jueves, 10 de abril de 2014

EL PRECIO



A modo de reparación para Don JUSTO MARIA AGUILAR

"Uno se despide insensiblemente de pequeñas cosas,
lo mismo que un árbol en tiempos de otoño muere por sus hojas.
Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas,
esas cosas simples que quedan doliendo en el corazón.
Uno vuelve siempre a los viejos sitios en que amó la vida,
y entonces comprende como están de ausentes las cosas queridas.
Por eso muchacho no partas ahora soñando el regreso,
que el amor es simple, y a las cosas simples las devora el tiempo.."
(Canción de las Cosas Simples - Cesar Isella/Armando Tejada Gomez)


             Me parece introducirme en un sueño, al recordar aquellas siestas interminables durante los veranos,  de los años sesenta y algo.
Éramos una pequeña banda. Una barrita de chicos y de adolescentes de entre 8 y 14 años, que nos escapábamos para reunirnos bajo la sombra de los frondosos árboles, que adornaban las  espaciosas veredas de la ciudad de La Plata.
La modorra, el buscar travesuras, jugar a la pelota, el hablar de fútbol… el aroma a tilo (ese aroma que creo se me pegó en el alma) y el concierto armónico e interminable de las chicharras… eran el entretenimiento que nos permitía sobrellevar aquellas horas. Así pasábamos nuestras vacaciones.
Allí estaba el grupo. Seríamos unos diez o doce. A veces catorce.
El “pertenecer” era un privilegio, pero también un desafío. Había que hacer lo que hacían todos. Lo bueno, lo malo y lo feo.
Siempre me costó seguir al resto. Flacucho. Imposible disimular mis problemas en la vista, estaba condenado a usar unos grandes anteojos de color verde, que parecían el vidrio del fondo de una botella de vino barato. Con un pelo rubio y cortito, casi blanco. Chiquito físicamente. Débil… y –para colmo- buen alumno, un apasionado de la lectura, que no daba para nada con el perfil del grupo. Jamás dije –por vergüenza- que era escolta de la bandera.
Sin embargo, a pesar de que nunca soporté seguir al resto (solo por seguirlo), entonces lo hacía, muchas veces con gran esfuerzo y disgusto, para no quedarme afuera.
Era el precio.
Uno de los personajes característicos del barrio de La Loma por aquel tiempo, era Justo María Aguilar. Flaco. Desgarbado. Mucho pelo negro largo, revuelto y desprolijo que no tenía temor a mostrar canas. De una edad indescifrable, pero que nosotros veíamos como un anciano. Siempre vestido de un traje sucio, desalineado, barbudo, olorosamente desagradable (costaba esfuerzo estar cerca) y con un portafolios (o lo que quedaba de él), donde llevaba libros. Sus libros, decía. Normalmente callado y taciturno. Vivía rodeado de tres o cuatro perros que lo seguían a todos lados. Se sentaba en las veredas o en los umbrales de las casas de familia,  junto con ellos. Creo que hasta se rascaba los piojos, al mismo ritmo.
Algo así, como un Diógenes moderno, salvando las distancias del tiempo y el intelecto.
Todos decían que vivía gracias al esfuerzo de su mujer. Ella lavaba y planchaba ropa ajena.
Aparecía, como de la nada y se ubicaba a una cierta distancia de donde estábamos nosotros. Normalmente no mas de media cuadra. Se instalaba, sentándose en el suelo, con su corte canina.
Pero, advertíamos, estudiaba nuestros juegos, nuestras bromas. Nuestros movimientos y actitudes. Nos espiaba. Tal vez se sentía un actor mas de aquel escenario, casi habitual, que se repetía todas las tardes.
Alguna vez, producto del aburrimiento y tal vez por el solo hecho de tenerlo cerca, fuimos hasta él, lo rodeamos y comenzamos a hacerle preguntas.
Ávidamente sacaba sus libros. Leía poemas que (según nuestra pobre escala de evaluación) eran horrorosos. De términos toscos. Duros. En un lenguaje –para nosotros- poco utilizado, rebuscado y muy difícil. Creo recordarlos como una rara mezcla de romanticismo anarco católico. Una vez, hasta nos dijo que el Papa (si el Papa, el que vive en el Vaticano), le había enviado un trozo del Manto Sagrado, como reconocimiento a lo talentoso de sus escritos; mientras buscaba afanosamente la prueba –que nunca encontró- en su raído portafolios que tiempo atrás debió haber sido de cuero.
Por supuesto que no solo no le creíamos, sino que nos burlábamos de los giros poéticos de sus escritos y le hacíamos comentarios, con una sorna e ironía, que parecía no advertir, entusiasmado por tener un público a quien leerle su obra.
Luego de un rato, la impaciencia adolescente, comenzaba por espantar a los perros y detrás de ellos, como parte de ese mismo grupo, de esa misma banda; se marchaba él.
Así fue naciendo una extraña relación, con encuentros que no eran comunes, pero que se repitieron tres o cuatro veces.
Hasta que sucedió.
Un caluroso carnaval nos encontró tirados sobre el pasto y bajo los árboles de la rambla de la calle 19, tratando de soportar el calor. Con baldes, llenos de bombitas de agua, esperando que pasen “las chicas” que –obviamente- no pasarían nunca.
Justo María Aguilar estaba sentado en la vereda, con sus perros, debajo de la sombrita del toldo que protegía el kiosco de Don Juan. Exactamente en la esquina de 19 y 49. A unos treinta o cuarenta metros, de donde estábamos nosotros.
No se de quien fue la cruel idea. Tal vez de ese espantoso consejero que es el aburrimiento.
Pero, en un momento le cayó una bombita de agua que explotó en su hombro. Detrás de esa, aparecieron otras. Cinco. Diez. Veinte. No se cuántas.
Se paró y comenzó a correr despavoridamente y gritando mil veces “¡Con agua no..!”.
Parecía un títere desarticulado, que desesperadamente huía. Corrió y corrió hasta perderse de vista, entre las carcajadas de todo el grupo.
A lo lejos y a pesar de mis problemas en la vista, alcancé a ver las lágrimas que caían por su cara. Sorpresa, humillación. Jamás olvidaré esa dolorosa expresión.
Ninguna bombita salió de mis manos.
Pero, igual, sentí la vergüenza que me dio la cobardía de no haber intentado impedirlo.
Fue la última vez que vi a Justo María Aguilar.
Esa noche, arrepentido, casi ni dormí, pero me prometí a mi mismo que nunca mas sería cómplice de una bajeza, de una crueldad hacia un semejante.
Tal vez sea cierto que las cosas que mas recordamos, son las que nos causan dolor; porque aquella imagen, es algo que nunca pude borrar de mi mente.
Años después, fui a visitar la tumba de Papá en el cementerio de La Plata y –camino a ella- vi un mausoleo con una gran estatua.
Algo me atrajo hacia ella. Aquella silueta me resultó familiar.
Una importante placa de bronce tenía un grabado que decía “Aquí descansa el Poeta Don Justo María Aguilar”.
Parecía mentira, que aquel personaje que habíamos tratado con desden y que despreciamos cruelmente, tuviera semejante homenaje.
Ya era tarde para pedirle perdón.


[i] [i] Justo María Aguilar. Muchos todavía recuerdan la imagen bohemia de este poeta trashumante que escribiera una marcha para nuestra ciudad. Además de "Mujer infame", y "No me preguntes nunca hermano", que aparecen en Tango - Letristas platenses. Antonio Fante, comp.(La Comuna Ediciones, 2000), no se conocen otros tangos de este autor. Justo María Aguilar escribió los libros: "La campana de los muertos". "Aguilereanas" (con una estrofa inicial que luego se hizo muy conocida: El loco meditabundo/me dicen los medios locos/pero van quedando pocos/ locos cuerdos en el mundo) y "Ultraguilereanas". Nació el 12 de octubre de 1902 y falleció el 15 de agosto de 1967.
(De la página de Internet: www.lacomuna.laplata.gov.ar/autores.htm)
Seguí buscando –también por Internet- y me encontré con esta otra sorpresa: “LA PLATA, 28 de Septiembre de 1984.  O R D E N A N Z A    5688.  ARTICULO 1°: Modificase el Artículo 1° de la Ordenanza 4230, la que quedará redactada de la siguiente forma: "ARTICULO 1°: Designase con el nombre del poeta Justo María Aguilar a la plazoleta ubicada en las calles 47, 22 y Diagonal 76".- ARTICULO 2°: El Departamento Ejecutivo procederá a la urbanización y colocación de un monolito, con una placa de mármol con el nombre de Justo María Aguilar.- ARTICULO 3°: Los trabajos serán realizados por el Departamento Ejecutivo, a través de la Dirección de Arquitectura, y ejecutados por Administración.- ARTICULO 4°: De forma.-  (de la Página www.concejodeliberante.laplata.gov.ar).
No quise buscar mas…
Este cuento está incluído en el libro "DIEZ PASOS DE PANTALONES CORTOS" editado en marzo de 2010

No hay comentarios.:

Publicar un comentario