miércoles, 28 de mayo de 2014

EL ARTISTA


En el Día del Ceramista Latinoamericano

Relato inspirado en la visita a la casa de Artemio Alisio que realizáramos los integrantes del taller literario de Susy Quinteros, el 22 de abril de 2010. La cálida anfitriona, fue su mujer, María Celeste Ansaldi. Cordial, atenta, afable, clara, sensible, artista, docente que nos llevó de la mano por muchos de los momentos de la vida del artista (y de la suya propia).

No son pocas las veces en que me he sentido profundamente conmovido cuando estoy en algunos lugares. Una rara sensación se apodera de mí en sitios donde han ocurrido acontecimientos históricos importantes o hechos de gran emotividad. También me pasa cuando ingreso en ámbitos que han sido el escenario de toda (o casi toda) una existencia, un sitio donde tuvo lugar lo diario y lo excepcional de personas que ya no están.
Voces perdidas, ideas, pensamientos, deseos, perfumes, esperanzas, anhelos, discusiones, llantos, risas, aromas, momentos felices, tiernos o tristes… Cuando todo está como ellas lo dejaron, cuando eran dueñas absolutas del lugar. Cuando nada se ha tocado. Cuando todo está allí, encerrado entre esas, las mismas paredes.
Me resulta difícil no sentir que estoy cometiendo casi un sacrilegio, una profanación, interiorizándome por cosas ajenas, íntimamente personales y me da la impresión que abuso de alguien totalmente desprovisto de medios de defensa.
Tal vez esa sensación nazca del temor a lo desconocido, a la muerte.
Se me ocurre que el alma del espíritu ausente está vigilando cada uno de mis movimientos, actitudes e –incluso- pensamientos.
Es como si me sumergiera en un estanque de un inmenso respeto.
Silencio. Cuidado. Contemplación. Muchas veces, admiración.
Así empezó la experiencia en la casa del Artista. Con solo trasponer la puerta e ingresar, pareció abrirse un lugar mágico, encantado, de un magnetismo poderoso, desde donde comenzaron a fluir sensaciones.
Sentimientos. Vibraciones. Amor, odio, pasión, dolor, placer… todo… todo lo que hace a la vida (y a la muerte). Cerámicas, acrílicos, estatuas… van apareciendo una tras otra y nos cuentan de una vida dedicada al arte. De la propia evolución y de como los lugares (supongo que las situaciones y la vida), fueron agregándole figuras y tonalidades a su paleta. De la transformación que va de la obra cuidadosamente elaborada, a la impronta talentosa y arrebatada. De lo que significa la interpretación. De lo que hay detrás del espíritu.
Parece que en pocos minutos se resume toda una existencia llena de vivencias… esas que ahora nos están observando…esas que no se dejan ver… pero que están allí... agazapadas, escondidas detrás de cada plato, de cada pintura, de cada recuerdo… que imagino nos están espiando…
Ellas no entienden de comienzos y de finales, por eso no tienen consuelo y están buscando encontrar un intérprete que –como el Artista que ya no está- les permita salir, expresarse, hacerse visibles, notables…
Quieren lucirse y saben muy bien que solo a través de un gran talento, pueden lograrlo… pero no lo encuentran (ni al Artista, ni al talento)… él no está entre nosotros. Por eso buscan y buscan… El tiempo no pasa para ellas. Seguirán en ese ámbito cálido, sencillo, bello, rodeado de recuerdos y de visitas que alguna vez llegaron, pero que siempre partieron.
Siento que me observan mientras escribo. Intuyo que miran detrás de mis hombros a mi inentendible letra, tratando de comprender, de encontrar pistas. Porque siguen buscando. La calidez, el cuidado y el amor de la anfitriona, su voz suave y dulce, las hace sentir todavía cómodas. En casa.
¿Lograrán salir?
Seguramente algún día se irán, y para siempre, cuando descubran –imagino que con una desazón enorme- que su búsqueda no tendrá éxito y que el Artista ya no aparecerá nunca más.

Este cuento esta incluído en el material del libro “De aquí, de allá y de mi abuelo también (y va con yapa)”, editado en diciembre de 2011.

jueves, 22 de mayo de 2014

EL DIA QUE LOS ESPEJOS HICIERON PARO



Estaba aprovechando el solcito de la tarde en los jardines, cuando lo ví. No era la primera vez que estábamos cerca, pero jamás le había escuchado emitir sonido. Parecía mudo. Pensé que esta vez iba a ser igual, pero no fue así.
Cuando quedó cerca, me dijo:
-      Esta vez zafé…
-      ¿?
-      Les pareció que había tragado las pastillas, pero me las puse debajo de la lengua y después las saqué.
-      ¿y por qué?
-      Ellos no quieren que hable. Lo que sé es demasiado importante como para que se repita y –a toda costa- me tienen dopado. Alguna vez temí por mi vida, pero en la medida en que me vean dócil, creo que sobreviviré.
-      ¿De qué habla?
-      Si, lo que yo sé es poco creíble, porque pone en duda todo el andamiaje cultural de la fe. Así como me ve, soy un cardenal y estuve durante muchísimos años en El Vaticano. Mi devoción hizo que escalara posiciones hasta llegar cerca del Papa y eso fue una bendición, pero también mi condena.
-      Sigo sin entender, pero no se preocupe no tiene porque contarme nada.
-      No sé si tendré otra posibilidad de compartir lo que sé, por eso le pido que me escuche muy atentamente y no olvide nada, porque esto le hará conocer una situación de notable importancia.
-      Está bien, lo escucho.
-      No es fácil ser Benedicto. El paso de los años, las responsabilidades, las presiones y los compromisos a veces pesan demasiado. Una noche estaba por acostarse cuando, frente al espejo, se dio cuenta de que su imagen no lo acompañaba. Al contrario, su sosias le dijo “tengo que hablar con vos”. El asombro y el horror se apoderó de él. “Es el diablo”, pensó. Pero la imagen siguió diciendo: “Hemos decidido que sea yo y a vos quien realice el reclamo, porque ya lo notamos insoportable. Queremos que las cosas se asuman como son o como deberían ser. Cuando Dios creó el mundo, hizo dos dimensiones diferentes: una de este lado de los espejos y el otro del tuyo, pero tuvo cuidado en generar una enorme diferencia: mi lado es el Paraíso, el lado bueno y el tuyo el Infierno, el lado malo”. Benedicto creyó que soñaba o deliraba y corrió hacia la salida de la habitación, pero la imagen lo llamo diciéndole: “no huyas, porque no solucionarás nada y todo será peor. Estamos cansados y queremos que esto tenga un fin”. El Papa se volvió lentamente y se animó a preguntar: “¿quienes son Uds. y que quieren?”. La imagen, su imagen, respondió “somos los que debemos aparecer cada vez que uno de ustedes se planta frente a un espejo, a nosotros nos toca repetir sus movimientos en modo reflejo y ayudarlos en muchas de las cosas que no pueden hacer solos. Cuando no están frente a él, estamos liberados y podemos descansar y hacer nuestras cosas, pero debemos estar atentos las 24 horas del día. Lo nuestro es agotador, pero lo hacemos con la bondad de saber que estamos donde estamos”. Benedicto respondió “es muy difícil de creer ¿porque yo, porque a mí?”. La respuesta no se hizo esperar: “teníamos que buscar un hombre que pudiera reunir todo lo que hace al poder y a la fe para que negocie nuestro pedido que es –justamente- que reconozcan su condición y la nuestra”. “Pero ¿Cómo puede decir Usted que vive en el Paraíso y yo en el Infierno?”. “Muy sencillo ¿viste alguna vez realizar una maldad a quien esta de este lado del espejo? Esto es un asesinato, una tortura. Al contrario, cada vez que aparecemos es para reflejar lo mejor de cada uno de los que se paran adelante, en el rostro, en la vestimenta, etc. Hasta hay gente que hace el amor frente a nosotros. No es casual que el romper un espejo venga de la mano con siete años de mala suerte porque es destruir uno de los portales del Paraíso. El tema es que ya existe tanta crueldad en tu mundo que tememos por el nuestro y vamos a impedir que el Maligno avance de cualquier manera y a toda costa”. “De todas maneras es muy difícil de creer” replicó el heredero de Pedro. “Cabeza dura y de poca entendedera –replicó la imagen- ¿acaso viste alguna vez un bombardeo a través de un espejo? ¿una matanza, una violación o un asesinato? No, porque el mal no existe de este lado. Nosotros no reflejamos la maldad y para muestra te puedo mencionar algo más concreto ¿Cómo se detectan los vampiros? Frente a un espejo. Ellos no se reflejan en él, porque ellos son parte de tu infierno y no de nuestro paraíso”. Benedicto, tomándose la cabeza solo atino a decir “Bueno, pero yo debería convocar a un concilio y hablar con los líderes del mundo y eso no es fácil, lleva tiempo…”. “Te doy un solo un día y para demostrar nuestro poder, de este lado realizaremos un paro de veinticuatro horas para que puedas comprender la verdad de lo que digo”, fue la respuesta.
A esta altura el relato me tenía totalmente atrapado e interesado.
-      ¿y? le dije ¿que podían hacer si son solo un reflejo?
Me interrumpió y continuó:
-      Durante un día entero los espejos se nublaron en todo el mundo y no devolvieron el reflejo habitual.
-      ¿y qué pasó?
-      Un desastre. Desde las mujeres que se maquillaron y se pintaron mal toda la cara presentando un aspecto horrible; hasta los hombres que debieron afeitarse sin distinguir por donde pasaban la navaja ocasionándose múltiples heridas en el rostro… En fin… la gente salió a la calle tajeada, groseramente presentada, vestida de cualquier manera y hecha un mamarracho. Pero eso no fue lo único, hubo más, mucho más… por ejemplo accidentes de todo tipo y choques porque los espejos retrovisores de los vehículos estaban opacos y los conductores debían manejar sin poder ver qué había detrás, muchísimos aparatos dejaron de funcionar (telescopios, instrumental médico, etc.), en fin… para que seguir… como dije un total desastre y lo peor es que –salvo Benedicto-nadie sabía por qué ocurría lo que ocurría.
-      ¿y entonces...?
-      Llorando, él volvió esa noche a su cuarto, para hablar con su propia imagen. Cuando ella apareció, le dijo “por favor, estoy dispuesto a hacer cualquier cosa que me pida pero pongan fin a esto y –por otro lado- no permitan que la fe, tal como la conocemos, se derrumbe. Si yo digo al mundo esto, la desilusión y la desconfianza puede ser tan grande que podría poner fin a la esperanza de la humanidad y la desgracia sería mayor.”. “Está bien, respondió su reflejo, y esta es una muestra de nuestra bondad, solo debe comprometerse a que nunca el mal pase este umbral divino y además deberá guardar secreto de lo sucedido para siempre”. “Así será”, dijo compungido Benedicto.
-      ¿Cómo se enteró usted de todo esto?
-      Sin quererlo y por mi proximidad con el Papa fui un accidental testigo de este último dialogo. Ante el peligro que diera a conocer lo ocurrido, Benedicto lo organizó todo. De allí en adelante mi vida ha sido un calvario y aquí me tiene drogado, mudo y encerrado…
Esa fue su última afirmación porque vio que lo venían a buscar. No se resistió. Quedó nuevamente en silencio y con la cara petrificada que siempre solía mostrar. Así se lo llevaron.
Me quedé solo un rato más porque el sol ya se ponía y comenzaba a refrescar. Entonces volví a mi habitación del Hospital Neurosiquiátrico. 


