Los domingos son para él un día especial. Se levanta temprano (antes que el resto de la familia) para leer tranquilamente alguna novela o cuento, recostado en la reposera o en la hamaca paraguaya. Es uno de los lujos que se reserva en soledad. Pero aquel domingo era algo mas. Un aniversario. Cumplían años de casados y los gurises se habían quedado a dormir en lo de la abuela. Estaba todo preparado para un festejo íntimo.
A
primera hora de la mañana llegaron las rosas. Una por cada año cumplido. Con un
primoroso envoltorio y una tarjeta con una dedicatoria que le había costado
horas pensar, para que fuera sentida, romántica y original. El ramo tuvo su
lugar apropiado en medio del living y la mañana fue avanzando, con la
preparación de un almuerzo especial.
A
medida que se acercaba el mediodía, percibió que algo comenzaba a funcionar
mal. El silencio creciente de Alejandra le llamaba la atención. De la
locuacidad mañanera, había pasado a dosificar sus palabras a medida que el
reloj avanzaba. Sabía, por experiencia, que algo pasaba. Hay dos síntomas de
desastre: el primero, la frase “tenemos que hablar” y el segundo, justamente,
el silencio.
En
alguna oportunidad creyó haber encontrado un remedio para estas situaciones que
–al principio- le dio resultado, pero después fue un desastre. ¿En qué
consistía? En un perdón de amplio espectro. Algo así como un Amoxidal 500, pero
para la relación de pareja. Servía para todo. Pedir perdón por quien sabe qué cosa que
pudiera haber hecho, aunque no fuera consciente de ello. Las dos primeras veces
había resultado, pero la tercera; ella replicó:
-
¿Perdón por qué?
Ante
la sorpresiva pregunta no supo que responder. Ella siempre tiene una razón para
que uno deba disculparse pero ¿esta vez que pasaba?
-
¿Ves? Ni siquiera
sos capaz de darte cuenta de porque estoy como estoy. ¿tantos años para que me
conozcas así? No si no tenés remedio, solo te mirás el ombligo. Pero, que
macana te habras mandado ahora, porque
si pedís perdón es porque algo hiciste. Confesá turro.
Así
tuvo que inventar una zoncera muy poco consistente pero que le permitió zafar,
nada airosamente de la situación. Claro que, se dijo, este remedio ya no sirve
y es peligroso.
Ahora,
se encargó de poner la mesa y ella trajo de la cocina la fuente con el delicioso
plato preparado. Todo en total silencio. El abrió la botella de vino caro que
había comprado para la ocasión, sirvió ambas copas y cuando levantó la suya
para brindar diciendo por “muchos años mas de felicidad”, ella respondió con un
incomprensible “Ajá…”. La cosa está mucho peor de lo que creía, pensó.
La
comida –exquisita- por la situación que no terminaba de comprender le cayó como
una bomba. Le costó tragar cada bocado. Hasta que llegó el momento del postre.
Alejandra
se especializa en hacer una torta de manzana, caliente, que completa y adorna
con una bocha de helado de crema americana.
Cuando
le puso el plato frente suyo, el helado no estaba.
Entonces
él preguntó inocentemente:
-
¿Y el helado?
-
El helado no está
porque tenía que pedirlo el señor de la casa y está claro que no lo hizo.
Mientras su mujer se deslomaba preparando la comida, el señor se rascaba las
bolas a cuatro manos. Era lo único que tenía que hacer y no lo hizo.
-
Pero no, explicó
él, te juro que lo pedí. Incluso pensé que había llegado y vos lo habías
recibido.
-
Además sos
mentiroso. No mientas. No lo pediste. Claro, todo lo tengo que hacer yo,
mientras vos miras por televisión, no importa ni que equipos jueguen, a
veintidós pelotudos corriendo detrás de una pelotita…
-
Pero no querida,
te lo juro…
-
¿Juras?
¡Sacrílego! Ahora no tenés ni respeto para Nuestro Señor… No, si no tenés la
mas mínima vergüenza. Degenerado. Me arruinaste el fin de semana. Te cagaste en
nuestro aniversario… seguramente porque no te importa…
-
Ale, te aseguro
que lo pedí pero, más allá de eso, ¿te parece que esa pavada es tan grave como
para arruinar el almuerzo de nuestro día?
-
No ves que no entendés
nada. El helado me importa un carajo, lo que me duele es la importancia que vos
le das a nuestra relación que se está cayendo a pedacitos por tu falta de
interés…
-
¿Nuestra relación
se está cayendo a pedacitos por un helado?
-
No, si vos sos más
idiota de lo que decía mi madre… ¡Cuanta razón tenía cuando me aconsejaba que
es mejor una mala persona que un bobo! La mala persona puede volverse buena,
pero el bobo inteligente nunca… aulló mientras comenzaba a sollozar.
-
Querida gracias
por lo que me toca, pero ¿es para tanto? ¿a vos te parece que me olvide de
todo? ¿No te compré acaso un hermoso ramo de rosas? ¿no viste lo que te puse en
la dedicatoria de la tarjeta?
-
Querés que te
diga algo, jamás me gustaron las flores y siempre odie las rosas. Además todos
los años tiré las tarjetas sin leerlas… si le debés poner a todas siempre lo
mismo.
-
¿Y recién ahora me
lo decís? Veinte años regalándote flores al pedo. ¿Por qué nunca me lo dijiste?
¿Por qué no sos clara? Cuando querés algo ¿Por qué no me lo pedís con todas las
letras y directamente?
-
Ves, a pesar de vivir juntos tantos años no me
conocés. No es así. No funciona así. Vos solo tenés que darte cuenta ¿Cómo puede
ser que no sepas lo que me gusta y lo que no me gusta? Ves, eso es porque no me
querés, porque no me comprendés, porque ni siquiera te importo… solo te
interesa lo que tiene que ver con vos y nada mas… solo te sirvo para limpiar, cocinar, lavar,
planchar, educar a tus hijos, coger y te digo –egoísta de mierda- que a partir
de mañana dormís en el sofá. Te di mi vida y la tiraste a la basura. Dicho
esto, se paró y se retiró llorando al dormitorio.
El se
quedó sentado y sorprendido, cuando sonó el teléfono.
-
Hola –escuchó del
otro lado- le hablo de la Heladería el “Cucurucho Torcido”, ¿puede ser que Ud.
haya pedido a media mañana medio kilo de helado de crema americana para la
dirección Rocamora 1328? Porque el chico ya fue tres veces y no le quieren
recibir el helado.
-
Si yo había
pedido el helado pero para la dirección Rocamora 328…
-
¿Quiere que se lo
mande entonces?
-
No, métaselo en
el culo… eso sí, con pote y todo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario