Cuando salió para
trabajar a primera hora de la mañana, le llamo la atención el cartel. En la
vidriera de la ferretería de al lado decía: «Busco empleado Mayor de Edad».
Pensó, «don Pedro se
está cansando de cargar cajas y productos… lo bien que hace».
Después de trabajar
todo el día, volvió a su casa. Cuando pasó frente a «El tornillo loco», el
cartel no estaba.
- ¿Viste el cartel
que puso don Pedro pidiendo empleado?, -le comentó durante la cena a Nelly.
- El cartel no lo vi,
pero ya lo tomó. A mí no me gusta ¡si le vieras la facha! - agregó- es un
chiquilín todo modernoso con aritos y tatuajes, que te mira con total desprecio
y una actitud de superioridad.
- No te apures en
juzgarlo mal, dale tiempo. Los chicos de hoy son muy diferentes a como éramos
nosotros...
- A mi no me gusta y
vos sabés que tengo buen ojo para esas cosas…
El sillón del estar,
el cansancio y el torturador ejercicio de ver la sangrienta televisión de estos
días, para terminar mirando una película vieja y después a descansar. Esa es la
rutina.
Al día siguiente
cuando regresó de la oficina, su esposa estaba enojadísima.
- ¿A que no sabes que
hizo tu amiguito?, le dijo ni bien abrió la puerta.
Pues creyendo que
nadie lo veía, barrió todas las hojas a nuestra vereda y vos viste lo que es el
fresno de la ferretería este otoño.
- ¿Le dijiste? ¿a que
no? Vos siempre te quejás, pero nunca tomás las riendas de la cosa. Decile y
vas a ver que el chico reflexiona y no lo hace más.
- A mi no me gusta y
vos sabés que tengo buen ojo para esas cosas…
No
se quien fue el inventor, pero bien dicen que no hay dos sin tres.
Al tercer día, se
repitió la escena casi calcada.
- ¿A que no sabes que
hizo hoy tu amiguito?, le disparó cuando todavía ni siquiera había entrado.
Volvió a barrer todas las hojas a nuestra vereda.
- ¿Le dijiste?
- ¡Por supuesto, casi
me lo como crudo!
- ¿Y?
- Se me rió en la cara
y sin pronunciar palabra se metió en la ferretería…
- Decile a don Pedro,
vas a ver como el soluciona la cosa y pone al chico en su lugar…
Después la cena, el
rato de tortura televisiva y un diálogo que, de tanto en tanto, Nelly
interrumpía con un «yo te dije, a mi no me gusta y vos sabes que tengo buen ojo
para esas cosas…», dándole la pauta de que seguía enroscada con el mismo tema,
sin importar cualquier otra cosa de que la hablaran.
A la mañana siguiente
partió a trabajar con un solo deseo, no encontrar el mismo discurso a su
regreso. Pero se equivocó… ¡y cómo!
Ella estaba con la
puerta abierta, esperándolo en la vereda.
- Estoy indignada,
andá vos a reclamarle a don Pedro
- Pero ¿Qué pasó?
- Fui, como me
dijiste, pero se ve que lo tiene engatusado. Me explicó que le preguntó y él lo
negaba todo, que tal vez me parecía a mi… que podía ser el viento… en fin… me
trató de mentirosa y fabulera… mirá me fui, porque me iba a dar un ataque de
presión… asi que andá y hacete cargo vos que para algo sos el hombre de la
casa…
- Pero Nelly, recién
llego y estoy rendido, por otro lado ahora está cerrado, dejémoslo para mañana
o para el fin de semana que estoy mas libre
- Miedo, ¿es eso? Le
tenes miedo a enfrentarte con don Pedro y sos capaz de dejar que basureen a tu
mujer, con tal de no poner las cosas en su lugar… mamá bien me decía que vos no
valías la pena… que me iba a arrepentir… ¡casarme con un cobarde! ¡No me
merecés...! ¡con diez años menos, hubiera hecho las
valijas y no me veías más un pelo! Pero ahora que estoy vieja y arruinada ¿Qué
voy a hacer? Cobarde… eso es lo que sos… un Cobarde…
El agachó la cabeza y entró a la casa sin hacer comentarios. Cenaron callados,
hasta la sopa le cayó pesada. En silencio se fueron a acostar.
Era viernes y se venía un fin de semana complicado. En lugar de
encontrar un refugio de paz en el hogar después de una semana agotadora, su
casa estaba en pie de guerra. El enemigo parece que no era mas el empleado tatuado,
ni siquiera don Pedro… ahora era él.
En una hermosa mañana otoñal se tuvo que hacer el desayuno y leyó el
diario sin emitir sonido. Claro que ella ni lo miraba.
Cuando eran poco mas de las 10 fue a la ferretería. El nuevo empleado estaba
solo y mataba su aburrimiento lanzando al aire una moneda de un peso. Cara o
ceca, ceca o cara.
No lo conocía, lo que era una ventaja.
- Dame un par de calcetines, le dijo.
- Disculpe señor, pero está equivocado, esto es una ferretería, le respondió
sorprendido.
- De lana, por favor.
- Le dije don, que aca no vendemos calcetines, le expresó medio molesto
- ¿Marrón tiene?
- ¿Porque no va a una tienda y le pregunta?, ya de malas maneras.
- Me gustaría que tengan alguna fantasía, no sé, y se quedo como pensando
- ¿Ud. es tonto, idiota o me está tomando el pelo? Lo espeto irrespetuosamente
y en voz alta.
- Si tiene con rombos, llevo también un par en tono azul.
- ¡¡¡Loco, váyase de acá!!! Le gritó con fuerza, fuera de sí.
Tan fuerte fue el alarido que lo escuchó don Pedro desde la oficina del depósito
que esta en el fondo, asi que vino apresurado para ver que pasaba.
Su empleado, tratando de tranquilizarse pero todavía en forma
destemplada, le señaló: «¡este hombre está loco, me pide calcetines!»…
El viejo ferretero trató de tranquilizarlo, tomo su lugar y le preguntó
a su vecino –que aparentaba un total desconcierto- que era lo que quería.
- Yo… yo andaba buscando diez tornillos de tres pulgadas, ah… y con los
tarugos, pero no se… este muchacho no sabe… ¿tiene o no tiene?, le inquirió
titubeando.
La sorpresa se dibujó en la cara del joven. Don Pedro lo miró fijamente y
le pidió que se fuera a la oficina.
Él le comentó por lo bajo:
- Don Pedro, este muchacho es muy raro ¿qué le pasa? ¿está enfermo?
Tenga cuidado con él, vio las costumbres que tienen hoy, a veces la
droga hace estragos y los hace capaces de cualquier cosa, robar, violar, matar…
Ud. sabe… yo que soy vecino de tantos años puedo decirle que hasta a mi me
preocupa, porque ve todos los días nuestros movimientos, las entradas y las
salidas de casa…
Antes de salir de la ferretería con los tornillos envueltos en papel de diario,
lo remató…
- ¿A Ud. todavía no le ha faltado nada? ¿Está seguro?
A don Pedro se le fue transformando la cara. De su rosado habitual a un
blanco papel que asustaba.
Tal como había previsto, fue un fin de semana para el olvido. Nelly siguió
enojada y ofendida, a pesar de que él le confió que había hecho lo que tenía
que hacer para solucionar el problema. No le creía. Le toco comer hamburguesas
y salchichas. La soledad en un ambiente hostil, siempre es mala. Así que busco
en la cómoda «El Rey de la Milonga» de Fontanarrosa que le habían regalado para
su cumpleaños y se dedicó a esa generosa amiga que siempre espera bien
dispuesta sin pedir nada: la lectura.
El lunes, cuando salió para trabajar a primera hora de la mañana, no le
llamó la atención que reapareciera el mismo cartel de unos días antes, en la
vidriera de la ferretería de al lado, pero con una leve diferencia, decía: «Busco
empleado de Edad Mayor».
Este cuento esta incluído en el material del libro “De aquí, de allá y de mi abuelo también (y va con yapa)”, editado en diciembre de 2011.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario