viernes, 26 de septiembre de 2014

MEMORIA

¿Me animo?

No se si estas pequeñas historias, vivencias o –como me gusta decirles a mi- “cuentitos” son ciertas o no. Son –al menos- como me parece recordarlas. Como aquella compañera de la que alguna vez renegué (la Memoria), los trae hoy entre un cúmulo de recuerdos, así se los cuento.
¿Por qué renegué de la Memoria?
Cuando por la militancia política que tuve en la Juventud Peronista, nos fuimos (huimos), a vivir a Concepción del Uruguay comenzaba una caza de brujas tremenda en casi toda la Argentina.
 Si bien, todavía no habían llegado los militares,  la siniestra organización que se autodenominaba la triple A, ya cometía atroces asesinatos.
Amigos, parientes políticos desaparecieron bajo sus balas.
El miedo y la lucha por sobrevivir, nos hicieron recalar en la ciudad entrerriana y nos pudimos cobijar bajo la protección de mis generosos suegros.
La modorra de aquella histórica población a la vera del Río Uruguay, fue el lugar que nos recibió con los brazos abiertos, nos dio todo, tranquilidad, paz, trabajo, allí nacieron otros tres hijos... en fin…  todo.
Si bien amo a La Plata que me vio nacer, mi lugar en el mundo es aquí, en las orillas del río de los pájaros… donde tanta gente nos tendió su mano amigable y desinteresada, donde construimos nuestra vida.
Allí comenzamos una nueva historia. Pero sustancialmente distinta.
Claro que, por aquellos años (casi a mediados de la década del 70), quise perder la Memoria.  Entonces decidí hacerlo.
En un ejercicio estudiado, pensado, querido, fui olvidando caras, situaciones, lugares, vivencias de mi vida pasada… pero (sobre todo) personas. Amigos. Compañeros. Vecinos. Tíos. Primos. Parientes. Nombres. Direcciones.
El hecho de caer atrapado por  las patotas o bandas (que fueron policiales o militares o “paras”) no solo hacía temer por la vida propia, de la familia, sino también por el hecho de mencionar nombres. Solo eso, podía costarle la vida a cualquiera que uno pudiera mencionar. Recordar, era extremendamente peligroso. Entonces, había que olvidarlo todo.
Por momentos, lo que habíamos vivido en cuanto a terror y violencia en La Plata, era tan diferente a lo que –al menos así nos parecía a nosotros- se respiraba en la tranquila ciudad siestera de Entre Ríos.
Pero quedaron muchas cosas en el camino.
Mas allá de los puntales que eran Mamá y Papá, también otros afectos, parientes, vecinos, amigos, en fin… muchas, muchas. Demasiadas.
Así que –por ejemplo- el ejercicio natural, campechano de reunirse con amigos de la infancia, excompañeros, y recordar anécdotas, repasar cosas, reírnos juntos; en fin, de todo lo vivido –al menos para mí- fue siempre un imposible.
Nunca tuve un ambiente cálido, donde compartir experiencias con quienes las vivimos juntos. El ambiente era otro. Distinto. Difícil. Peligroso.
No solo no tenía con quien recordar. No quería recordar. Era algo no deseado. No querido. Perder la memoria era mi mas ansiado anhelo.
Cuando en diferentes reuniones se hablaba de la niñez, adolescencia o de aquella primera la juventud o de los años escolares, las experiencias estudiantiles; yo callaba. No estaba. Solo escuchaba.
Jamás hablaba del pasado. Mi pasado no existía.
Durante mucho, mucho tiempo tuve miedo de volver a La Plata.
Durante la Dictadura Militar se había convertido en un verdadero escenario trágico. Solo lo hicimos ante la muerte de Papá y corriendo grandes riesgos.
El hecho de circular por una ruta nos ponía en una situación de total indefensión. Que pidieran documentos, que alguien asociara, sospechara o recordara nombre y militancia, hacía que tratáramos –por todos los medios- de no viajar.
¡Cuánto costó aquel ejercicio...! ¡Cuanto dolió...! ¡Pero cuanto deseo para lograrlo…!
Recuerdo que comenzaba las cartas con “Uruguay” y la fecha. Mamá las guardaba sin sobre, así que –por lo menos- si alguno las encontraba pensaría –en primera instancia- que estaba en la República Oriental.
No hablar, no recordar.
Vivir sin pasado.
Fueron años en que este tremendo ejercicio fue practicado minuto a minuto, situación tras situación, en forma  sistemática y jamás olvidado por ese motor que lo impulsaba: el miedo.
Recién cuando después de la derrota de Malvinas, se retornó a la democracia se fueron empezando a ahuyentar –muy de a poco- los temores, los fantasmas siniestros;  pero ya era tarde para recuperar todo lo perdido.
Aun así, durante mucho, mucho tiempo tuve miedo de volver a La Plata. Los recuerdos de la muerte de tantos y tantos compañeros, amigos y conocidos me abrumaban.
Lo que mas ayudó, fue la presencia de Mamá –todavía viva y en La Plata- y después de su partida, que nuestros hijos comenzaran a estudiar en la Universidad de aquella, mi perdida ciudad.
Así, poco a poco me fui reencontrado.
El miedo fue reemplazado –muy lenta y progresivamente- por una nostalgia enorme y un cariño desmesurado por lo que allí había quedado abandonado. Lo que había sobrevivido.
Quizás esta pequeña introducción sirva para comprender algunos de los relatos que compartiré luego.
Recuperar. Reconstruir. Retornar. Amar. Recordar.
El esfuerzo hoy, es totalmente inverso.
Tal vez por eso, y porque la vida es como es, vuelven a mi mente, como fugaces recuerdos hechos, situaciones, experiencias, sensaciones,  que no se si fueron tal como me aparecen, como se  presentan ante mí o son parte de mi imaginación. Solo una ficción que genera mi mente. Una mentira que el tiempo convirtió en verdad. O una mezcla de ambas. 
No son pocas las veces que confundo las cosas (y no es –al menos asi lo creo- un problema de salud mental).
“Los recuerdos suelen contarnos mentiras”, cantó alguna vez Joan Manuel Serrat. Agrandan, estiran, acortan, ocultan, disfrazan…
Nombres, situaciones, hechos, vividos y no vividos, reales o imaginados, toman una forma y una dimensión especial. Rara. Profunda. Particular. A veces desgarradora. A veces alegre, otras triste. Las mas nostálgicas.
De una u otra forma, estos “cuentitos” no pretenden ser una recopilación histórica. No son historia. No podrían serlo. Son lo que –hasta ahora- pude reunir de mis recuerdos. Como un imposible rompecabezas donde las piezas no terminan nunca de encajar. Donde faltan o sobran algunas. Un rompecabezas que jamás podré terminar de armar. Son mis fantasías.
¿Ahora? ¿Porque ahora? Tal vez por la edad, por la aparición de mis primeros nietos, no sé… en realidad porque… pero aparecen ahora y no antes.
Quien sabe la necesidad de contar, de recordar,  me ayude a recuperar a aquella antes repudiada Memoria o, quizás sea una trampa de ella misma, que ha resucitado en mí y vuelve para vengarse.
Tal vez por ese deseo de sobrevivir a través de las generaciones que nos suceden…
De compartir, de hacer saber, al menos con quienes tenemos cerca, a quien les podamos importar o se puedan interesar, por aquel mundo que vivimos y que hoy no existe mas. Que se desvaneció. Que parece tan lejano. Que no se si alguna vez existió.

Rodolfo O. Negri – 28 de abril de 2009

Esta es la introducción a los cuentos incluídos en el material del libro “Diez pasos de pantalones Cortos”, editado en marzo de 2010.

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