En el Día del Ceramista Latinoamericano
Relato inspirado en la visita a la casa de Artemio Alisio que realizáramos los
integrantes del taller literario de Susy Quinteros, el 22 de abril de 2010. La
cálida anfitriona, fue su mujer, María Celeste Ansaldi. Cordial, atenta,
afable, clara, sensible, artista, docente que nos llevó de la mano por muchos
de los momentos de la vida del artista (y de la suya propia).
No son pocas las veces en que me he sentido profundamente conmovido cuando
estoy en algunos lugares. Una rara sensación se apodera de mí en sitios donde
han ocurrido acontecimientos históricos importantes o hechos de gran
emotividad. También me pasa cuando ingreso en ámbitos que han sido el escenario
de toda (o casi toda) una existencia, un sitio donde tuvo lugar lo diario y lo
excepcional de personas que ya no están.
Voces perdidas, ideas, pensamientos, deseos, perfumes, esperanzas, anhelos,
discusiones, llantos, risas, aromas, momentos felices, tiernos o tristes…
Cuando todo está como ellas lo dejaron, cuando eran dueñas absolutas del lugar.
Cuando nada se ha tocado. Cuando todo está allí, encerrado entre esas, las
mismas paredes.
Me resulta difícil no sentir que estoy cometiendo casi un sacrilegio,
una profanación, interiorizándome por cosas ajenas, íntimamente personales y me
da la impresión que abuso de alguien totalmente desprovisto de medios de
defensa.
Tal vez esa sensación nazca del temor a lo desconocido, a la muerte.
Se me ocurre que el alma del espíritu ausente está vigilando cada uno de
mis movimientos, actitudes e –incluso- pensamientos.
Es como si me sumergiera en un estanque de un inmenso respeto.
Silencio. Cuidado. Contemplación. Muchas veces, admiración.
Así empezó la experiencia en la casa del Artista. Con solo trasponer la puerta
e ingresar, pareció abrirse un lugar mágico, encantado, de un magnetismo
poderoso, desde donde comenzaron a fluir sensaciones.
Sentimientos. Vibraciones. Amor, odio, pasión, dolor, placer… todo… todo
lo que hace a la vida (y a la muerte). Cerámicas, acrílicos, estatuas… van apareciendo
una tras otra y nos cuentan de una vida dedicada al arte. De la propia
evolución y de como los lugares (supongo que las situaciones y la vida), fueron
agregándole figuras y tonalidades a su paleta. De la transformación que va de
la obra cuidadosamente elaborada, a la impronta talentosa y arrebatada. De lo
que significa la interpretación. De lo que hay detrás del espíritu.
Parece que en pocos minutos se resume toda una existencia llena de vivencias…
esas que ahora nos están observando…esas que no se dejan ver… pero que están
allí... agazapadas, escondidas detrás de cada plato, de cada pintura, de cada
recuerdo… que imagino nos están espiando…
Ellas no entienden de comienzos y de finales, por eso no tienen consuelo
y están buscando encontrar un intérprete que –como el Artista que ya no está-
les permita salir, expresarse, hacerse visibles, notables…
Quieren lucirse y saben muy bien que solo a través de un gran talento, pueden
lograrlo… pero no lo encuentran (ni al Artista, ni al talento)… él no está
entre nosotros. Por eso buscan y buscan… El tiempo no pasa para ellas. Seguirán
en ese ámbito cálido, sencillo, bello, rodeado de recuerdos y de visitas que
alguna vez llegaron, pero que siempre partieron.
Siento que me observan mientras escribo. Intuyo que miran detrás de mis
hombros a mi inentendible letra, tratando de comprender, de encontrar pistas.
Porque siguen buscando. La calidez, el cuidado y el amor de la anfitriona, su
voz suave y dulce, las hace sentir todavía cómodas. En casa.
¿Lograrán salir?
Seguramente algún día se irán, y para siempre, cuando descubran –imagino
que con una desazón enorme- que su búsqueda no tendrá éxito y que el Artista ya
no aparecerá nunca más.
Este cuento esta incluído en el material del
libro “De aquí, de allá y de mi abuelo también (y va con yapa)”, editado en
diciembre de 2011.
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