me ocurrió renovar un poco tu departamento pintándolo, así que te mande a un muchacho amigo para que te alegre un poco las paredes. Por lo que me dijo, te irá a visitar hoy mismo, es poeta y medio excéntrico, pero pinta bien, José, José Domínguez se llama. Por el costo no hay problemas, es un regalo mío.


[i] Este cuento forma parte del libro “Para muestra basta un Cuentito” editado en enero de 2013

jueves, 12 de junio de 2014

INOCENTE


Era costumbre del profesor de Procesal Penal organizar este tipo de visitas. Este año me tocó a mí ir a la cárcel de Olmos cerca de la ciudad de La Plata. No me atraía el Derecho Penal pero era un paso que tenía que cumplir para llegar a mi título de abogado.
La fama que precedía al lugar era realmente aterradora, pero una visita de alumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad local era bien vista y recibida tanto por las autoridades como por los internos.
Luego de un paseo que –sospeché- estaba pulcramente armado, nos quedamos en una sala de espera en donde debíamos aguardar al miembro de los servicios penitenciarios que nos daría una charla.
Aquello me parecía un teatro preparado para hacernos ver algo que estaba muy lejos de ser una realidad para todos quienes estaban entre rejas, entonces, sin que lo adviertan ni mis compañeros ni quienes nos acompañaban, traté de escaparme, de salir de allí.
Debo confesar  que no fue fácil y a poco de escabullirme de aquella habitación me perdí en un escabroso laberinto. Iba caminando por un sucio y solitario pasillo, cuando salió a mi paso un preso.
-        ¿Qué anda haciendo por acá? Usted no puede estar por estos lugares. Esta completamente vedado para los visitantes.
-        No sé cómo llegue aquí, pero estoy con el contingente estudiantil y me perdí ¿no podría indicarme como salir?
-        Como puede irse sí, pero como salir no es tan fácil y si lo supiera ya lo hubiera hecho yo -me dijo con una triste sonrisa- y agregó no se haga problemas que yo le indico.
Así lo hizo. Solícito, servicial y educado, el tipo me cayó bien y me atreví a preguntarle:
-        Disculpe si me entrometo en lo que no debo, pero ¿que hizo usted para estar aquí?
-        En realidad no hice nada. Estoy condenado por un equívoco y porque no pude demostrar mi inocencia. En realidad yo soy solamente un testigo pero nadie me creyó. Es más, ni aún ahora me creen.
Seguramente en mi cara descubrió incredulidad y entonces continuó.
-        Si no le molesta quedarse un ratito mas, le cuento. No tengo mucha compañía y su presencia tal vez no sea una casualidad sino que el destino lo puso para que sea la primera persona que me crea.
-        No hay problema, le dije, no tengo apuro.
Me señaló un banco de madera que estaba un poco más adelante y nos sentamos. Allí comenzó su relato.
-        Uno de mis grandes amigos era el doctor Martín Olivera. Tal vez lo haya escuchado nombrar porque era muy conocido. Un gran tipo, cordobés él, cardiólogo y un investigador de aquellos. Un día fue a buscarme al departamento donde vivía y  dijo que me necesitaba para algo tan importante que podía transformar la vida en el mundo y que solo confiaba en mí. Si bien me pareció una exageración, sabía de su inteligencia y capacidad científica, por lo que consideré que lo que me decía podía ser cierto.  Entonces Martín agregó, prométeme “Ciego” que cuando te llame vendrás sin poner ningún tipo de reparo y lo más rápido que puedas. En lo que te necesito, hasta los segundos cuentan. Le dije que sí. Estaba convencido de  que se lo debía y que –además- era un honor que mi amigo me dispensaba al tenerme semejante confianza.
-        ¿Qué tiene que ver eso con estar aquí y supongo que condenado?
-        Tenga un poco de paciencia y verá como se sucedieron los hechos, me dijo. Entonces, hizo una pausa y luego prosiguió:
-        El tiempo pasó y como no tuve novedades, pensé que el tema estaba superado; pero no fue así. Meses después, una tarde recibo el llamado de Martín que me dice entre agitado y entusiasmado: “Ciego, estoy en la morgue judicial, vení rápido que llegó el momento”.  Tomé un taxi para llegar al lugar lo más rápidamente posible. Me recibió en la puerta del edificio sumamente excitado y me condujo hasta una pieza donde había una gran camilla con un cadáver. A su alrededor observé una enorme cantidad de instrumental y frascos con líquidos. Cerró la puerta con llave y me dijo: “Vas a ser el testigo de uno de los descubrimientos más extraordinarios en la historia de la humanidad. Este hombre, falleció electrocutado hace poco menos de media hora y volverá a la vida, gracias a un descubrimiento que hice y que revolucionará la medicina”. Tal vez mi cara de asombro hizo que mientras manejaba con destreza jeringas y líquidos, agregara “no se puede hacer en los casos en los que hay tejidos muy dañados, pero en infartos o muertes causadas por electricidad, por ejemplo, es totalmente efectivo”. 
-        ¿No era más fácil filmar el hecho o llamar a un equipo de especialistas para que corroboraran el éxito de su experimento?
-        Tal vez usted tenga razón, pero Martín desconfiaba de todos y estaba convencido de que su descubrimiento era tan enorme que cualquiera sería capaz de matar para conocerlo, así que mantuvo toda su investigación en secreto y esta iba ser la primera vez que lo iba a probar en un humano. Para el caso, entonces, lo único que se le ocurrió fue convocar a su mejor amigo –yo- para que sea testigo del acontecimiento y pueda dar testimonio, junto con la presencia física del resucitado.
-        ¿Y entonces...?
-        Entonces continuó con el procedimiento mientras me contaba “este hombre murió electrocutado por propia voluntad, luego de asesinar a su infiel mujer; el hecho fue tan rápidamente descubierto, que lo hizo ideal para mi experimento, porque no deben pasar más que una cantidad determinada de minutos entre el momento en que el corazón se detiene y el comienzo del proceso de resurrección”.
-        Debo confesarle que esto que me está contando es muy difícil de creer…
-        Es cierto, yo pensaba lo mismo cuando estaba en aquella habitación, pero escúcheme, porque todavía falta lo más importante. Martín tuvo éxito y a la media hora el cadáver comenzó a tomar color y a perder la palidez propia de la muerte y al fin ocurrió: el cadáver respiraba. Mi amigo, emocionado, me abrazaba mientras gritaba: “¡funciona, funciona!”. El muerto, que ya no lo era, abrió los ojos sorprendido y comenzó a balbucear, hasta que en forma totalmente comprensible preguntó: “¿Cómo llegue aquí?”. Martín entre emocionado y orgulloso le empezó a explicar todo. El paciente se sentó, mientras comenzaba a mover las manos y las piernas; en tanto escuchaba detenidamente los detalles, tanto de las circunstancias en que había fallecido, como del milagro que le había permitido volver a la vida. Su cara se fue transformando y de pronto comenzó a llorar desconsoladamente. Entonces le preguntó a Martín si era él el único en el mundo que podía realizar ese procedimiento. Ante la afirmación de mi amigo, el paciente tomó un filoso bisturí, se abalanzó sobre él y lo clavó en su corazón no sé cuantas veces mientras gritaba “Usted es peor que un asesino ¿Quién se cree, Dios? ¡con que derecho me quitó la posibilidad de morir!”. Cuando vio inmóvil a Martín comenzó a clavarse la improvisada arma en el cuerpo. No habían pasado más de cuarenta y cinco minutos y yo había vivido desde aquella maravilla de ver a alguien volver de la muerte a estar aterrorizado frente a dos cadáveres ensangrentados.
-        ¿y entonces?
-        Entonces, comencé a gritar pidiendo auxilio, porque estaba encerrado.
-        ¿Y qué pasó?
-        Aquí estoy, condenado a cadena perpetua por el asesinato de Martín. Fui el único testigo de todo lo ocurrido pero no pude convencer a nadie de que el asesino era el muerto. Por favor, por lo que más quiera en el mundo dígame ¿Usted me cree?
-        S…i… si…, le dije sin demasiada convicción.
Me miró a los ojos con decepción y me dijo:
-        No, me engaña. Es uno más de ellos. Si usted hubiera sido el juez, también me condenaba. Dio media vuelta y se perdió entre los mugrientos pasillos de la cárcel. 




[i] Este cuento está incluido en la «Antología Anual Especial 2012» de poesía y narrativa breve de Ediciones Raíz Alternativa.
Este cuento forma parte del libro “Para muestra basta un Cuentito” editado en enero de 2013

jueves, 5 de junio de 2014

PERSIGUIENDO AL PAYADOR


A mi sobrino Nahuel

Como todos los sábados, cuando estoy en Concepción del Uruguay, la cita de las 11 de la mañana es una obligación. Confitería Rys, encuentro de amigos, charlas, discusiones y cuentos con el pretexto de un vermut.
-          Ciego, no te he visto en toda la semana ¿otra vez de viaje?
-          Si. Vos sabes que la Cooperativa se está expandiendo intentando crecer para sobrevivir y soy el responsable comercial, así que tengo que poner el hombro como nadie. El trabajo es duro, pero vale la pena. Estamos protegiendo la fuente de trabajo.
-          Más que poner el hombro, ponés el culo…  en el auto, digo… aportó risueño José.
-          No sabés la razón que tenés, le respondí, apoyando su broma.
-          Parecés cansado, reflexiona Julio.
-          La verdad es que cansa, pero –como decía el paisano- sarna con gusto no pica y a mí me gusta lo que hago.
-          Anda… dejate de joder… si vos viajas gratis y haces turismo a costa de la empresa… tirotea Eduardo, desde la otra punta de la mesa.
-          Te quiero ver a vos, sin sacar el culo del auto y cuando llegas a cada lugar tener que estar diez puntos para convencer a un vendedor que se sume a una empresa como la nuestra, del interior, desconocida, sin publicidad y sin ofrecer las mejores condiciones…
-          Dicho así, parece que solo a un estúpido podés convencer.
-          Fijate que no, que muchas veces solo con honestidad y diciendo las cosas como son, se convence a la gente…
-          ¿eso es lo que hacés?
-          Eso es lo que hago.
-          ¿Y de donde podes demostrar todo eso en un ratito?
-          Por el solo hecho de estar allí, de ir a buscarlo, de interesarte personalmente. Las grandes empresas hoy no suman gente, suman operadores. Para ellos cada vendedor es un número y jamás ven una cara. Entonces cuando aparece alguien que viene a verlo, a conversar con él, que tiene nombre y apellido, que le da una tarjeta donde figura hasta el teléfono particular, se sorprenden y no son pocos los que se suman.
-          De todas maneras, insiste Eduardo, no harás turismo pero recorres el país entero.
-          Eso sí, pero trabajando y no es lo mismo que hacerlo paseando.
-          ¿Pero podes conocer algo?
-          Durante el viaje y cuando me voy a dormir al hotel aprovecho para ir al centro de cualquier ciudad en la que esté, a recorrer un poco y tengo un objetivo. ¿les cuento algo?
-          Dale…
-          Durante años, si en el camino al hotel encontraba una disquería no dejaba de entrar y me ponía a revisar. Normalmente no voy solo, así que mi ocasional compañero me preguntaba si buscaba algo. Si, le respondía, las “Coplas del Payador Perseguido” de Atahualpa Yupanqui. Siempre me gustaron, pero jamás pude encontrarlas en CD. En el mejor de los casos, algún fragmento cantado por Cafrune y grabada en los años 70; pero el original completo de Yupanqui, no.
-          ¿Y… cual es el cuento? Apuró Luis.
-          Si ¿Qué paso? Remató Julio.
-           Que un día estando en Salta, ingreso a una disquería y me quedé petrificado. Allí, frente a mí, en un estante, estaba lo que tanto había buscado: “Las Coplas del Payador Perseguido” de Atahualpa Yupanqui, y quedaba un solo CD, bien en el fondo…
-          Supongo que lo manoteaste rápidamente, a ver si te lo sacaban del buche.
-          No al contrario, como dije, quedé petrificado. A tal punto que mi acompañante me preguntó que me pasaba. Cuando le conté de mi búsqueda de tanto tiempo y de que lo que lo que tenía enfrente le pondría fin para siempre… de que eso me hacía dudar sobre si tenía que hacerlo o no, porque terminaba  con una costumbre, con un hábito, con rutina de años y yo no estaba seguro de que quería realmente que fuera así…  él no pudo más que estallar de risa y me dijo “No seas boludo, agárralo, compralo y dejate de joder”.
-          ¿Lo compraste?
-          Lo compre.
-          Seguramente te hartaste de escucharlo…
-          No, si no lo escuché nunca…
-          Ah, pero vos sos más loco que una cabra…
-          Déjenme que termine de contarles. Cuando regresé a Uruguay, estaban de visita mi cuñada con sus hijos, mis sobrinos. Uno de ellos, Nahuel, toca la guitarra y canta. ¡No saben lo lindo que canta! Hermoso. Además le gustan los recitados… y… ¡No saben cómo recita...!
-          ¿Entonces?
-          Entonces se lo regalé.
-          ¿Y ahora?
-          ¿Ahora? Cada vez que viajo y me hospedo en algún pueblo, si encuentro una disquería, no dejo de entrar y me pongo a revisar… Si me preguntan si busco algo en especial, respondo que si, las “Coplas del Payador Perseguido” de Atahualpa Yupanqui…

Este cuento fue seleccionado e incorporado al proyecto  ROI (Recepción de Obras Inéditas) de la Editorial Dunken de Buenos Aires y luego incluído en la edición del libro "Letras del Face 2013-2014'' editado en mayo de 2014.