La cuestión comenzó hace un par de semanas. Se encontraron
caminando por el boulevard Oroño, casi frente al Consulado Italiano.
-
Te andaba buscando, te necesito… le dijo
-
No se para que será, pero te debo tantos favores
que será difícil decirte que no.
-
Contaba con eso. Me tenés que hacer la gamba en
un evento en el que se necesitan artistas y lo más parecido a un artista que
conozco sos vos.
-
¿?
-
Además tenés imaginación y sos caradura, sé que
vas a salir airoso del paso…
-
Pero…
-
Pero nada, vos mismo lo dijiste me lo debes y
por otro lado no puedo recurrir a nadie y estoy metido en el tema hasta las
orejas… no me dejes en banda… por favor…
además –te cuento- es una cena, donde vos te podes hacer olímpicamente el
boludo cerrando la boca todo el tiempo, dedicándote solo a comer los manjares
que seguramente servirán y a tomar buen vino. No está mal ¿no es cierto?
-
Está bien. Contá conmigo, pero con esto quedamos
a mano, le respondió.
Días después llegó el momento. El lugar era de lo más paquete.
Un salón primorosamente adornado, donde
había una mesa grande que nucleaba a
todos los intelectuales de aquel barrio rosarino. Los había de todas las
disciplinas: Pintores, escritores, escultores, músicos, filósofos. El O.R.T.O.
(Organización Rosarina para el Tratamiento de la Osteoporosis) los había
convocado para que vistan la cena destinada a recaudar fondos. Estaban todos y
allí, entre ellos, lo ubicaron. Eran el
número vivo, el verdadero centro de aquella velada. A su alrededor una enorme
cantidad de cholulo-colaboradores, los observaban.
Entre los artistas, las damas lucían lujosos
vestidos y los caballeros vestían casi todos costosos trajes, y digo casi
todos, porque él no cumplía con ninguna de las reglas de la etiqueta. Realmente
no tenía nada que ver con quienes estaban a su lado. No era ni un artista, ni
importante, ni meritorio, ni conocido, ni reconocido, apenas si parecía
gracioso contando algún chiste o cuento de vez en cuando y bueh… en lo que hace
a la vestimenta, parecía el pordiosero de la mesa. No obstante, al
comienzo –para su tranquilidad- su
presencia parecía pasar desapercibido.
Asumió un perfil decididamente bajo tomando muy en cuenta el consejo de
su amigo pero –además- la realidad del
entorno que parecía “ponerlo en su lugar” invisibilizando su presencia.
El plato fuerte era la conversación de aquellos destacados
invitados.
La cena transcurrió en medio de una despiadada lucha de egos,
donde cada uno quería prolongar SU
momento para contar SUS méritos y SUS logros obtenidos a lo largo de SU
carrera, regodearse con premios obtenidos, pero –por sobre todo- destacarse por
encima del resto. Era una lucha encarnizada de vanidades.
De a ratos le parecía advertir miradas sobradoras e incluso
despectivas, pero él se hacía olímpicamente el sota. Así, todos fueron contando
sus éxitos (nadie habla de los fracasos); mientras él miraba el reloj rogándole
a Dios que las agujas apresuraran el
paso y le permitieran, después de comer, escabullirse de aquel lugar lo más
rápido posible. Cumplía el compromiso y se iba con el estómago lleno. Pero no
tuvo suerte. Así como aquel destino inexorable que todos tenemos, también le
llegó el turno, que no buscaba, que no quería, pero le tocaba. Solo por el
orden lógico de cómo estaban sentados. Parecían dispuestos a escucharlo y se
hizo un silencio. Un gran silencio. Un enorme silencio que imaginó como una
pesa inmensa que le caía sobre la cabeza. Sus ojos no hacían otra cosa que
mirar para ver si encontraba alguna forma de escapar, pero no, era imposible.
De pronto un señor que había deleitado a la audiencia
haciéndola soportar estoicamente un pesado y espantoso monólogo, al que
tuvieron que cortar para que no continúe, le dijo algo impaciente:
-
Es su turno…
No abrió la boca y se hizo el desentendido, mientras miraba
–como meditando- el tenedor con el que jugaba haciéndolo girar en la mano
derecha.
-
Disculpe, pero ¿Ud. a que se dedica?, insistió
su compañero de mesa.
No se atrevió a responder y se quedó callado mirando a su interlocutor, que volvió a la
carga, increpándolo.
-
¿Qué es lo que sabe hacer hombre?
Entonces entendió que no podía resistir más y allí se le
ocurrió, respiró profundamente e improvisó.
-
Magia, dijo. Yo sé hacer magia…
Todos se quedaron mirándolo y esperando algo más…
Como interpretando al auditorio, se fue parando muy despacio,
parsimoniosamente y abriendo los brazos de manera ampulosa, expresó:
-
Supongo que no querrán que les haga algún truco
porque el encuentro se ha hecho largo y no quiero abusar de Uds. Muchas gracias
por su presencia, dijo mientras volvía a sentarse.
Rogaba para que todo quede así y de esa forma zafar lo
embarazoso de la situación; pero –al contrario- se comenzaron a escuchar voces
que le pedían, que lo animaban a realizar alguna prueba, algún truco…
Insistió preguntando:
-
¿Entonces, están dispuestos?
Primero el asentimiento y luego un silencio expectante.
Tragó saliva y comenzó a levantarse nuevamente en forma lenta
y ya decidido a encarar lo inevitable. La mente le funcionaba a mil por hora,
buscaba y buscaba algo para hacer. Entonces continuó:
-
Bueno, para que todos puedan ver adecuadamente
la prueba, me voy a alejar unos metros de la mesa.
Todos los presentes comenzaron a moverse tratando de encontrar
un lugar propicio para poder ver el acto y satisfacer así su curiosidad.
Aquel fue el momento de la iluminación, cuando sacó el conejo
de la galera. Dios aprieta pero no ahorca, pensó. Entonces exclamó:
-
Esto es una prueba pero también un reto.
Se hizo un incrédulo silencio y él miró al auditorio,
mientras preguntó con voz fuerte y clara:
-
¿A que nadie puede morderse el culo?
Lo miraron con sorpresa y asombro, entonces volvió a
repetir desafiante:
-
Repito, de todos ustedes ¿Quién es capaz de
morderse el culo?
La cara de desaprobación era el gesto más difundido entre los
presentes, sin embargo las expresiones no dejaban de tener un cierto grado de
interrogante.
-
Aquí viene entonces la prueba, dijo. A la una, a las dos y a las… treeeeees… y en un rápido movimiento, dio
media vuelta y se bajó los pantalones a la vez que se sacaba la dentadura
postiza de la boca y realizaba la operación de morderse el trasero.
La respuesta fue la mirada asombrada y horrorizada de todos
que no atinaron más que expresar su desagrado, mientras se empezaban a levantar
y a retirarse del lugar. Los organizadores dirigían sus ojos fulminantes con
reprobación e incredulidad.
Entonces, procedió a levantarse los pantalones y después de
colocar la dentadura en su lugar, hizo
un gesto de saludo para el público que se retiraba, abriendo sus dos brazos e
inclinándose levemente, como hacen los artistas para agradecer los aplausos y
exclamó:
-
Que lo parió… otra vez me salió perfecto …
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