Después del último día que traspuso la puerta del ministerio, Eugenio se
dijo que jamás volvería a él.
Más de 40 años ¡40! Toda una vida había quedado allí. Toda SU vida.
La vuelta al hogar fue una cosa diferente. La casa, antes acogedora y con
Delia esperándolo, ya no era su realidad. Ahora la sentía fría y solitaria.
Alguna vez pensó en tener una mascota, pero los tiranos horarios y las repetidas
horas extras hubieran torturado al pobre animal, tal como lo hacían con él.
Ahora le parecía tarde.
Sus nietos, que de tanto en tanto aparecían a verlo (incluso más que sus
hijos), le habían preparado la tierra del pequeño fondo que tenía la casa.
Casi sin darse cuenta nacieron aquellas plantas de tomate que fueron convirtiéndose
en algo más en su vida.
El riego, colocarles tutores de caña, atar las plantas para que se fortalezcan,
verlas crecer… comenzaron a ser parte de su existencia. Hablaba con ellas, con
los retoños, con los frutos… A cada uno un comentario particular, a cada uno lo
suyo. ¡Si hasta les había puesto nombre!
En realidad era difícil saber quien sostenía a quien.
Aquella mañana de marzo, al despertarse vio a través de la ventana el cielo
totalmente negro.
A los pocos minutos una metralla de granizo terminó implacablemente con
la huerta.
Él vio todo a través de la ventana.
Él lo observó desde su cama.
Él sintió cada piedra en su cuerpo.
Él nunca más volvió a levantase de allí.
Este cuento esta incluído en el material del libro “De aquí, de allá y de mi abuelo también (y va con yapa)”, editado en diciembre de 2011.
Este cuento esta incluído en el material del libro “De aquí, de allá y de mi abuelo también (y va con yapa)”, editado en diciembre de 2011.
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