[i] Este cuento forma parte del libro “Para muestra basta un Cuentito” editado en enero de 2013

jueves, 15 de mayo de 2014

CUENTOS CHINOS…




Para una de mis debilidades: Cecilia
¿Soberbia racionalista o pensamiento mágico?
¿Disputa ficticia o real?
Mi querida hija, la decisión siempre es tuya.

   Sábado a las 9 de la mañana y todavía atorrando en la cama. El sábado se me ocurre como el día más glorioso de la semana y en esto me permito la insolencia de discrepar con Roberto Arlt. El decía que el fin de semana era aburrido y que el sábado era, específicamente, triste. Se me ocurre que las visiones diferentes tienen que ver con un qué, quién, cómo, dónde y cuándo, algo así como “el hombre es él y su circunstancias” diría parafraseando a Ortega y Gasset; pero, en líneas generales, se me presenta como el mejor día de la semana (¿será una reminiscencia de aquello del “Sábado de Gloria” de la Semana Santa?). Para mí el domingo es el tobogán que nos lleva a las profundidades, el lunes la remada para salir del pozo, el martes el esfuerzo por flotar, el miércoles enfrentar la ola, el jueves subirse a ella y el viernes –desde arriba- la esperanza de llegar al sábado y así, en un continuo permanente…
   Bueno, basta de estupideces, dejo mis cavilaciones inútiles, me levanto y me pongo en movimiento asumiendo la rutina mañanera de la higiene, el desayuno, la lectura del diario “La Calle” y la revisión de los correos electrónicos. Siempre lo hago antes de diagramar el día, porque de ellos puede surgir algo que altere las actividades a realizar.
   A ver, a ver… Mucho para borrar, porque siempre aparecen un sinnúmero de correos basura y otros con “cadenas”, algunas francamente insoportables. Debo confesar que –en estos casos- me fijo quien lo envía y a partir de allí la importancia que le doy.
  Me llamó la atención uno de mi amigo Raúl, docente al que siempre consideré con los pies en la tierra,  un pensador, un hombre serio, se haya prendido en esto. El correo, en “Asunto” decía “Diciembre de 2012. Suerte”. Abriéndolo agregaba “Con mis mejores deseos de tu amigo Raúl.”
   Intrigado, seguí leyendo: “Este diciembre de 2012 se pueden acabar los problemas. Este año, Diciembre tendrá 5 sábados, 5 domingos y 5 lunes. Esto sólo sucede cada 824 años. Los chinos le han denominado el "Saco del dinero".
   Enviá esto a todos tus amigos y a tus enemigos también, según cuenta la leyenda de los chinos de Feng Shui recibirás dinero dentro de 4 días. Si no lo compartes, quedarás pobre. Yo en particular no voy a dejar pasar esta oportunidad y te lo envío con el mejor de los deseos ¡suerte!”
   Insisto, lo que me pareció extraño es porque no condecía para nada con el perfil que tengo de mi amigo. De todas maneras –pensé- lo veo luego en el vermú de las 11 y seguramente nos matamos de risa del correo.
   Seguí revisando todo, planifique la mañana para poder llegar a la confitería Rys en tiempo y forma. Esa es otra de las rutinas de los sábados por la mañana: el vermú de las 11 con los amigos, mirando a la Plaza Ramírez desde nuestra mesa de la confitería. Un momento para la charla, la risa, los cuentos y también las discusiones y las polémicas.
    Llegue temprano y me encontré con la sorpresa de que Raúl ya estaba.
-      ¿Viste lo que te mandé? ¡Que bueno! ¿No? 824 años que esto no se daba y no sabes en que momento me llegó, porque estamos pasando algunos problemitas económicos con la petisa y cuando le comenté quedamos esperanzados en que algo apareciera para ayudarnos a resolver la cuestión.
-      ¿Raúl, no me digas que creíste en esa pavada?
-      ¿Pero Ciego, porque me decís eso? ¿acaso no esta probada la sabiduría china en un montón de campos? En oriente siempre estuvieron varios pasos mas adelantados que en occidente.
-      Raul... Dejate de joder...
-      ¿Y el horóscopo...? Alla tenian dinastías cuando nosotros todavía no habíamos inventado ni el taparrabos...
-      Raul...
-      ¿Y la acupuntura?... ¿y la medicina china? Cuando a la medicina tradicional se le queman los papeles ¿no acuden a la de ellos...?
-      ...
-      ¡Si la pólvora y hasta los tallarines los inventaron ellos...! ¿Por qué en esto no podrían tener razón?
-      Mi querido amigo, en principio quiero agradecerte que lo hayas querido compartir conmigo; pero hablemos claro, porque una cosa es la sabiduría china y otra cosa en la estupidez de algún tarado al que se le ocurre inventar ese tipo de zonceras.
-      Mas allá de que me estés tratando, mínimamente, de ingenuo ¿Por qué no puedo creer?
-      Mirá Raúl, para creer hay que tener algún tipo de señal, de certeza, de certidumbre…
-      ¿A sí? pero acaso ¿vos no crees en los sueños?
-      Si creo en los sueños de aquellos que se imaginan un escenario mejor y trabajan generando las condiciones para que ese escenario sea haga realidad, pero no en los sueños mágicos. Con ese criterio deberíamos sentarnos debajo de un árbol –para aguardar a la sombra, digo- y esperar a que se resuelvan los problemas solos, mágicamente.
-      Me estas robando una ilusión.
-      No te robo nada porque no tenes nada, porque ni humo era en lo que creías.
-      Me extraña tu falta de sensibilidad, de fantasía, no sé como podes escribir cuentitos.
-      Raúl, por favor, no es falta de sensibilidad, es sentido común. Mira después que leí tu correo –aunque te parezca mentira- imaginé esta escena que está ocurriendo y ¿viste como es esto? Ante una fantasía siempre hay un jodido, un racionalista que busca a ver si es cierto o no… y si… ese soy yo… embromado por naturaleza… ¿Qué necesidad había? Ninguna. Pero tuve que buscar a ver si era cierto lo que decía el correo de mi amigo Raúl, porque –te repito- pensé iba a ocurrir lo que está ocurriendo  ¿y sabes que averigüe?
-      Dale, decilo, si te morís por pincharme el globo…
-      No es así y vos lo sabes, dicen que algún pensador griego dijo “soy más amigo de la verdad que de mis amigos” y es así, incluso por el bien de los propios amigos. Si, investigue y comprobé que hace poco –en diciembre del 2007- hubo cinco sábados, domingos y lunes… pero ahí no queda la cosa… cuando el fulano –en este caso, yo- es complicado, persiste y se fija cinco años más atrás (en el 2002) y ¡Milagro...! también es igual… lo que me hace deducir de que regularmente cada cantidad de X años (hay que ver como juegan los bisiestos)… se da el mismo fenómeno y los de los 824 años son un verso machazo.
  A medida que iba escuchando mi propio discurso destructor me iba entusiasmando cada vez más, hasta que lo mire y entonces me di cuenta. Raúl, como un caracol parecía comenzar a esconderse en su caparazón, se encogía en su silla, se envolvía y se volvía más chiquito, se le opacaban los ojos. Cuando terminé, solo susurró:
-      Mirá que sos jodido Ciego eh… mirá como me dejaste, completamente tirado, hecho mierda.
   Me dio pena verlo así, acongojado y para morigerar lo duro que había sido con él le dije:
-      Perdoname si soy duro, pero no soporto a quienes se aprovechan de los demás. Ahora, podes creerme o no, en definitiva yo soy una voz más, igual que el que te mandó el correo y por otro lado la averiguación también la hice por Internet, así que puede estar también inventado el que escribió lo que yo leí y no el que vos leíste, así que pensá lo que quieras porque –en definitiva- no estas jodiendo a nadie.
   Dio vuelta la cara y se quedo mirando hacia la plaza, triste y pensativo. Me hizo sentir mal, pero lo que le dije era lo que pensaba y que creía que era lo mejor para él. Por su actitud, me pareció que había asimilado la racionalidad del mensaje y lo había convencido. Maltrecho, hecho hilachas, cascoteado y vencido. Una victoria a lo Pirro, pensé. No importa, el objetivo lo vale, lo hice aterrizar.   El silencio inundo la mesa y pasamos así varios minutos hasta que llegó Luis, otro de los habitué de los vermú sabatinos.  Cuando lo vió, le ví brillar nuevamente los ojos, se reincorporó y antes que el nuevo participante se ubicara en una silla le disparó, con una renovada sonrisa:
-      ¡Luisito Querido! ¿Cómo andas? ¿Viste lo que te mandé? ¡Que bueno! ¿No? 824 años que esto no se daba y no sabes en qué momento me llegó…



[1] Este cuento integra el libro Antología “A Tiempo”, cuaderno de la SADE de la filial entrerriana del Rio Uruguay, número 10, de Editorial UCU aparecido en mayo de 2014

jueves, 8 de mayo de 2014

ENTONCES SE DIO CUENTA


¿Qué hora es?, casi las diez y media. ¿Cómo dormí tanto? Se hace una pregunta tras otra, cuando todavía está desperezándose y somnoliente. “Creo –piensa- que hace años que no descansaba así” y lo atribuyó a los duros tiempos que venía soportando en su trabajo. Esto no podía ser otra cosa que el resultado de una semana totalmente olvidable, de tensiones, con un problema tras otro, con preocupaciones por situaciones que parecían no tener solución y que lo tenían desvelado y durmiendo menos de cuatro horas por día. “Y si, reflexionó, el cuerpo –tarde o temprano- te lo factura, necesita reponerse y ahora aprovechó. Está bien.”.
¿Y las pantuflas? ¿A dónde las habré dejado?
Mientras se levantaba recordó que -para colmo- era sábado y tenía la cita obligada de la reunión de amigos para tomar un aperitivo en la Confitería Rys a las 11.
Hizo sus cálculos e intuyó que sin desayunar y haciendo  todo rápido,  tendría el tiempo suficiente para no perderse ese obligado, querido e histórico compromiso.
Pero la ropa ¿Dónde está la ropa?
¡María! Llamó a su mujer. No tuvo respuesta. Seguramente se habría ido a la verdulería, como era su costumbre todos los sábados a esa hora.
En el ropero no encontró nada, pero vió las bolsas de plástico cerradas y percibió su olor a naftalina. Estamos en pleno cambio de estación –especuló- y María debe estar subiendo la ropa de verano y bajando la de invierno de los placares y el resultado de esos cambios de estación es siempre el mismo: mientras lo hace me  deja sin ropa, totalmente en bolas, como ya ha ocurrido otras veces.
Bueno, no importa, en el baño sabía que tenía un equipo de gimnasia. Después de asearse, se lo puso. No era la costumbre ir a la Rys así, pero su indumentaria no desentonaba con aquella hermosa y soleada mañana otoñal uruguayense, y después de todo al que le guste bien y al que no, que se las aguante. 
Salió con más apuro del que debiera porque lo separaban apenas cuatro cuadras.
Eligió la vereda del sol. Son tan angostas en Concepción del Uruguay que muchas veces dificultan el paso de quienes transitan por ellas. Incluso se enfrentó con una pareja que venía paseando un perro  en sentido contrario y  que lo obligó a bajar a la calle, porque ninguno de ellos ni siquiera atinó a hacerle lugar para que pase. El animal fue el único que se dignó mirarlo. Flor de mal educados, se dijo. Así nos va como nos va.
El quiosco y el cruzarse con varios conocidos. Todos caminaban ensimismados, cada uno en su mundo y nadie fue capaz de responder su saludo. A su habitual y campechano movimiento con la mano, como siempre, lo ignoraron. En fin, se dijo, cada uno lleva su cruz y lo hace como puede. No es para enojarse ni ofenderse, también me podría pasar a mí.
Cuando llegó a la confitería ya estaban todos sus amigos sentados a la mesa.
Saludo y se ubicó en su habitual silla, en esa del fondo, casi en un segundo plano, como siempre le ha gustado. Estar, pero pasar casi desapercibido. Nadie le respondió.
Y si, pensó, todavía les dura. No soy de discutir de política y menos con los amigos, pero el otro día me zarpe. Tal vez por la misma presión laboral que venía sufriendo o quizás por los mismos medios de comunicación que nos abruman y nos llenan la cabeza; el tema es que exploté: respondí y respondí. Siempre he tenido el cuidado de no personalizar en una discusión. Es malo eso de etiquetar, de poner calificativos a la gente por lo que piensa u opina. Se contraponen ideas, pensamientos, posiciones, pero no se califican personas y menos amigos. No siempre pensó así, pero la intolerancia de la dictadura militar le enseñó a dejar la ortodoxia intransigente de lado y comprender que no era el dueño de la verdad y que otras opiniones o ideas podían respetarse tanto como las suyas.
Eso sí, tenía un límite. Su límite eran los derechos humanos. No soportaba a nadie que justificara las torturas, los genocidios, las desapariciones de personas, los atentados contra la vida…  Pero, la solución era sencilla, si eso se daba en cualquier circunstancia o reunión, se paraba y se iba, tratando de evitar a la persona  en cuestión de allí en adelante. Simplemente eso.
Tenía la fortuna de que –entre sus amigos- nadie asumía una posición tal, pero si lo separaban profundas diferencias políticas. La mayoría adhería a tendencias de derecha y él –desde siempre- abogó por la izquierda. Moderada y democrática, pero de izquierda al fin.
No obstante, sabiendo lo que opinaba el resto, trataba de rehuir los debates políticos, sobre todo cuando comenzaba a preponderar la intolerancia.
Entonces desviaba la atención, sacaba otro tema… en fin… hacía lo que podía para salir de aquel pantano.
Pero, en la última reunión, se había dado algo así y la sangre había llegado al río. Seguramente la frialdad con que había sido recibido y el no responder a su saludo era la forma en que le estaban haciendo pagar las expresiones de aquel momento en el que se le “salió la cadena” e interpeló a varios de sus amigos de una manera poco tolerante. Claro, se justificó, que ellos tampoco se quedaron atrás y –aprovechando tal vez su mayor número- realizaron un virtual fusilamiento retórico.
Pero son momentos y los momentos pasan, imaginó. Aquello ya fue. Este es otro sábado. Es otra historia. ¿Podía ser que sus amigos de toda la vida no fueran capaces de entenderlo así y lo ignoraran de semejante manera, solo por aquella situación? ¿Qué no lo hubieran podido superar?
No podía creerlo y se negaba a entenderlo. No quería pensar mal de ellos. Pero, muy a pesar suyo, todo era silencio en la mesa. La situación, porque no decirlo, lo angustiaba. Nadie articulaba palabra.
¿Sería él quien debía romper el hielo?
¿Tendría que pedir perdón?
Por otro lado, advertía que –en algunos momentos-  le dirigían extrañas miradas. Ni de rencor ni de odio, ni siquiera de lástima.
No se animaba a interpretarlas.
¿Era para tanto? Después de todo era solamente pensar distinto. Ni siquiera se había llegado a discutir con tanta pasión, tal vez solamente  con un poco de entusiasmo, levantando un tanto la voz, pero nada más.
Esos pensamientos lo atormentaban cuando vio una cosa positiva:
Le habían pedido su eterno vaso de Coca con Fernet.  Estaba allí.  En la mesa. Sin tocar.
De alguna manera, era una atención que disminuía toda la argumentación anterior que  lo acongojaba. La puerta no estaba cerrada del todo, se dijo. Por lo menos alguno había pensado en él; pero va a haber que “remarla”.
Entonces ocurrió.
En la mesa de al lado se ubicó una familia, a la que –por la cantidad de integrantes- le faltaba una silla.
El hombre se acercó, tomo su silla del respaldo y lo encaró a Julio:
-      Disculpe señor, me haría falta disponer de una silla porque me falta una ¿puedo?
Entonces Julio le dijo:
-      Perdóneme pero no, esa silla es de nuestro amigo el Ciego y, si bien ya no está con nosotros; ha sido, es y será siempre para él.
Entonces se dio cuenta.




