Poco quedaba de aquella chica ocurrente, atractiva y
deliciosa que solía ser y la actualidad la encontraba taciturna y solitaria.
Inteligente, demasiado inteligente. Las mujeres que son así asustan a los
hombres y eso le había ocurrido a Clarita. Había bajado los brazos en la
pretensión de ser feliz, como había soñado, formando una familia, con amor,
hijos y un trabajo profesional para el que también se había preparado. Ahora
solo buscaba tratar de hacer su vida lo más llevadera posible. Pensaba que a su
edad, había quedado fuera de carrera y que ya no podía acceder, sino el
descarte; y ella creía que no lo merecía. Siempre aspiro a más y ahora se
replanteaba–como dice el popular refrán- si no era “mejor estar sola, que mal
acompañada”. “Se me pasó el cuarto de hora” solía decir. Por eso no tenía
deseos de iniciar nuevas relaciones. No obstante, Ana María –su mejor amiga- la
seguía incitando a que no se deje estar y le vivía organizando citas, programas
o salidas, que en su mayoría no aceptaba. Se sentía sin ánimo, triste, decaída.
Durante un día no tuvo ganas de atender el teléfono. Recién a la mañana
siguiente lo hizo y recibió la llamada de su amiga.
- ¡Lo
encontré...!
- ¿Qué
es lo que encontraste?
- El
hombre ideal, el hombre para vos.
- ¿Cómo
sabes que es así y si fuera así, porque no te lo quedaste vos?
- No
digas pavadas, sabes que mi relación con Juan no la perdería por nada y
–además- te estoy hablando de un primo lejano –José Pereyra- que ni recordaba,
pero que se contactó porque vino a la ciudad trasladado por su empresa. Joven
como nosotras, inteligente, no es Brad Pitt pero tiene lo suyo… y tiene tantas,
pero tantas cosas en común con vos que te va a encantar…
- ¿y
cómo es que no tiene una relación?
- La
tenía, pero –por lo que me contó- acaba de perderla.
- Entonces
es un desecho mas…
- No,
todo lo contrario, el tiempo les hizo descubrir las pocas cosas en común que
tenían y lo suyo se convirtió en una rutina que no quería ninguno de los dos.
Así, después de varios años, se acaban de separar. Es una frustración y por eso
está vulnerable… creo que es especial para vos y está en un momento clave para
el ataque.
- ¿así?
- Es
más, le dí tu dirección y número de teléfono. Seguro que te contactará y si es
así, por favor no lo eches a perder. Preparate. Te lo digo porque te quiero,
aún si en una primera impresión, no te llama demasiado la atención, avanzá,
porque –yo que lo conozco- te puedo asegurar que es justo para vos. Si hay
onda, no dudo que será el hombre de tu vida.
La conversación terminó y Clarita quedó con una sensación
extraña. ¿Y por qué no? ¿Y si no fuera tan tarde como ella creía? ¿Porque no
intentarlo? ¿Que podría perder? Todo el día pensó en eso. Por las dudas se
preparó, nunca se sabe cuando y donde salta la liebre.
Al atardecer sonó el timbre. Como mujer sola e influenciada
por el peligro que repiquetea de la inseguridad, jamás abría la puerta sin
mirar primero por la mirilla. Así lo hizo y lo vio, parado frente a su puerta.
El candidato respondía tal cual a las especificaciones de Ana María. Se
inspeccionó en el espejo. Tan mal no estaba. Se miró la cola y aprobó su
aspecto. ¿Qué haría? Era la primera vez y no quería dar una mala impresión, no
lo dejaría entrar. Lo atendería en la puerta y vería como se daban las cosas.
Abrió y el joven se presentó:
- ¿Seguramente
Ud. es Clara? Mire, no me conoce, me llamo José y tal vez ya la han llamado por
teléfono para hablarle de mí…
- Efectivamente,
ya me adelantaron de que podría recibir su visita…
- Bueno,
en realidad le voy a confesar que quería ver con que me encontraba…
- ¿y
–le dijo sonriendo y tratando de poner su cara más seductora- cuál es la
impresión?
- Buena,
muy buena
- Vaya,
que rapidez…
- Mire,
Clara ¿me permite decirle así?
- Por
supuesto…
- Soy
muy sincero y frontal. Soy una persona muy perceptiva y no me gustaría estar en
un lugar donde no me encuentre a gusto…
- Me
parece muy bien, porque pienso igual…
El intercambio que parecía una estocada tras otra, comenzó a
entusiasmarla. El prospecto parecía bueno y el diálogo avanzaba.
- Por
lo que vislumbro el departamento es amplio, pero el color no me parece que va
con su personalidad
- ¿le
parece? ¿porque lo dice, si no me conoce?
- No
lo crea porque –además de lo que me han contado- me parece una mujer totalmente vital y creo
que viviría mejor rodeada de tonos más alegres… el entorno nos ayuda a
conformar nuestros estados de ánimo…
- ¿no
me diga?
- Por
ejemplo ¿Qué color es el que más le gusta?
- Bueno,
a mi me gusta el rojo…
- Pero,
¿sabe qué? No comparto la elección. El rojo es un color violento, descubre una
necesidad afectiva y va de la mano con una solicitud casi desesperada de llamar
la atención. Es virulento. No se lo aconsejo. No va con usted. Usted no es así.
- Y
que color cree Ud. que daría mejor con lo que intuye que soy.
- Yo
buscaría un color pastel… salmón, tal vez… que le dé calidez y le brinde
abrigo, ternura, seguridad…
A medida que avanzaban en la conversación
Clarita se entusiasmaba cada vez más. El dialogo le parecía raro, pero
inteligente y original. No era superficial, así que se decidió a avanzar
decididamente.
- ¿y
Ud.?¿que me puede decir de Ud.?
- No
tengo demasiado para contarle, solo que pongo el mayor empeño en lo que hago y
me propongo poder satisfacerla, es más, quiero que los dos quedemos conformes.
- ¿No
es demasiado pretencioso?
- Creo
que no, que lo logre o no, es otra historia.
- Está
bien, José ¿puedo llamarlo así?
- Por
supuesto
- ¿Cómo
seguimos?
- Mire
Clara, solo pasé para ver si me interesaba o no seguir adelante, me gustaría
volver en otro momento y para interiorizarme con más detalle a que me estoy
enfrentando.
- Me
gusta que sea tan puntilloso y no quiera avanzar si no está seguro. Soy igual y
pienso que podríamos volver a vernos. ¿Qué tal mañana, por la tarde? ¿le
parece?
- No
hay problema, me parece perfecto, pero hay una cosa que me llama la atención.
- ¿Qué
es eso, José? ¿le parece que vamos demasiado rápido?
- No,
no. Me parece extraño que no diga hasta dónde quiere llegar, ni cuál es el
costo.
- No
sé, no tengo límites y si el costo lo vale, no importa.
- ¿Entonces
no quiere conocer el presupuesto, antes?
- ¿Qué...?
¿Qué me quiere decir? ¿A qué se refería con eso de “hasta donde quiero llegar”
y que es eso del “presupuesto”? ¿no será lo que sugiere, no es cierto?
- Mire
Clara, quiero ser franco con Ud., no la quiero engañar; pero –en realidad- esto
es una actividad habitual y complementaria a mi trabajo principal y si, siempre
cobro.
- José,
quiero creer que no entiendo lo que dice, porque sino pensaría que Ud. me
ofende.
- Lamento
que lo interprete de esa forma, pero yo hago las cosas así y sin excepciones.
- ¡Váyase…
váyase de aquí! No quiero volver a verlo, le dijo mientras cerraba de un
portazo la entrada del departamento.
El mundo se vino al suelo. Le decepción se apoderó de ella y
lloró desconsoladamente. ¿Cómo Ana María había pensado que había caído tan
bajo? ¿Cómo fue capaz de hacer algo así? ¿Sería por lástima? Odiaría que fuera
ese el motivo. Seguramente inventó todo lo del pariente para disfrazar la
situación. Amor por dinero no era lo que ella quería. Se negaba a eso. Le
repugnaba.
Agobiada por una mezcla de bronca, desilusión y tristeza se
dejó caer en el sillón de la entrada. Fue entonces cuando volvió a escuchar el
teléfono. Lo dejó sonar, no se sentía en las mejores condiciones para responder
y no lo hizo. Dejó que el contestador se hiciera cargo.
- Clarita
¿Cómo anda mi hermanita querida? Mira, no tengo mucho tiempo y he tratado de
comunicarme con vos durante todo el día y no he podido. Te cuento rapidito.
Como te vi medio depre los otros días pensé que lo mejor era un cambio y se me
ocurrió renovar un poco tu departamento pintándolo, así que te mande a un
muchacho amigo para que te alegre un poco las paredes. Por lo que me dijo, te
irá a visitar hoy mismo, es poeta y medio excéntrico, pero pinta bien, José,
José Domínguez se llama. Por el costo no hay problemas, es un regalo mío.
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