[1] Este cuento ganó el primer premio en el Certamen Provincial de Poesías y Cuentos Cortos “Héctor de Elía” en su edición 2013 –categoría C- , organizado por la Escuela Media 8 de Colonia Elía (ER)
Este cuento integra el libro Antología “A Tiempo”, cuaderno de la SADE de la filial entrerriana del Rio Uruguay, número 10, de Editorial UCU aparecido en mayo de 2014

jueves, 1 de mayo de 2014

CHAU CACHO…


Cada vez hay más autos en Concepción del Uruguay. Ni siquiera se puede hacer una diligencia en el centro sin tener que dar un montón de vueltas para encontrar estacionamiento, suerte que viviendo cerca de la Plaza Ramírez prácticamente se puede hacer todo caminando. Después de todo es lindo caminar y hasta saludable. Tenía que hacer una diligencia y aprovechó. Encaró por la peatonal que, recién arreglada, está hermosa. Tal vez por ser una tarde primaveral y comienzo de mes, hace que esté tan llena de gente. Le gustaba ver a Uruguay así. Con movimiento. Disfrutaba de la caminata cuando lo vio. Caminando en sentido contrario venía Poroto Elizalde. Se conocían de toda la vida. Bajo, gordito (de allí el apodo), ahora casi calvo y con una sonrisa imborrable que le servía de presentación. ¡Que alegría! Un amigo que no veía desde hacía muchísimo tiempo.
-      ¡Que haces Poroto...!

-      ¡Cacho querido, que alegría encontrarnos...!

-      ¿siempre digo, como puede ser que en una ciudad tan chica no nos crucemos más seguido?

-      Y como salimos siempre en auto, jamás nos vemos si no vamos al mismo lugar.

-      Y, a eso agregale, que uno es un forro ¿Qué cuesta agarrar el teléfono?

-      Pero qué alegría verte.

-      ¿y si nos vamos hasta la Rys y compartimos un cafecito?

-      No sé, tengo que hacer…

-      Dejate de joder, no nos vemos en tanto tiempo y andas con vueltas, si estamos a cincuenta metros…

-      Tenes razón. Vamos.

Caminaron esquivando a la gente por la estrecha  vereda de la calle Urquiza y buscaron ubicación en la confitería, justo frente a la ventana.
Dos cortados y soda.
-      Sabes, Cacho, que ando con problemas. Después que enviudé, hice pareja con Adela ¿te acordas de Adela, mi compañera de trabajo? Si con ella y ya hace como veinte años que estamos juntos, pero no sabes lo que estoy pasando. Le ha dado por tenerle fobia al sexo. La verdad es que no sé si me está cargando o es en serio, lo cierto es que estoy como si fuera un cura.

-      Qué bueno encontrarte, hacía tanto que no te veía. No, si no sabés lo que estoy pasando yo. Me han puesto un jefe nuevo y ha hecho de mi vida un calvario. Un guachito que me hace la vida imposible.

-      Que digo un cura, si un obispo coge mas seguido que yo. Empezó diciendo que no quería porque estaba gordo y no sabes, hice una dieta bárbara y bajé como siete kilos. Después, la muy turra, decía que estaba flaco. Que le dolía la cabeza. Que tenía problemas. ¿Qué problemas? ¿ella problemas? ¿y yo? La puñeta yo.

-      Es un contadorcito que no sabe ni donde está parado. Ni te imaginas. No sabe nada y cuando le decís las cosas, se enoja. Pero allí no queda la cosa, sino que hace lo que le dije y después se adjudica el mérito cuando los resultados son buenos. Es un flor de hijo de puta.

-      En algún momento pensé que me metía los cuernos y –no sabes- llegue a dudar si era con otro hombre o con una mujer, porque se la pasa con las amigas. Charla que te charla. Después me convencí de que no era así. O se volvió frígida o  entró en la “era de hielo”, no se…

-      Se la pasa mirando lo que hago. Controlándome. No sabes lo que me molesta cuando se para detrás para ver que estoy haciendo en la computadora. No si no me pregunta, espía. Estoy seguro que habla pestes de mí. ¿Qué como lo sé? Fácil. Por el premio a la eficiencia que se me redujo casi a la mitad.

-      ¿sabes cuál fue la última novedad? Es increíble; primero, apareció la mística… llegue a pensar que terminaría de monja. Después le dio por la caridad y comenzó a ir a la Sociedad de Beneficencia, pero -para colmo- lejos de vivir austeramente vive arreglándose y gastando plata a lo pavote en ropa y porquerías y ahora le da por el escolazo, no hay noche que no se vaya al Casino.

-      El muy guacho tiene la obligación de hacer reuniones para tratar los temas de la oficina. Al principio yo participaba y aportaba mis puntos de vista, hasta que me di cuenta que clase de tipo era y deje de hacerlo. Un día vino y recriminó mis silencios. Le respondí que creía que no me escuchaba. ¿sabés lo que me dijo? Que yo parecía un maestro cuando hablaba. Y si soy maestro, a que quiere que me parezca ¿a un mecánico dental?

-      ¿el trato? No el trato es bueno, pero con eso no alcanza. Es una buena mujer y una buena madre, pero como esposa es un fracaso y yo, yo quiero otra cosa. Quiero sexo.

-      He tratado por todos los medios de zafar y recurriendo a mi veteranía practique de todo. Desde parecer colaborador hasta hacerme el boludo, pero nada funciona. El tipo me tiene cruzado y parece que disfruta con hacerme pasar mal.

-      En algún momento, te digo la verdad, empecé a pensar seriamente en buscar otra mujer; pero a mis años, con una familia tan grande, no sé si meterme en semejante despelote.

-      Me ha transformado en el gato de la sección. Todo lo que sale mal es culpa mía. No digo que no tenga responsabilidad de nada, pero él no asume ni las suyas y me hace pagar el costo de sus errores.

-      Por otro lado, si después de hacer el desparramo, te metes con otra y como siempre, comenzas a descubrir realmente quien es después que te engancha… es un quilombo después de otro… y termino saltando de la sartén al fuego.

-      No sé si ir a un sicólogo o cagarlo a trompadas. El único problema es que si le pego me van a echar y hoy por hoy necesito el sueldo y a la edad que tengo, no podría entrar a trabajar en ninguna parte. Que cagada, que me pase esto justo cuando me faltan 3 años y 341 días para jubilarme.

-      En fin… te digo, no sé que mierda hacer… Pero, por Dios, solo quiero vivir tranquilo. Tranquilo, pero con sexo.

-      Che loco, mirá la hora que se me hizo… ya debe estar la bruja esperándome porque quedamos en encontrarnos a la salida del Súper. ¿Y si nos vamos?

Llamaron al mozo y pagaron.
-      Che, pero que bueno fue encontrarnos.

-      ¿Queres que te diga una cosa? Qué lindo es tener amigos que te escuchen, comprendan y  aconsejen, como vos.

-      ¿y lo que vos me ayudaste, loco? No sabes cuánto te lo agradezco.

-      Poroto querido, nos estamos viendo… y gracias por todo.

-      Chau Cacho, a ver si nos encontramos más seguido.



[i] Este cuento forma parte del libro “Para muestra basta un Cuentito” editado en enero de 2013